26 | Con calma, pero de prisa

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Una vez realizada su inscripción en la universidad Sandra se hizo la idea de que no tendría mucho tiempo libre, pues quería dedicar toda su energía a los estudios pertinentes. Pero durante su octava semana de clases Félix fue a visitarla y ella se dejó llevar. Lo que en un principio fue un inocente beso se convirtió en sensuales mimos dentro de su recámara.

—¿Se supone que esto está bien?

—No lo sé, pero siento que no puedo controlarme —respondió, agitado.

—¿Quieres continuar?

—¿Tú lo quieres?

—También siento que es incontrolable. Solo sé que Paúl y papá me matarían si supieran que...

Ellos se volvieron a besar con vehemente desesperación mientras tocaban el cuerpo del otro. Su contacto era delirante. Al cabo de siete minutos se detuvieron jadeantes uno al lado del otro.

Entrelazaron sus manos en señal de cariño. Félix intentó controlar sus impulsos, temía asustarla. Pensó que lo mejor era parar porque apenas sabía lo que hacía. Cuando iba a levantarse de la cama, Sandra subió a horcajadas encima de él. Ella volvió a besarlo. Sintió el calor de esas familiares manos en su abdomen, por cinco segundos se perdió a sí mismo, pero estaba tan exaltado que ni siquiera cerró los ojos. No podía disfrutarlo si ella temblaba, sabía que algo no andaba bien y dejó de corresponder al beso.

—Quiero ser tu primera vez. Por favor, continuemos. —Ella intentó volver a besarlo, pero la esquivó.

—No de esta manera —aclaró, sujetando las manos de Sandra—, estás asustada, lo puedo sentir. No es necesario que hagamos esto ahora, menos así porque a mí también me espanta no saber qué hacer.

La sensatez de Félix iluminó su juicio. ¿En qué momento se convirtió en ese tipo de chica? De repente se sintió vulnerable ante él, justo como antes de aceptar ser novios. Se alejó pidiendo que la perdonara. No hizo caso al llamado de su novio y empezó a recoger las cosas indispensables para irse a la universidad. Su actitud irritó a Félix. Él la acorraló en una esquina de la habitación y besó sus labios con calma, disfrutando cada toque.

—Me encanta que seas tan cautivadora en esta relación, pero dame un poco de crédito en esto.

—Debes estar bromeando.

—No lo hago —dijo, aferrando su cuerpo al de ella—, aún sigues temblando.

—Perdóname. Actué como una insolente.

—Yo también quiero ser tu primera vez.

Aquella confesión sacudió reprimidos deseos. Félix acarició su rostro y luego agregó:

—Quiero que sea un hermoso recuerdo y no un arranque de pasión.

—Discúlpame.

—Tranquila, no tengo nada que disculparte, al contrario, yo fui quien...

—No digas eso. Yo quería seducirte — reveló, agachando la cabeza.

—¿Entonces ya no quieres seducirme?

—No.

—Me alegra escuchar eso.

—Estoy muy apenada.

—No me gusta tener que subir tu mentón para que me mires a los ojos —regañó, antes de realizar dicha acción—, no tenemos que ir tan rápido, aunque podemos divertirnos en el proceso.

Sandra acató esas palabras como las más correctas que había escuchado de él. En su deliberada insinuación precipitó sus actos y emociones. Explorar su sexualidad representaba una gran aventura, pero sabía que Félix era el indicado. No quería un romance ocasional, si se esforzaba en ello saldría lastimada porque también quería el corazón de su novio.

La vida universitaria era otro desafío. Uno de sus sueños más caprichosos era ser una exitosa licenciada en contabilidad, al igual que Samanta. Cuando era niña escuchó increíbles historias sobre las travesías laborales que Samanta lideró en esa área. Conforme fue creciendo varias veces sintió que no podría ser tan capaz como, no eran la misma persona, pero con el apoyo de Paúl y Juan supo que llegaría lejos. Seguir esos pasos la hizo sentir cerca de Samanta. Su mayor aspiración era que ella estuviera orgullosa, donde fuera que se encontrara.

Media hora después del intenso contacto Sandra fue a una cafetería, próxima a la universidad, en compañía de Félix. Disponía de pocos minutos para que su clase iniciara mas no quería despedirse, le hacía muy feliz tenerlo cerca.

—¡Increíble! Si continúas así te graduaras en menos de tres años.

—Así es —declaró ella, luego de tomar un sorbo de su café americano—, estoy libre de compromisos laborales, solo tengo que estudiar. ¿Por qué no dar muchas asignaturas?

—Entiendo tu punto. ¡Me parece genial! Cuanto más pronto te gradúes, más cerca estarás de trabajar en el Banco Central de la República.

Su entusiasmo animó a Sandra, pero lo suficiente.

—¿Y si no soy tan buena como mamá?

—Estoy seguro de que lo harás en excelencia. No tienes que desempeñar el mismo puesto que ella si no te sientes a gusto, pero sé que quieres intentarlo.

—Me encantaría.

—Entonces hazlo —incitó, regocijado—, debes aprovechar esa oportunidad como si fuera tu súper poder, sin olvidar las cualidades que te caracterizan.

—Gracias.

—No tienes nada que agradecerme, yo debería hacerlo.

—¿Por qué lo dices?

—Eres lo mejor que me ha sucedido.

—¿Siempre será así?

Cuando Sandra se dio cuenta de que hablaba en voz alta pidió perdón. Se sintió como una tonta, sabía que él procuraba cuidar su relación.

—Tienes mi palabra. Eres la coincidencia más bella que tengo.

—¿Y esa es más deslumbrante que vivir en esta hermosa capital? —cuestionó, jocosa. Quería encontrar una manera de borrar la falta cometida.

—No siempre lo principal de una cosa es lo más bello que posee.

—¿Por qué lo dices como si fuera un reto?

—Hay cosas más bellas que esta ciudad en el país. Por ejemplo, tú.

—Dices que puede existir algo más bello, ¿y si lo descubrimos?

Félix hizo a un lado su capuchino para escucharla con atención. Catalogó como tierna la forma en que Sandra cambió de tópico en la conversación. Le fascinaba que esos nervios se debieran a él mismo.

—Buscaremos un lugar en el país que sea más bello que esta ciudad. Será un trabajo individual hasta que la meta se cumpla y quien pierda lo compruebe, ¿qué dices? ¿Trato?

—Será nuestra promesa —concluyó él—, pero de antemano te digo que ese también podría ser un momento hermoso, ¿no crees?

—¿Cómo qué?

—Quizá el día que nos casemos o la primera vez juntos.

—¡Félix!

—Solo dije la verdad. No me digas que no lo pensaste.

—Debo ir a mi clase —anunció de pie.

—¡Cómo se nota que lo pensaste!

—¡Adiós!

Félix no pudo dejar de reír caminando tras ella. Se preguntó cuándo sería el momento y lugar indicado para materializar todas sus promesas. Estaba ansioso por vivir el nuevo inicio que representó ingresar a la Academia de Aviación, que Sandra fuera su novia perfeccionaba la dicha que sentía. Por ella se propuso erradicar el despecho que lo caracterizaba, en especial el que tenía contra Francisco. No podía asegurar que tenían una excelente relación parental, pero sí deseaba permitirle formar parte de su vida, pues Francisco le demostró que había superado muchos errores al igual que él mismo. Y aunque Irene fue firme en su decisión de no volver con él, tampoco quería odiar al padre de su hijo, ella y Félix continuarían sin mirar atrás. 

Amigos IncondicionalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora