Capitulo 2: La elegida

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Año 1342 de nuestra era.

Hacía más de 200 años desde que Madame Herecia proclamase aquella profecía. Solo unos pocos creían ya verdaderamente en ella. Y solo unos pocos de los que estuvieran presentes aquella noche, seguía con vida.

La historia se propago rápidamente por toda la tierra, pero pronto la historia se convirtió en mito y el mito, en leyenda. Los únicos que realmente creían y buscaban a la niña de la profecía eran aquellas seis mujeres, las sucesoras de la orden de Herecia. Pues después de aquel acontecimiento aquellas seis brujas y gitanas habían creado una orden secreta, para llevar acabo el cometido que la suma sacerdotisa les había hecho prometer.

 Los cazadores habían hecho estragos en la comunidad gitana en todo ese tiempo. Herecia solo había sido la primera de una larga lista de asesinatos sin compasión. Owin había intentado dar caza a los que habían presenciado el incidente en el solsticio de las brujas. Al no poder darles muerte a todos, decidió centrarse en la comunidad gitana. Se presentaba en los pueblos donde residían y mataba mujeres, niños y todo aquel que se pusiera por delante. Obligando a los supervivientes de aquellas matanzas a ser nómadas.

No podían quedarse mucho tiempo en un mismo lugar, pues Owin y sus hombres llegaban para arrasarlo todo a su paso. Al no tener tierras donde poder cultivar se vieron forzados a enseñarse unos a otros lo básico de cada magia. Los Ranmaní enseñaron  a los demás como llamar a la lluvia o al viento. Los Burnaní como proyectar una idea sutil en la mente de alguien. Los Comaní como sanar heridas superficiales. Los Omenaquis como transmutar pequeños objetos. Y las Suvaris como leer las cartas, las manos o las hojas de té. Les costó mucho aprender a usar la magia de los otros clanes, pero era la única forma de poder sobrevivir.

En sus carromatos llevaban lo indispensable, ropa, hierbas y algún que otro utensilio que pudiera serles útil. Dejaban los carros en los bosques, donde fuera difícil de encontrarlos y se acercaban a las aldeas ofreciendo su magia a cambio de unas monedas. Ofrecían a los ciudadanos leerles el futuro, causar lluvia para que las cosechas no se perdieran, sanar heridas, etc. Cuando llegaba la oscuridad se internaban de nuevo en los bosques donde sabían que los hombres y mujeres jamás se atreverían a llegar.

Los clanes tomaban muchas precauciones para no ser encontrados por los cazadores, pero aun así siempre se topaban con algún regimiento. Si no eran rápidos en huir, acababan todos muertos.

En un pequeño asentamiento ocupado en su mayoría por gitanos de diversos clanes. Había dos mujeres en avanzado estado de gestación que hablaban de sus futuros hijos. Como serian, como los llamarían, etc. Hablaban sin miedo, pues no recordaban las palabras dichas por Madame Herecia tantos años atrás. No les importaba que la profecía estuviera próxima a cumplirse, pues esa noche las constelaciones de las tres sumas sacerdotisas gitanas; Deivin, Siunyan y Feyreen, se alinearían al fin con los planetas.

El único temor que residía en sus corazones era que llegaran los cazadores negros. Hombres sin escrúpulos que torturaban y mutilaban a sus víctimas. Algunos eran descendientes de Owin y otros, simples hombres que compartían su visión de un mundo sembrado en tinieblas, y que disfrutaban notoriamente de su trabajo. Ya casi nadie recordaba el porqué de aquella cacería, solo sabían que debían huir de ellos.

En una pequeña choza, alejada del resto, estaba alojada Anna, la matriarca de lo que quedaba del clan Comaní. Hacia un par de días que había llegado al campamento, la habían llamado para que hiciera de partera a dos embarazadas. Estaba previsto que una pariera en esos días, mientras a la otra aun le faltaban unas semanas. Estaba cenando tranquilamente cuando un hombre alto y moreno apareció por detrás de la lona que tenía a modo de puerta.

—Rápido venga—dijo aquel hombre. Estaba sudoroso y tremendamente sobresaltado—mi mujer está a punto de parir. La necesitamos urgentemente.

Anna se fue a por su bolso, donde guardabas unas hierbas y a por todo lo que necesitaría para la intervención.

—Toma lleva tú esto—le dio una palangana y unos trapos para que los cargara.

Hizo que llevaran a la parturienta a un pequeño claro del bosque, cerca de un arroyo de agua cristalina. Allí fue esparciendo ramitas y hojas formando un gran circulo, estaba preparando una pequeña hoguera cuando dos hombres llegaron cargando a la mujer embarazada. Se acercó hasta el arroyo y lleno una vasija con agua, donde mezclo algunas de sus hierbas. Ordeno al marido de la gitana que llenara una olla con agua y la pusiera al fuego. Después de eso los dos hombres debían marcharse, dejándolas solas.

Estando ya solas Anna le dio de beber pequeños sorbos del agua que había preparado con las hierbas. La mujer era reacia a beber aquello y a la comadrona no le quedó otra opción que contarle para que era.

—Esto te ayudara, no seas necia bébetelo—. A la fuerza le hizo dar pequeños buches mientras seguía explicándole. — Evitará que tengas dolores y lo más importante, que te desangres al parir. El círculo que he formado a nuestro alrededor es un círculo místico, tiene mucha fuerza y su magia evitara que interfieran los malos espíritus y los demonios de la noche.

En menos de una hora la mujer dio a luz una niña preciosa. Mientras lavaba a la niña con el agua caliente de la olla, oyó unos gritos de mujer y los pasos de varios hombres acercándose.

—TRAEMOS A LA OTRA—gritaban al acercarse— TAMBIEN SE A PUESTO DE PARTO Y SANGRA MUCHO.

La gitana entrego él bebe a su madre y hecho más hierbas al agua, pues  sentía que con esta el brebaje debía ser más concentrado. Los hombres acomodaron a la nueva mujer dentro del círculo místico. Se quedaron por si la matrona necesitase su ayuda. Pero ella los hecho, diciéndoles que se llevaran a la madre y su hija con ellos.

Le dio de beber como a la otra, está no se negó y en apenas unos segundos quedo inconsciente. Anna se puso a trabajar inmediatamente. A esta le faltaba al menos unas semanas para parir, no entendía como se había adelantado el parto. No dejaba de sangrar, lo que asusto a la experta mujer.

Aun inconsciente la mujer hacia fuerzas y empujaba, facilitándole el trabajo a Anna. En apenas unos minutos pudo ver una cabecita asomar por la entrepierna de la embarazada. Metió sus manos expertas y poco a poco fue sacando a la criatura. Mientras salía se fijó en que, en el cuello y la espalda tenía unas extrañas marcas. Cuando hubo salido del todo y hubo cortado el cordón que la unía a la madre. Fue a limpiarla como a la otra, pero lo que descubrió en la piel de aquella niña, la dejo atónita.

Miraba al cielo y a continuación a la niña. Repito este gesto varias veces pues no podía salir de su asombro. Desde el nacimiento del pelo hasta la parte inferior de la espalda tenía una serie de marcas, que se asemejaban a las constelaciones de Deivin, Siunyan y Feyreen. Por fin había nacido y había sido ella la que había ayudado a traerla al mundo. Era la niña de la profecía. No cabía en sí de gozo, como había predicho Madame Herecia llegaba a ellos cuando más la necesitaban.

Su pueblo cada vez estaba más diezmado. Frente a Anna se habría ahora un problema ¿Qué iba a hacer? ¿Se la entregaría a su madre? Una mujer que no creía en la profecía. Probablemente la criarían como a otra cualquiera y ella no podía permitir eso. Esa niña estaba destinada a hacer grandes cosas y si seguía con su familia no llegaría muy lejos. Seguramente los cazadores estarían buscando ya a todos los niños que hubieran nacido esa noche para matarlos. Ellos no olvidaban las palabras de Herecia y creían fervientemente en ellas. No podía permitir que aquella niña pereciera en las manos de aquellos perversos hombres, solo porque su madre no creyera. El problema estaba en como haría para llevarse a la niña sin levantar sospecha, no podía irse sin más. Tampoco podía decirles que él bebe había nacido muerto, reclamarían un cuerpo para darle entierro.

Se acercó a la madre para ver como estaba, debía seguir atendiéndola. Después pensaría en como haría para quedarse con aquella niña. Como si sus plegarias fueran escuchadas, la mujer seguía haciendo fuerzas. Anna se puso entre sus piernas y observo como aparecía otra cabeza. La mujer llevaba en su vientre dos hijos. La ayudo a sacarlo y comprobó que este era un barón. Se convenció de que la diosa Ertfin y las sumas sacerdotisas lo habían orquestado para que pudiera llevarse a la elegida.

Minutos más tarde aparecieron tres hombres. Uno de ellos era el marido de la parturienta. Con una inmensa alegría le entrego a su hijo y le dio instrucciones para que cuidara de su esposa una vez despertara. Les aviso de que esa misma noche partiría, pues otras mujeres necesitarían de su experiencia. Los acompaño hasta el campamento y se dirigió hasta su choza una vez que hubo comprobado que las mujeres y sus hijo estuvieran bien.

Antes del amanecer recogió sus pertenecías y se dirigió al arroyo. De entre la maleza saco un revoltillo de mantas. En su interior la elegida dormía plácidamente.

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