Capítulo 6

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—¿Qué planeas hacer? —preguntó Natsume a la chica que, aunque ya no lloraba, no se tranquilizaba del todo.

Amy miró al cielo, permitiendo a su acompañante ver como un par de cristalinas gotas abandonaban sus hinchados y rojos ojos para deslizarse por sus enrojecidas mejillas y escurrirse por ese mentón que temblaba mientras la chica apretaba los dientes.

—Voy a irme —dijo—, no tengo razón para quedarme —y volvió a llorar a pesar de estaba cansada de hacer eso.

Pero estaba desolada, había perdido absolutamente todo lo que tenía. Eso era demasiado doloroso.

—¿A dónde? —preguntó el joven y ella negó con la cabeza.

No tenía a donde ir, pero eso no era demasiado problema. Había pasado años andando sin rumbo fijo por un par de años, buscando algo que estuvo siempre en su casa. Tanto su familia, como su verdadero padre.

»Tengo un amigo, puede ayudarte mientras te estableces, y yo podría prestarte dinero —ofreció el chico—... o podríamos pedirle a los Fujiwara que te dejen quedarte en lo que terminas la preparatoria y...

—No —interrumpió Amy—, no puedo pedirles nada después de todo lo idiota que he sido.

—Ellos son tus padres —recordó Natsume.

—Pero no lo recuerdan —replicó la chica de cabellos platas—. Igual no te preocupes, me las arreglaré —aseguró Amy, poniéndose de pie, tallando sus mejillas para deshacerse de las lágrimas y respirando tan profundo que en serio parecía el fin del llanto—. Voy a estar bien —dijo con una sonrisa tan triste que Natsume no pudo creerle.

—Bien —dijo el chico tomando la mano de Amy y arrastrándola hasta la casa de los Fujiwara.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Amy justo antes de que Natsume lograra entrar y llevarla consigo.

—Vamos a hablar con los Fujiwara —explicó sin permitir que la chica se zafara de su agarre.

—Dije que estaría bien —repitió Amy—. Puedo hacerlo sola, no necesito que me ayudes.

—No tienes a donde ir —le recordó Natsume.

—Siempre ha sido así —mencionó la chica aun forcejeando con el castaño que no le soltaba.

—No es cierto —refutó él—. Siempre te fuiste segura porque tenías un lugar a donde volver, no importaba a donde fueras porque siempre estaba tu hogar seguro, pero ahora es diferente...

—¿Por qué me estás ayudando? —cuestionó la ahogada voz de la chica.

—Porque no puedo dejar que la preciada hija de las personas que me dieron acopio, un hogar y una familia, la pase mal y también porque...

*

—¡¿Qué?! —gritaron todos dentro de la casa, incluso la chica que miraba, igual que los Fujiwara, a Natsume—. Lamento esto, Touko san, pero de verdad necesitamos su ayuda.

—¿De verdad tus padres te echaron? —preguntó la mujer a la chica.

—¡No! —dijo la chica y ahora todas las miradas estaban sobre ella.

—¿Huiste de casa? —preguntó Shigeru—. ¡Takahashi, no puedes robarte a una chica de prepa de su casa!

—¡No! —volvió a decir Amy y, después de suspirar, recitó un conjuro para eliminar los últimos cinco minutos de conversación de la mente de los presentes.

—¿De verdad tus padres te echaron? —preguntó Touko y la chica asintió, terminando con la cabeza gacha y los ojos desbordantes de lágrimas. Internamente se sentía terrible por decir tales cosas de ellos, pero esa era la mejor respuesta—. ¿Qué pasó?

—Yo... No quiero hablar de eso, solo será esta noche, por favor, permítame quedarme solo esta noche, mañana buscaré que hacer —pidió la chica pensando que, si podía estar otro segundo en compañía de esos que amaba y que no le recordaban, se aferraría a ello.

—Está bien —dijo Shigeru sintiendo como un doloroso hueco se abría en su corazón. Aun sin recordarla, saberla en mal estado le partía el alma.

—Preparemos una habitación —dijo la mujer jalando a la peliplata consigo.

»¿Estás bien? —preguntó Touko una vez que ambas estuvieron a solas, esa chica tenía la expresión de alguien que pasaba por más de lo que contaban y, aunque sabía que no era la más indicada para intervenir, sentía que no debía dejarla sola.

—No lo estoy —confesó Amy—. Esto es lo peor del mundo. Ahora no tengo un lugar a donde volver, no puedo ir a casa de mis padres después de todas las idioteces que hice... aunque creo que es justo que no los vuelva a llamar, y que no me amen, me duele mucho, porque ellos son mis padres y los adoro.

—Oye, ellos te echaron y tú los adoras... ¿Segura que no quieres volver a casa?, puede que solo estuvieran molestos y ahora se arrepientan de las palabras que usaron contigo.

—No, no puedo hacerles eso. No soy una buena hija, no necesitan a alguien como yo.

—Los padres siempre necesitaran a sus hijos —dijo la mujer empujándole a llorar de nuevo—. Intenta hablar con ellos, intenta regresar. No importa que tan malo sea lo que hayas hecho, ellos te van a perdonar —aseguró la mujer y dejó a la chica en esa habitación que ahora le prestaban, pero que por muchos años había sido suya.

—Les arrebaté a su amada hija —susurró una vez a solas—, no me pueden perdonar porque ni siquiera lo recuerdan.


Continúa...

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