Capitulo 1: la profecia

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Año 1103 de nuestra era.

En un recóndito lugar, al oeste de las escarpadas montañas Vanox. Se erigía el poblado de las Suvaris. Uno de los cinco clanes gitanos. Ellas tenían el deber de proteger  y formar la siguiente generación de sumas sacerdotisas. La matriarca de este clan, Madame Herecia, era una mujer ya entrada en años que a pesar de eso tenía las carnes bien firmes, un largo cabello donde se veían algunas canas y unos ojos vidriosos que denotaban el paso del tiempo. Ya no era una chiquilla pero seguía resultando atractiva a muchos hombres. Era visitada frecuentemente por los jefes de otros clanes, así como por brujas, mendallas, humanos errantes y algún que otro ser parlante. Era muy venerada su sabiduría, tanto o más que sus poderes. Tenía el don de la premonición o clarividencia, también contaba con otros poderes como el de leer la mano, los pozos de té o la lectura de cartas, estas artes eran las que tenía que enseñar a las jóvenes Suvaris, así como el buen manejo de sus poderes. Sus clientes se contaban por centenares.

Owin un hombre orgulloso y déspota era el jefe de una tribu de cazadores de seres demoniacos, como los llamaba el, quería desposarse con Herecia. No porque la amara o la encontrara hermosa, que lo era. Sino para que el poder que corría por las venas de la mujer formara parte de su cruel descendencia. Su idea era que su linaje aprovechara ese poder para expandir su reinado de terror sobre aquellas criaturas que bajo su punto de vista, eran una abominación para este mundo.

Muchas fueron las ocasiones en que se presentó ante ella con regalos majestuosos y falsa humildad para que aceptase casarse con él y muchas las negativas que ella le dio. Gracias a su poder de clarividencia había visto lo que pasaría si llegara a sucumbir ante él. La imagen de un mundo vasto y vacío de vida, siempre bajo una noche eterna le destrozaba el corazón, debía evitar a toda costa que esa visión se volviera realidad.

Llegaba el verano y con él, el Sabbat, el solsticio de las brujas. Todos los seres mágicos y criaturas estaban invitados, era la mayor celebración del año.  Las brujas conmemoraban así a la primera madre, Ertfin. La deidad que había dado vida al mundo y otorgado a unos pocos privilegiados el don de la magia. Antes de que empezara el ritual se habían congregado un gran número de diferentes especies. El gran claro del bosque Blackburn era el lugar de reunión. Allí estaban ya los cinco clanes de gitanos y los tres aquelarres de brujas, las de los ríos helados, las del sur y las del norte. Los Mendallas y las Infulas, los Gowins y los Escaros, pero aún faltaban muchos por llegar. Se fueron agrupando alrededor de la enorme hoguera. Las brujas Oymich del aquelarre del sur, hablaban apaciblemente con sus hermanas gitanas del clan Suvari. Los miembros del clan Comaní, cuyas mujeres poseían el poder de la fertilidad, solían hacer de comadronas, y los hombres de sanadores pues poseían el de curación, estaban sentados sobre la hierba con las manos extendidas sobre el suelo, entonando canticos en su lengua. Los Mendallas, montañeses del norte, hombres altos, corpulentos y fuertes. Que podían aguantar las temperaturas más bajas, sin mostrar síntomas de fatiga o hipotermia. Eran los que estaban más alejados del fuego, en la linde del claro con el bosque, conversando con las Infulas. Mujeres exageradamente atractivas, que atraían a los hombres incautos al corazón del bosque, para alimentarse de sus recuerdos. Muy cerca de ellos se encontraban los Gowins, pequeños seres de piel gris y rugosa, que continuamente eran confundidos con piedras. Jugando con las llamas del fuego estaban los Escaros, unas criaturas con aspecto de escarabajo y de intenso color rojo escarlata, tremendamente poderosas que se sentían atraídas por el calor. Los demás estaban esparcidos por el claro hablando unos con otros, los Omenaquis, un clan gitano del este, que poseían el poder de la transmutación. Los Burnaní, otro clan gitano, pero estos de los valles del sur, sin lugar a dudas eran los más pacíficos, pues eran capaces de proyectar sus ideas y pensamientos en las mentes de los demás. Los Ranmaní, el clan de los parajes del norte, cuyo poder residía en los elementos y como no los aquelarres de los ríos helados, las brujas Skailín y el aquelarre del norte, las brujas Pyrannes.

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