22 | Un amigo más joven

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—Desde que llegué estás en frente de la computadora, sin decir una palabra. ¿Sería mucho pedir que me des un beso?

—¿Por qué enviaste rosas a mi oficina?

—¿No te gustan las rosas?

—Estoy hablando en serio, Adrián. —Carmen lo observó por encima de sus lentillas—. Quiero que respetes mi trabajo.

—Escucha. Si te ofendí, perdón, mis intenciones contigo no son esas. Si no te gustan ese tipo de flores solo dímelo y así lo tendré pendiente para la próxima.

—¿Te parece divertido ser imprudente?

—¿A ti no? —preguntó, caminando hacia el escritorio de ella.

—Si fuéramos los únicos en este edificio lo consideraría, pero ahora y aquí, mi respuesta es negativa.

—A mí no me molesta.

—Entiendo que no estamos de acuerdo.

—¿Por qué tan severa?

—Debo terminar este acto jurídico.

El sonido de sus dedos contra el teclado enfureció a Adrián. Él se mostró inconforme por la falta de atención, pero ella continuó su trabajo.

—Necesito que hablemos. No vine aquí para discutir.

—¿Qué quieres?

Adrián arrastró la silla en la que ella estaba sentada. Quería la lejanía necesaria para poder arrodillarse ante Carmen. Besó sus rodillas hasta dejar pequeñas marcas. Procuró seducirla e hizo todo lo posible para lograrlo. Estuvo orgulloso por el pesado suspiro que le arrebató.

—Tu sonrisa es macabra —comentó de repente.

—Me gustas demasiado. No tengo ningún problema con que lo sepa todo el mundo. ¿Qué tiene de malo que quiera demostrártelo...? Bien, no digas nada, tampoco pienses que me iré de aquí si no me correspondes.

—¿Qué quieres que diga?

—Ese es el punto. Quiero que me hables porque deseas hacerlo, no porque yo te lo pida.

—Lo siento.

—Yo no soy Víctor.

—Lo sé, y se lo he agradecido al universo muchas veces.

—Entonces hazme sentir que no soy el único que quiere esto. —La fuerza en la mirada de él traspasó sus inseguridades en un santiamén—. Salgamos de aquí.

—¿A dónde?

—A un lugar donde me permitas abrazarte.

A tres semanas de su salida a Dominican's Café juntos, en el subconsciente de Carmen aún estaba el pensamiento de que solo fue una noche. Adrián no lo consideró igual, buscaba cualquier excusa para estar cerca. Su interés en formalizar la relación era más que obvio. Un noviazgo entre ellos era inconcebible para ella, aunque los primeros pasos hacia ese objetivo se dieron antes de que lo considerara posible.

La llevó al oeste de la ciudad, donde pastos verdes e innumerables árboles estaban en ambos lados del camino. Ninguno habló durante la media hora de recorrido. El mutismo fue llevadero y a la vez intrigante, por más descabellado que resultara disfrutaban la compañía del otro. Carmen tenía la corazonada de que en otras circunstancias hubieran sido buenos amigos, pero Adrián era un hombre apuesto, cortés y pasional. ¿Qué mujer no desearía tenerlo?

Llegaron a un rancho que, con sus paredes de madera rústica y techo de color rojo, parecía salido de una pintura campestre. En su interior el rancho era una espaciosa casa, en todo el sentido del juego de palabras. Por unos pocos segundos Carmen imaginó lo feliz que podía ser quedándose allí con Adrián. Sacudió la cabeza y borró esa idea de inmediato al considerar la relevancia de sus pensamientos. El estilo casa de campo de los años noventa le quedaba bastante bien al rancho. Fotos de la familia de él llenaban las paredes pintadas de color crema. Todos los ornamentos le daban vida a una clásica decoración antigua.

Amigos IncondicionalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora