✖Narración✖

627 105 30
                                    

Desde que era niño, Yao no recordaba haberse sentido tan emocionado un 25 de diciembre. Y aunque aquella fecha siempre representó una gran parte de sus mejores recuerdos, había despertado con las expectativas de que aquel superaría a todos sus gratos recuerdos.

Apenas pudo dormir unas cuantas horas, cosa que su rostro reflejaba en las pequeñas ojeras bajo sus ojos, que en gran contraste, parecían reflejar la luz del sol.

Había acordado reunirse con Iván a las tres de la tarde, un corto rato, pues cada uno debería pasar ese día en familia y no podrían verse mucho tiempo, entonces ya contaba las horas.

Y allí, en la cocina ayudando a preparar la cena que servirían a la noche, una radiante sonrisa daba a relucir todo el optimismo que sentía en su corazón. Incluso si no era lo que esperaba, nada más el hecho de recibir un par de palabras de Iván sería suficiente para hacer de aquel un gran día.

Perdido en sus pensamientos, un descuido dio a parar a su dedo.

—¡Aiyaa!—tiró el cuchillo hacia un lado y miró como la sangre brotaba de la herida.

—¡Aniki! ¿Estás bien?—Se apresuró a decir su primo, quien corrió al instante de escuchar la queja a su lado.

Yao, por su parte, siquiera subió la mirada, mientras que colocaba su mano herida en el fregadero, con una expresión de molestia veía la sangre correr junto con el agua.

—Si, si... estoy bien aru—dice—, no te preocupes.

Entonces le dio una sonrisa de confianza.

Mientras que Yong Soo respondió con una mueca de desconfianza.

—¿Estás seguro?—insistió.

Yao lo miró, dudoso, y asintió con la cabeza.

—Sólo fue una pequeña cortada, ¿ves?

Yong Soo suspiró, aumentando el desconcierto en Yao.

—No hablaba de  eso Da-ze—y dio una extraña mirada de seriedad.

Frunciendo el ceño, Yao cierra la llave, sacude un poco el exceso de agua y se aleja.

—Deja de decir tonterías aru.

A ciencia cierta, su primo había estado insistiendo todo el día en que algo estaba mal con él.

*

Caminando hacia su destino, un chispazo de incertidumbre echaba raíces en su pecho. Sus pasos eran acompañados de un sinfín de conjeturas que su mente creaba a diestra y siniestra, fue algo tortuoso para Yao no saber qué esperar, pero a la vez lo llenaba de alegría el tener certeza de que, fuese lo que fuese, si se trataba de Iván, lo haría feliz.

Y para gran contraste, cuando lo vio, su mente pareció apagarse por completo.

Su corazón se disparó, y comenzó a latir a gran velocidad, el calor subió a sus mejillas y una sonrisa inconsciente se dibujó en su rostro.

Allí estaba, sentado de espalda.

Habían acordado reunirse en el pequeño parque que daba hacia el centro de la ciudad, y sentado en una banca frente al césped, Iván aguardaba por él.

Tomando aire, y ajustando el agarre a la bolsa que sostenía en su mano, Yao se dio valor y prosiguió su camino, pensando por un par de segundos que, no recordaba el momento en el que se detuvo.

Cuando dio con los ojos de Iván, aquella sincera y entusiasta sonrisa se vio reflejada en el rostro del ruso.

Se saludaron, como solían hacer casi todos los días, y ya sentados uno al lado del otro, el ruso sintió la necesidad de finalmente decir todo lo que se había prometido hacerle saber, pero justo cuando se armó de valor para hablar, fue interrumpido.

—Quería darte algo aru.

Y cuando volteó a verlo, Yao sonreía con un notable rubor en sus mejillas.

Asintiendo, sin pronunciar palabra alguna, sólo esperó expectante.

Ofreciendo la bolsa y sintiendo todo rastro de valor dejar su cuerpo por unos instantes, la mente del chino había gritado cuanto pronóstico pesimista, y el propio Yao había hecho un inmenso esfuerzo por acallar esa voz, mientras que los segundos en los que Iván tomaba la bufanda en sus manos se habían hecho eternos.

Entonces, al tantear la suave lana de la bufanda con sus dedos, Iván sonrió con ternura.

Y Yao pudo finalmente recordar como respirar de nuevo.

—Sé... que no es la gran cosa—dejó la frase en el aire, esperando una respuesta.

—Así que si la terminaste.

Aquella frase fue como un balde de agua helada.

De inmediato, Yao abrió los ojos de par en par, despegando los labios para hablar y cerrándolos al instante.

—¿C-cómo... cómo lo supiste aru?

Era imposible... él no se lo había comentado a nadie, ¡siquiera a Arthur! Sólo se había podido enterar de una sola forma...

Iván calló, parpadeando un par de veces y percatándose de su error.

—Yo...

—¡No me mientras aru!—Se levantó, transmitiendo todo el rencor, tristeza y rabia que había podido sentir con su más filosa mirada—, lo leíste...—miró hacia el suelo, incrédulo por un instante, para luego levantar la vista, ofendido—y lo supiste todo este tiempo.

Colocándose a su lado, ahora también de pie, el ruso hizo su mayor esfuerzo por enmendar su error.

—Yao, escúchame.

—No—le dio la espalda, con un nudo en su garganta sumado a unas inmensas ganas de llorar y quebrarse allí mismo, mas no lo hizo, él no lo merecía—, no se si pueda verte a los ojos siquiera.




Another School Romance. [RoChu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora