1 ll

175 11 0
                                    

Las personas mas calladas tienen las mentes mas potentes, y la mía esta pidiendo ayuda con todas sus fuerzas, pero mis labios no se mueven.
Sacudo la cabeza y la rodeo con las manos, siento la lluvia caer con intensidad sobre mí. Extiendo la mano y atrapo algo de lluvia, observo como el agua se desliza hacia abajo entre mis dedos .Abro la mano y veo que el agua cae hasta el suelo y salpica cuando rebota en el asfalto. Es como tocar el cielo con las manos, como un lugar done nada puede alcanzarte
pero de repente la tierra se abre bajo tus pies
y caes. Todo cambia. Ahora estás en el fondo, mirando cómo
todo el mundo vive su vida allí arriba mientras tú estás atra-
pado en un charco.
Así es como me siento.
Me pregunto cómo será no sentir la lluvia en la piel o no
poder escuchar su sonido. Me pregunto cómo será respirar
por última vez. Me pregunto muchas cosas.
Estoy la mayor parte del tiempo preguntándome cosas.
Pasa un coche, reduce la velocidad y se detiene delante
de mí. Las luces de los faros me ciegan durante un segun-
do, pero me adapto a la luz enseguida y me doy cuenta de
quién es. La pintura azul marino desconchada y la abolla-
dura que tiene la forma de un fantasma me ayudan a reco-
nocer el vehículo al instante.
—Súbete al coche —dice ruggero cuando baja la venta-
nilla.
Siempre parece saber cuándo me escapo de casa o me
meto en un lío. Y siempre me rescata.
Pongo los ojos en blanco, me subo al coche y apago la
radio. Como siempre, ruggero tiene la música a tope. Casi has-
ta me molesta que pueda disfrutar algo tanto.
La mayor parte del tiempo ruggero me cae mal, porque
me recuerda cosas que no quiero recordar, pero él me tole-
ra, así que yo también a él. Parece ser el único capaz de so-
portarme.
Me mira y suspira.
—¿Has vuelto a discutir con tu madre?
Yo asiento, sin mirarlo.
—¿Te habló de la mudanza? —pregunta. Levanto la vis-
ta y lo miro confundido. ¿Cómo se enteró antes que yo?—.
Ella me preguntó qué me parecía —me explica.
Él siempre sabe lo que estoy pensando, y la verdad es
que no entiendo cómo lo hace.
Aprieto los puños, los nudillos se me ponen blancos.
¿ruggero lo sabía y no me dijo nada? Le lanzo una mirada ase-
sina, llena de veneno.
—Mira, Agus—dice, volviéndose hacia la calle—. Quie-
ro recuperar a mi mejor amigo. Y sé que todo es un asco,
pero hasta ahora nada ha servido para ayudarte; puede que
esto funcione. ¿Vale?
Yo dejo escapar un suspiro y miro por la ventana, ob-
servo cómo se desliza la lluvia por la suavidad del cristal.
Me pregunto cómo será ser una gota de lluvia, seguro que
juegan a echar carreras por la ventana. Me pregunto si sus
vidas duran solo unos segundos, y si se mueren cuando lle-
gan al suelo.
Me gustaría ser una gota de lluvia. Seguro que ellas no
tienen preocupaciones.
Ruggero sigue hablando, pero yo desconecto. Siempre
hago lo mismo cuando habla, y él lo sabe, pero sigue y si-
gue. No se rinde nunca y eso me pone de los nervios.
Una vez más pienso en cómo será vivir en Maine. Está
a miles de kilómetros de Australia, donde he pasado toda
mi vida. No entiendo de qué me va a servir mudarme tan
lejos. Al contrario, empeorará las cosas, nada me saldrá
bien, esto no se me pasará jamás. Podrían enviarme a Mar-
te y yo no cambiaría. A las personas no se las puede repa-
rar cuando ya están rotas. Son como esquirlas de cristal, un
montón de trocitos pequeños que no pueden volver a pe-
garse. Invisibles, cortantes y destrozadas. Aunque quisiera
recomponerme y volver a juntar los trozos que me quedan,
no sería capaz.
—¿Agus? ¡Agustin! —me llama ruggero haciéndome regresar
a la realidad.
Lo miro. Giro el cuello de manera brusca para que vea
que estoy mosqueado. Lo observo intensamente, con furia,
y espero a que hable de nuevo.
—Como te estaba diciendo, creo que deberías ir sin for-
marte ninguna idea de antemano. Ve con la mente abierta,
te irá bien.
«Te irá bien.»
Eso es lo que me dijo todo mundo hace seis meses, y si-
guen con ese rollo. ¿Acaso les parece que me va bien? No.
Nada irá bien jamás.
—Y Caroline querría que lo hicieras —añade ruggero—. Le
gustaría que fueses feliz.
Me encojo cuando menciona su nombre y me muerdo
el labio inferior con nerviosismo. Lo único que ella desea-
ba era que fuera feliz, pero nada más lejos de la realidad.
—Lo siento, no quería... Vaya... Lo siento —dice Ruggero
tartamudeando y tratando de encontrar las palabras ade-
cuadas.
Yo vuelvo a apartar la vista de él e intento olvidar, como
de costumbre. Tan solo pretendo olvidar lo que siempre re-
cuerdo.
—¿Qué te apetece hacer? —pregunta ruggero en voz baja
para cambiar de tema. Tamborilea con los dedos sobre el
volante y se muerde el labio—. Sé que no quieres ir a casa.
Me encojo de hombros. Él ya sabía que esa iba a ser mi
respuesta, pero de todas formas me ha preguntado.
—¿Te apetece una pizza? ¿Tienes hambre?
Me encojo de hombros de nuevo.
—Vale, pues pizza.
El resto del trayecto lo pasamos en silencio; solo se oye
la lluvia que cae sobre el coche y el sonido de las ruedas al
deslizarse sobre el asfalto. Por potente que sea el ruido, nun-
ca nada es suficiente para ahogar mis pensamientos. Siem-
pre viviré con esas voces que me ensordecen.
Cuando llegamos a la pizzería, Ruggero pide para los dos,
como siempre. Sabe exactamente lo que quiero: una Coca-
Cola grande y una pizza de pepperoni. Me siento en un ta-
burete frente a una mesa alta y espero; lo miro mientras se
apoya en el mostrador y dobla el recibo con cuidado. Tiene
el ceño fruncido, como si algo lo preocupara.
Seguro que está pensando en mí. Soy un incordio para
todo el mundo.
Cuando la pizza está lista, se sienta al otro lado de la
mesa y coge una porción llena de queso, que estira hacia
arriba hasta que se rompe. Sonríe y se lame la salsa del pul-
gar antes de darle un mordisco.
—¿Vas a comer algo? —pregunta con la boca llena, se-
ñalando la pizza con la cabeza.
Alcanzo un trozo, aunque no tengo hambre. Casi nun-
ca tengo hambre.—¿Cuándo te marchas? —pregunta Ruggero
Bebo un sorbo de Coca-Cola, saco el teléfono del bolsi-
llo y escribo algo a toda velocidad. Ruggero espera mi respues-
ta y deja la pizza en el plato.
Una voz monótona y robotizada sale de mi teléfono, le-
yendo lo que he escrito.
—Dentro de dos días. ¿A qué distancia está Maine?
Rugge se muerde el labio y piensa.
—No lo sé. Pero muy lejos, eso seguro.
Vuelvo a escribir.
—¿No hace frío allí?
—Sí —responde ruggero—. Tanto como en tu corazón.
Yo pongo los ojos en blanco y le lanzo una mirada ase-
sina. Él levanta las manos para defenderse.
—Pues vale —lee la voz robótica—, me alegro de que
haga frío. Odio el calor. A lo mejor me congelo y me muero.
—No lo dices en serio —dice rugge.
Yo asiento con un movimiento de cabeza y enarco las
cejas.
Siempre hablo en serio.
O para ser exactos, escribo.
Porque la última vez que hablé fue hace ciento setenta
y nueve días.













Fin de capitulo uno !
Bye patatitas🔥😏

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Sep 23, 2017 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Remeber un amor inolvidable-[Aguslina]- (ADAPTADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora