Realizaron la primera parada no mucho después de salir de Dunnottar. Aunque la luna estaba prácticamente llena y les permitía ver el camino, era demasiado arriesgado viajar por la noche. Aileen dio el alto en cuanto divisó a lo lejos Stonehaven.
El pueblo era famoso por sus caballos y pensó que tal vez podría acercarse sola para tratar de comprar uno. Usaría su propio dinero para después quedárselo. Le vendría bien tener un buen caballo, joven y resistente, para el viaje de regreso a Skye.
Desde que habían salido del castillo se sentía ansiosa por llegar a Forbes y dar así por finalizado el trabajo. Ahora que había decidido regresar a casa, toda demora le parecía frustrante. Ni siquiera entendía cómo había podido estar tanto tiempo sin ver a su familia. Y aunque le aterraba el momento de reencontrarse con ellos, sobre todo con su padre, estaba deseando hacerlo.
¿Se habría casado ya Tam? ¿O Ellar? ¿Tendría más sobrinos a lo que no conocía? Cuando se fue, Fiona acababa de dar a luz a un precioso niño pelirrojo al que llamaron Monroe. Ya tendría tres años y se lamentó porque eso era lo único que sabía de él. Se había perdido demasiadas cosas, pero en su afán por ser libre no lo había visto de ese modo. Ahora quería recuperar el tiempo perdido aunque sabía que sería imposible.
-Rob, yo haré la primera guardia - dijo en cuanto el campamento estuvo listo - Tengo intención de ir al pueblo en cuanto amanezca. No tardaré demasiado.
-¿Crees que es buena idea? Todavía tenemos provisiones, acabamos de empezar el viaje y...
-Iré a comprar un caballo - lo interrumpió - El carruaje tiene tan sólo dos y nosotras somos tres. Si a su lentitud le sumamos el peso extra, estamos perdidos en una persecución.
-Te acompañaré - le dijo decidido.
Rob era sin duda, después de Boyd, uno de los hombres del grupo al que más respetaba. La había sabido aconsejar bien en innumerables ocasiones aunque ella no le hiciese caso en la mayoría de ellas.
Era un hombre apuesto y en la plenitud de su vida. Gran mujeriego, se jactaba de tener una mujer en cada pueblo de Esocia esperando por él. Y bien podía ser cierto pues su mirada azul y su cabello rubio hacían las delicias de las mujeres. Aileen había visto suspirar a más de una con una simple sonrisa de Rob.
-No - le dijo con firmeza - Tú te encargarás de recogerlo todo y borrar nuestras huellas. Partiremos en cuanto regrese de Stonehaven.
-De acuerdo - pocas veces cuestionaban sus órdenes, por algo Boyd la había hecho su segunda al mando.
No esperaban tener problemas durante aquella primera noche, pero realizaron los turnos de vigilancia igualmente. Les gustaba estar preparados para cualquier imprevisto. Los Irvine podrían estar al acecho aún cuando hubiesen visto el grupo grande partir de Dunnottar a plena luz del día. Contaban con que hubiesen picado el anzuelo pero no podían arriesgarse. Ella, personalmente, no habría dudado en dejar algún hombre cerca del castillo, sólo para asegurarse de que no habían sido engañados.
El amanecer la encontró ya en el pueblo negociando con un adormilado granjero. Puede que no lo hubiese planeado, pero aquello la benefició. Dispuesto a volver a la cama por unas horas más, había aceptado el precio que le ofrecía sin poner demasiados reparos. Obtuvo así un buen caballo joven y brioso, negro como la misma noche, con gran porte y mayor resistencia a un precio menor del que realmente tenía. El hombre le había prevenido de que no estaba debidamente domado y podía darle problemas a al hora de guiarlo pero no le importó. En cuanto sus ojos se posaron sobre él, lo quiso.
-¿Tendremos que dormir siempre en el suelo? - Jean se estaba quejando justo cuando Aileen apareció en el campamento con su nueva adquisición.
-Os dije que este no sería un viaje agradable - le contestó ella - Mucho depende de que nadie sepa quienes somos ni a dónde vamos. Dormir en el suelo es mejor opción que ser capturada por vuestros enemigos. O morir a manos de los mismos.
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Un highlander a la altura (Viaje por las Highlands 2)
Fiction HistoriqueAileen se siente atrapada en un mundo donde las mujeres deben permanecer en casa mientras los hombres se juegan la vida en el campo de batalla. Su amor por las armas y su falta de interés en las labores del hogar hacen de su vida un desastre. Las c...