Primavera: Finales.

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El fuego hace crepitar la vieja madera y crujir el acero ennegrecido del puerto. Los bombarderos japoneses no solo atacaron el muelle Pierre; el Bronx, Queens e incluso parte de Brooklyn y Manhattan, arden.

Hay brigadas de bomberos, policías, auxiliares y guardia civil. Todos buscan, y bajo los escombros siguen saliendo miles de cuerpos.

De Bucky, sin embargo, no hay rastro. Según lo que ha escuchado, probablemente ni siquiera la mitad de cadáveres podrán ser rescatados exitosamente, ya que las llamas aun consumen el lugar y todo lo que allí se encuentra. Vivos, muertos; el fuego se lleva todo. Y el aire está viciado debido al hedor acre de la carne humana mezclado con la pólvora y demás simientes.

Varios personas han intentado sacar a Steve del lugar para dejarlo a salvo. Tan pequeño y débil, ¿No enfermará inhalando toda la porquería que flota en el ambiente? Sin embargo, luego de varios intentos y con el chico tercamente removiendo escombros como bien puede y ayudando a sacar muertos y heridos, finalmente cualquiera se da por vencido.

Cada vez que Steve observa los rostros medio reconocibles, las pieles cuyo color es aún definible al igual que alguna marca distintiva, el cabello chamuscado pero visible o los trozos de ropas restantes en los cadáveres que van saliendo, y no ve en ellos a Bucky, su esperanza se inflama en la boca de su estómago de la misma forma en que lo hace la culpabilidad debido a la felicidad que provoca la muerte de alguien más. Cuando los cuerpos ennegrecidos, completamente consumidos y cuyos rasgos resultan completamente indescifrables, son hallados, Steve reza a Dios porque ese no sea la persona que él busca. «Que no sé Bucky» Murmura como una plegaria al viento y se persina de manera casi histérica.

Dos días después, el panorama no es realmente más alentador. Steve, sin embargo, se niega a desistir.

O lo intenta.

Pero su pequeño cuerpo ha topado hace horas el límite de su resistencia y él, enojado consigo mismo, lo sabe. No importa cuanto más intente mantenerse fuerte, su delicada salud decae rápidamente. Entonces, con pazos que tropiezan torpemente debido al agotamiento, el cae de bruces; y lo hace entre los brazos de alguien más. Entre la pesada bruma, los ojos verdes brillantes, como el pasto en primavera, lo observan antes de que él pierda la conciencia.

Rostro blanco, cubierto de humo y cenizas, contraído por la preocupación, con chispas de chocolate salpicando aquí y allá como mil constelaciones; el cabello es como fuego que crepita, a punto de extinguirse.

Y entonces todo pierde constitución y la realidad se ve absorbida por figuras que giran sobre sí mismas.

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Lo siguiente que ve, al volver a abrir los ojos, es un grupo de rostros que lo miran con aprensión mientras el lucha por incorporarse en medio de las nauseas y la fuerte punzada en sus sienes. Parpadea repetidas veces antes de lograr enfocar el rostro pecoso y cubierto te hollín.

— Hey, amigo ¿estas bien? — La pequeña multitud se va dispersando poco a poco, por encima del hombro cubierto por una camisa azul celeste ennegrecida, Steve observa a las personas que siguen removiendo escombros. El chico frente a él se mueve ligeramente, observado con aprensión y obteniendo de vuelta su atención.

— Bien — Logra pronunciar apenas. Se aclara la garganta y lo vuelve a intentar — Estoy bien, gracias.

— Ah, tienes una voz bastante grave... Para un cuerpo tan pequeño ¡Perdón! No he querido sonar ofensivo, ni mucho menos, es solo que... es solo que cuando estoy nervioso empiezo a decir muchas cosas sin sentido. ¡Pero el caso...! El caso... Es que deberías irte a casa... te vez agotado y...

— ¡No voy a ir a ninguna parte! ¡Ya lo he dicho!

— Pero, amigo, pareces apunto del desmayo.

Dos chicos de Brooklyn (Stucky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora