Introducción.

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{MULTIMEDIA: Violet Dark}

Se despertó entre escalofríos. La colcha estaba colocada a sus pies. No eran pocas las noches que acababa durmiendo con lo puesto, haciendo un montón con las sábanas y mantas, dando mil y un giros para concebir el sueño. 

  "Hacía meses que no dormía bien —se dijo para sí— si es que se puede decir que alguna vez lo hice."

Todo empezó con las continuas mudanzas por las que había pasado en el último año y medio, viajando de aquí para allá a causa de los traslados de su padre. Cuatro cambios de instituto y cada vez le era más complicado "adaptarse" en el sentido completo de la palabra, por lo que prefería simplemente pasar desapercibida.

Pero eso no era fácil, siempre era el centro de las miradas, la "mascota" del instituto, el blanco de todas las bromas y chismes; aquel bicho raro del que se inventaban el pasado, los motivos de sus días y venidas y cuyas mentiras no se acercaban si quiera  a la realidad. 

Algunos afirmaban que había tenido un lío con algún profesor, otros que iba tan borracha y drogada a clase que los profesores terminaron hartándose de aguantarla. Otros incluso decían que sus padres eran agentes secretos por lo que no podíamos permanecer más de unos meses en una ciudad. 

Los más imaginativos creían (o querían creer) que era un testigo protegido con un pasado más oscuro que su nombre.

Todos ellos hacían más fantástica y estúpida la vida de Violet Dark, que no era más que otra chica solitaria entre un millón de extraños, tímida y desilusionada que tan sólo buscaba "encajar".

Pero, qué iba poder hacer ella. Sólo podía esperar. Esperar a que los chismes se esfumasen, esperar a que en "su" nueva ciudad se cansasen pronto de ella y la dejasen regresar a su vida de ensimismamiento, donde sólo ella importaba, y a veces ni si quiera eso.

-¡Violet! —se oían los gritos de su madre desde la cocina.— ¡Vas a llegar tarde!

"Madre", o como ella prefería llamarla, Lydia. (Pero no por qué no aceptase la relación que tenía con su padre, si no por lo extraño que se le hacía denominarla así cuando apenas aparentaba diecisiete o dieciocho años.) 

Sus gritos no hacían otra cosa que darle más ganas de taparse la cabeza con la almohada hasta que todo acabase. 

Pero Lydia no iba a darse por vencida ni iban a cesar sus gritos.

Causa perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora