Día 1,095

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Tres años de su partida y siento el mismo dolor quemarme por dentro. ¿Es que nunca podré seguir con mi vida? Disfrutar como cuando él estaba, solo que sin él.

Lo primero que hice al despertar fue entrar al baño para prepararme y así poder ir a casa de Soledad bien temprano, y acompañarle por varias horas.

(...)

Al bajar a la sala ya todos me esperaban, y me miraban como en espera de que comenzara a llorar, -incluso yo esperaba mi habitual reacción de avalanzarme a los brazos de mi hermano- pero no sentí esa necesidad. En cambio, me sorprendí bastante cuando de mi boca salió la frase...

-Ya es hora de que lo deje descansar en paz.

Todos se miraron entre sí y dieron un paso dudoso hacia mí. Finalmente, Edgar se acercó y me abrazó, puso ambas manos en mi mejilla y me dijo con la mirada que todo estará bien.

-Gracias por estar aquí chicos.

Nos dirigimos a su casa en silencio. Yo iba delante con Edgar, quien tomó mi mano; acto del cual me percaté cuando tuve la necesidad de usarla. Es increíble la forma tan natural en que pasaba todo con él. ¿Por qué sería? ¿Es que quizá es él quien tiene la llave de abrir mis sentimientos? Es un tema que debí guardar para sacarlo a relucir en otro momento, pues hoy debía cerrar mi capítulo con quien nunca más volvería, para poder vivir como una vez lo hice.

(...)

Al verme llegar, doña Soledad salió corriendo a mi encuentro, y fue como darle pies para echarse a llorar y agradecerme por estar allí en ese día tan triste. Ella, al igual que yo y muchos otros, no podía superar la partida de Marcos.

-¡Ay, mi niña! Cuánto dolor.
-Soledad... -la abracé fuerte y pasé mis manos por su espalda y cabeza en forma de consuelo- Quizá mis palabras pueden parecer muy duras y/o difíciles de escuchar, pero ya es hora de que dejemos su alma tranquila, como lo merece.

-Lo sé, tienes razón. Tu comentario no me molesta, descuida. Pero es muy difícil para mí y no tengo las fuerzas para superarlo.

-Yo le ayudaré a superarlo, estaré aquí siempre para lo que necesite.

-Gracias mi niña.

(...)

Al culminar la eucaristía, me dirigí al altar para cantar "Cometa" de CNCO junto a su hermano Alan. Y ahí fue cuando, con mucho dolor y lágrimas en mis ojos, lo dejé partir. Debo admitir que me sentía mal por estar pensando en Edgar al tiempo que cantaba para él, por lo que decidí internamente que debía hablar del tema con alguien. ¿Y quién mejor que mi hermano?

Como si mis pensamientos fuesen tan preclaros, Soledad alcanzó a decirme con su mirada que quería hablar conmigo. Sentí un alivio al ver que su mirada no expresaba enojo, sino más bien apoyo y comprensión.

-Lo he estado pensando mucho, Amalia. Y en realidad debo admitir que fuiste muy fuerte al dejar de lado un sentimiento tan fuerte para aprender a amar a mi hijo. -wow wow wow... ¿Estaba loca, o de verdad estaba escuchando aquellas palabras? ¿Cómo sabía ella lo que tuve que hacer?- Sé que es tu vida personal y que quizá no deba siquiera sopesar la idea de entrometerme en ella, pero ya es hora y tiempo justo de que le des la oportunidad a la persona que tú y yo sabemos. -tenía que estar de broma- Nosotras sabemos que amaste a Marcos tanto como él a ti, y que fue muy hermoso y verdadero. -me miró con mucho cariño y dulzura al decirme con otras palabras que debía aceptar a Edgar en mi vida... No lo podía creer. ¿Tan obvia fui?

-Estoy muy confundida y tengo mucho miedo. -admití con una vergüenza terrible.

-Nada de eso pequeña. Edgar te ama, es perfecto para ti, es un muchacho muy bueno y decente; y estoy segura de que tú sabes que sus sentimientos hacia ti son verdaderos, y que haría cualquier cosa por tu bienestar.

Diario de una romántica empedernidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora