Invierno: incios.

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James torció el paño húmedo, retirándole el exceso de agua, para después dejarlo suavemente sobre la tibia frente del rubio muchacho que descansaba en la vieja cama de gruesas cobijas raídas por el tiempo y el uso.

Acarició con la yema de sus dedos el rostro perlado en sudor y le besó las sienes con infinita ternura, susurrando que todo estaría bien, que las cosas mejorarían.

Alzó la mirada, dejándose perder entre los copos de nieve que caían tras el cristal de la ventana de su viejo y destartalado apartamento en alguna de las olvidadas callejuelas de Brooklyn: una nueva nevada azotaba las calles de la ciudad, pintando el panorama de tonos grises curtidos y blancos sucios.

Volvió el rostro al sentir como el menudo cuerpo de su compañero empezaba a colapsar en temblores nuevamente. Hundió una vez más el desgastado paño de algodón en el agua helada, como el clima, para repetir el proceso.

No estaba seguro si se trataba de la estación, o las altas temperaturas que habían sido alcanzadas aquel año; tal vez fuera la mala alimentación o el hecho de que Steve, de por sí, nunca había tenido una buena resistencia. El caso era que su amigo había caído seriamente enfermo, y Bucky estaba entre la espada y la pared con la difícil decisión de ir a trabajar para conseguir dinero con el cual comprar medicinas, comida, pagar el alquiler y los servicios, pero dejar solo a Steve durante largas horas. O quedarse cuidándolo, pero al no trabajar, no tener dinero para nada.

Pasó sus dedos por su cabello con frustración. Sin importar cuanto le dijera a Steve que las cosas mejorarían, para él era claro que la enfermedad estaba empeorando. Y eso lo estaba matando por dentro, porque Steve era lo único que él realmente tenía.

Y no estaba dispuesto a perderlo.

No sin cierta vacilación, tomó el ajado abrigo de invierno y dirigiendo una última mirada al viejo camastro en el cual el pequeño rubio aún dormía, salió del apartamento, cerrando la puerta con seguro tras él. Bajó las escaleras a grandes zancadas y al encontrarse fuera, sintió su piel congelarse al contando con el frío aire de inicios de diciembre.

Acomodó el cuello de su gabán y empezó a caminar a través de las solitarias calles. La nieve aún caía y los pequeños copos de aglomeraban sobre su ropa, humedeciéndola.

El viento colándose entre sus prendas y haciéndolo tiritar levemente.

Siguió a paso rápido hasta llegar frente a una antigua edificación, de paredes sucias y pisos consumidos. Atravesó la puerta de madera tosca y caminó hasta el desordenado despacho del gerente del lugar.

Con la cabeza gacha y una mirada de absoluta necesidad, tomó asiente frente al escritorio y el hombre tras él.

Luego de un par de reprimendas, con palabras malsonantes incluidas, un emotivo discurso sobre la responsabilidad, y más improperios. James Buchanan Barnes, trabajó en una vieja fábrica de chatarras durante toda una noche mientras afuera, nevaba.

Steve no llegó a percatarse de la ausencia de su amigo; Steve no despertó aquel día.

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Era medio día cuando Bucky regresó al fin a casa. El cielo estaba nublado aún, sin embargo había parado de nevar. Bucky pensó, con fastidio, que tendría que barrer más tarde toda la nieve acumulada en la entrada. Pero eso sería más tarde, luego de que revisara el estado de su pequeño amigo y tuviera un merecido descanso.

Exactamente en aquel orden.

Agotado, subió a trompicones las escaleras que parecías quejarse bajo su peso, y abrió la puerta con la pintura blanca cayéndose y dejado entrever el óxido tras ella. Cruzó tambaleante el umbral y medio arrastrando los pies llegó hasta la cama donde Steve aún dormía.

Dos chicos de Brooklyn (Stucky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora