El baile

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La pastilla no tardó en hacerme efecto. Me hizo flotar, me hizo ver colores como nunca, me hizo sentir envidia de los cuerpos que bailaban unos contra otros.

Me encontré a mi misma en medio de la pista de baile. No sabía cómo había llegado ahí, pero tampoco me importaba. Sólo me preocupaba sentir otros cuerpos contra el mio, no sabía contra quien bailaba, no sabía contra cuantos me frotaba. Pero daba igual.

A nadie parecía preocuparle estar con unos y con otros, todos bailábamos juntos, por eso desde fuera se veían tan acompasados. Cualquier persona que veía estaba por encima de mis expectativas de belleza. Así que me sentí totalmente a gusto con las manos que me rodeaban y me tocaban, las bocas que probaban mi cuerpo y mi escote. La pastilla había hecho su efecto, no tenía conciencia ni de quién era, pero lo único que importaba era lo que sentía en ese preciso momento.

 Tenía la misma sensación que había tenido anteriormente con Derek, todos mis sentidos estaban enfocados en sentir a los demás, y esa sensación, era adictiva.

Seguí bailando entre los cuerpos.Cada vez notaba más manos que exigían mi atención, si perdía el equilibrio y me inclinaba ligeramente siempre había otro cuerpo que me recogía y me pegaba a él. Me sentía en la gloria.

Conseguí enfocar la vista y vi delante mía a dos chicos rubios que miraban con pillería mis pechos, y que no se cortaban en sobar. Uno de ellos alzó la vista y me dedicó una sonrisa pícara mirándome con sus ojos avellana. Le sonreí y apoyé mi cabeza contra el hombro de otro chico que me sostenía por detrás, cuyas manos agarraban firmemente mi cadera y se acercaban a acariciar mi entrepierna por encima del vestido. Mientras, el chico de la sonrisa juguetona se adelantó a besar mis pechos, y el otro rubio atacó mi cuello a besos. 

Me incliné un poco para ver a quién tenía detrás y me encontré una intensa mirada gris. Aunque todos ellos eran muy guapos, seguía habiendo algo en Derek que no me dejaba olvidarle, y sin embargo, este chico de curiosos ojos grises, casi consigue alcanzarlo.

-¿Quién eres?- Le pregunté con necesidad de saber más acerca de tal divinidad.

-Soy Jack, preciosa.

Y me calló con un húmedo beso.

Al separarnos fue uno de los rubios el que exigió mi boca, y luego el otro, y luego otro hombre más. Y así hasta lo que me pareció el infinito. No sabía cuanto tiempo llevaba así, ni a cuantas personas había besado, pero no importaba, solo quería más.

El rubio picarón estaba comiéndome la boca mientras otras manos y bocas ocupaban el resto de mi cuerpo, cuando Jack, que nunca se separó de mi espalda me susurró al oído.

-¿Quieres que nos vayamos a un lugar más cómodo?

Sentí su erección contra mi culo, y no pude soportar más mi propio calor.

Asentí con la cabeza. No supe para cuantos estuvo dirigida esa pregunta, ni para quienes mi aceptación.


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