Invierno: mediados.

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—Tuviste mucha suerte, ¿Sabes?— Comentó el doctor a media voz, con las múltiples arrugas moviéndose en los contornos de su rostro a la vez que él hablaba. Alzó el rostro al del pequeño chico sentado en la camilla, escudriñándolo a través de sus ojos azules que no dejaban entrever emoción alguna. Steve no alzó los suyos, inquieto. Había algo que no le gustaba en aquel hombre—, de no ser porque ese amigo tuyo te trajo a tiempo, probablemente habrías muerto.

Había un cierto tono reprobatorio en su voz. Steve no respondió, y el doctor se retiró, echándole una última y despectiva mirada por sobre las gafas de marco ovalado y con el que supuso sería su expediente médico, bajo el brazo. Aspiró con fuerza, intentando despejar su mente y apartar la desagradable sensación en la zona baja de su estómago.

— El doctor tiene razón—Respingó al escuchar a la joven enfermera, rubia y de bonito rostro, y de la cual no se había percatado hasta el momento. Se sintió avergonzado por ello — tienes un gran amigo, y se nota que te quiere — Ella dejo la planilla que llenaba sobre una pequeña mesa empotrada y se le acercó, inclinándose frente a él con aire confidente —durante los días que estuviste dormido, estuvo contigo todo el tiempo, cuidándote. Y sólo se separaba de ti para ir a trabajar. No dormía, y apenas comía —Ella bajo aún más la voz — si mi exesposo hubiera sido la mitad de atento, probablemente no nos habríamos divorciado.

Al decirlo, rio, aparentemente divertida por su comentario. Y Steve, por alguna razón que no logró terminar de entender, se sintió realmente avergonzado. Estaba, además, seguro, por la forma en que sentía sus mejillas arder, que se encontraba totalmente ruborizado en aquel instante.

Ella le echo una última y divertida mirada, en la que Steve pudo leer una especie de complicidad, antes de marcharse también, despidiéndose de él con una gigantesca sonrisa en su rostro.

—Yo también lo quiero mucho.

Susurró al encontrarse sólo, y frunció el ceño al volver a sentir como sus mejillas se arrebolaban.

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Bucky cruzó el umbral de su «trozo de habitación» al tiempo que él alzaba el rostro del reloj clásico que descansaba sobre la mesa auxiliar al costado de su camilla.

Steve sonrió feliz de verlo llegar, y Bucky le devolvió el gesto, alargando a su vez una mano para revolverle cariñosamente el cabello. Después de tomar asiento a su costado, pasó uno de sus brazos alrededor de los hombros de Steve y le hizo recargar la cabeza sobre su pecho.

— ¿Qué ha dicho el doctor?

— Que ya estoy mejor.

Y aunque la respuesta fue de lo más simple, Bucky parecía realmente feliz con ella. Lo estaba. Porque no solo había conseguido lo suficiente para el regalo de Steve y la cuota del hospital, sino que además había obtenido el dinero de la renta y faltaba poco para completar lo de los servicios. Así que Bucky estaba realmente feliz, porque todo parecía estar marchando en popa.

Y si Steve estaba bien, entonces él estaba bien.

La cortina que dividía la zona de Steve de la de los demás pacientes fue corrida, dando paso a un viejo doctor de aspecto austero y una joven enfermera de sonrisa encantadora. Bucky se paró y saludo al hombre con un apretón de manos. Besó, además, la de la dama, que le sonrió con coquetería. Steve sintió que el estómago se le cerraba.

—Entonces — Dijo, girando sobre sus talones para salir del lugar—, vuelvo en un momento. Por favor termine de revisar a Steve mientras pagó lo de esta sema...

— Me temo — el doctor lo detuvo con una mano firmemente posada sobre el hombro—que eso es algo innecesario — Ante la mirada inquisitiva del de ojos grises, respondió — él ya está bien, así que le daremos de alta.

Dos chicos de Brooklyn (Stucky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora