Capítulo ocho

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El dolor se apoderaba de mi corazón; verla trancar la puerta a mis espaldas, actuando de manera orgullosa como jamás la había visto actuar, era una cuchillada en el lado izquierdo de mi pecho.

Agarré un taxi y traté de prepararme mentalmente a lo que venía, pero la imagen de Camila llorando al haberme encontrado me confirmaban que había cometido un error, yo no debía estar con Luis. Le había dicho que sí, ¿por qué? ¡¿POR QUÉ?!

Llegué a mi casa y me encontré con una mini reunión familiar en el sofá, incluso había un representante del management, todos me vieron al llegar como si me hubiese ido durante un mes y no por unas simples horas.

¿Dónde estabas? - las palabras de mi madre fueron las primeras en sonar - ¡ESTÁS CASTIGADA UN MES!

- Clara, cariño, cálmate - mi padre me miraba fijamente, como si descubriese el dolor en mis ojos color agua - hija, ¿puedes decirnos qué pasó?

Mis hermanos no decían nada, me miraban con menos preocupación y más curiosidad. Mi hermana sabía qué era necesitar un tiempo a solas, así que me miró y me dedicó una sonrisa.

- Yo, estemm... - ¿Qué les iba a decir? No quería hablar frente a un personal de staff, así que le miré a los ojos fijamente para darle a entender que era presona non grata - Ya estoy acá, así que supongo que es un momento familiar.

- Excelente, yo me retiro - se despidió con un gesto respetuoso - buenas noches.

- Buenas noches - yo miré fijamente a mis padres y sentí el nudo en mi garganta - lo siento, no sabía que se preocuparían tanto... Yo... ¿No puedo estar a solas?

Mis padres se miraron sorprendidos a los ojos, ¿Lauren Jauregui tragandose su orgullo? Imposible, mi madre con los ojos aún llenos de lágrimas asintió con la cabeza y me dejó ir al cuarto.

En lo que cerré la puerta del cuarto el mundo se me vino encima, ¿sabrá alguien lo que es de verdad sufrir si no ha sufrido por amor? No lo creo. El dolor que sentía en mi pecho, esa presión tan cruel en mi corazón, no tiene nombre, no tiene descripción válidad; si nunca te han aplastado el corazón mientras te golpean las sienes con un martillo y te pasa un carro por encima, entonces no me entiendes. El espejo de mi cuarto, en el que me veía reflejada mientras estaba tirada en el piso sin fuerzas, me hizo cuestionar mis ojos.

¿Qué había hecho? Joder, ¿por qué había lastimado así a Camila? 

La imagen de sus ojos marrones, llenos de lágrimas y de dolor, me perseguía. La había visto ahí, tirada en el suelo, y no había podido ayudarla... Su mirada de odio, de sufrimiento, me habían paralizado. Lo peor de todo es que me había pedido que me fuera, que me alejara de ella... Camila no quería verme, no quería estar conmigo...

La chica con los ojos más hermosos del planeta, con el corazón más grande y dulce que había conocido, no quería estar conmigo. Las lágrimas mojaban ya mi cabello, y yo veía al limpiarme cómo ese rio negro de tristeza manchaba mi piel blanca. No podía dejar de llorar, aunque sabía que debía de hacerlo.

Me dolía, cómo me dolía, y sabía que si me dolía así solo podía significar una cosa: estaba enamorada de Camila.

¿Y cómo no iba a estarlo, cómo podían no amarla todas las personas a su alrededor? Si su sonrisa era siempre tan sincera, y tan clara como una mañana de verano; no entendía como no podía adorarla alguien después de oir su risa, y es que era tan bonita como su nariz... Porque, dios mío, que bonita era su nariz ¡y cuando la arrugaba! 

Es más, si alguien no la amaba era porque no se había fijado en sus labios; esos voluptuosos labios rosados, tan suaves en realidad como en apariencia... O porque no había escuchado su voz, ese sonido tan dulce y armónico.

Para no amar a Camila había que no conocerla, o pasarla por alto totalmente, porque todo en ella era hermoso: Camila Cabello era la obra más hermosa de la naturaleza.

Mis lágrimas no paraban de recorrer mi rostro porque el dolor, el dolor de querer en secreto, inundaba mi alma. Quería tener a Camila solo para mí, porque aparentemente yo era la única que me había dado cuenta de lo especial que era... Pero yo era la que menos se merecía su amor.

Y es que solo en un mundo paralelo alguien como Camila, así de hermosa y especial, me pertenecía.

¿Cómo podía describir lo que ella me hacía sentir?

Incluso en un día normal su risa era más refrescante que la brisa, y el sonido, de las olas en una playa al amanecer. Su piel, cuando rozaba con la mía, era como una descarga eléctrica que terminaba en un calor similar al que te deja una chimenea encendida. 

Sí, locamente enamorada de Camila... Pero que imposible no estarlo. 

Su sonrisa, blanca y amplia, me hacía sonreír; sus sueños impulsaban los mios... Su tristeza era la mía, pero lo que es más importante: su felicidad era mi felicidad. Así que sí, tenía que reconocerlo: amaba a Camz, pero ella se merecía mi amor.

Mis lágrimas se detuvieron, limpié el rimel de mi cara, me levanté y decidí que ella valía más que mi vida así que iba a luchar por ella.

Quererte en secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora