Capítulo 1: Primer día.

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{MULTIMEDIA: Lydia Peitz}

Con movimientos pesados y perezosos consiguió salir de la cama. Las sábanas se le enredaron en los pies y le hicieron perder el equilibrio pero consiguió recobrarlo antes de golpearse contra la mesita de noche.

Con desgana se dirigió a la silla del escritorio y cogió la ropa que había elegido y colocado allí el día anterior.

Una camiseta del disco 21st Century Breakdown con las mangas tan recortadas y desgastadas que dejaban a la vista sus pálidas costillas.

Una falda roja, del color de la sangre recién salida de las venas, del color de las primeras rosas de marzo.

También habían sido elegidos sus zapatos favoritos, unas Dr Martens granates clásicas, de las que se había enamorado a primera vista y de las que no se había separado desde que las compró hará más de un año.

Se dirigió al espejo, donde decoró sus ojos con un lápiz de ojos negro, exageradamente, como a ella le gustaba.

Le daba igual si quisieran juzgarla por cómo iba, ella era lo suficientemente madura e inteligente como para no dejarse influenciar por las modas nunca más o por importarle el "qué dirán".

  "Qué más da encajar, es sólo un maldito Instituto."

Violet recogió su horario del instituto y lo miró, observando cada asignatura y cerciorándose al mismo tiempo de que tenía todo lo necesario para las clases.

Una vez hecho, comprobó el reloj despertador, que nunca usaba, ese que estaba en la mesita, para comprobar que le quedaban diez minutos escasos para su primer día de clase.

Sin darse prisa recogió su chaqueta (una chaqueta de cuero con, no pocos, parches de algún u otro modo relacionados con el mundo de la música.) y su bolso, el cual usaba de mochila. Cogió también las llaves de casa y se dirigía a la puerta cuando Lydia se atravesó ante ella.

-¿A dónde vas? No has desayunado. —dijo ella—

A lo que Violet le contestó con un gruñido, respuesta que no era lo suficientemente aceptable para Lydia.

-Al menos deja que te lleve —dijo cogiendo las llaves de su Mercedes recién salido de la revisión.—

-Ya sabes lo que pienso de los coches, así que...—comenzó a decir Violet—

Pero antes de que pudiera acabar la frase Lydia la interrumpió:

-Le he hecho unos cuantos arreglitos y la capota ya está a punto, no puedes usar tu claustrofobia y tus mareos como excusa.

Y con un bufido de refinamiento, Violet término aceptando.

Con desgana caminé tras Lydia hacía el coche.

A medida que ésta conducía y que los primeros rayos de sol atravesaban el parabrisas se podía observar con claridad su ascendencia alemana.

Ésta era más visible cuánta más luz del sol la cubría.

Lydia tenía una piel pálida, pero no ese tipo de palidez que da grima mirar, increíblemente tersa y acompañada de una melena rubia ceniza con toques pelirrojos.

Unos ojos enormes color miel y alguna que otra peca le daban el toque final a su belleza haciendo imposible pensar que esa mujer pudiese tener más de veinte años y menos aún tener un hijo de casi diecisiete años.

Dejé de acosarla con mis miradas para contemplarme a mi misma en el espejo del copiloto.

Todo rasgo que pudiese hacer pensar a la gente que tengo descendencia alemana se encontraba camuflado, por no decir extinto, entre los rasgos americanos de mi padre, convirtiéndome en una chica de lo más corriente.

Causa perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora