2 (primera parte)

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(Ok, entonces esto es solo una parte, y es seguro de que no sea la definitiva. Es solo un borrador aún. Pero digamos que ya los he hecho esperar bastante. Disfruten)

Dos puntos se movían a gran velocidad entre medio de la muchedumbre. Uno lanzando improperios y el otro disculpándose por cada paso que daba, casi lamentándose de su propia existencia.

James no podía sentir sus pies, lo que le causaba gran molestia. O... eso quería demostrar. En realidad, estaba impresionado de la capacidad de Holmes para escabullirse a través de los pequeños espacios que la gente dejaba. Pero al rato de andar, comenzó a acostumbrarse a la sensación. Por lo que se centró en la mano derecha del detective, además de que esta era el único vínculo entre ellos, lo único que los mantenía unidos. De todas formas pensándolo mejor, la mano era un lugar bastante íntimo... pero a pesar de eso, James decidió no pensar mucho en ello, ya tenía bastante con los acontecimientos ocurridos hace ¿cuánto? ¿8? ¿10 minutos? Lo que ahora necesitaba era un poco de distracción, incluso si eso implicará caerse y ser pisoteado por la multitud. Entrelazó lentamente sus dedos con los de Sherlock, percatándose de lo frías que estaban sus manos. El ambiente se sentía húmedo y habían indicios de que lluvia acechaba. Pero a medida de que los segundos pasaron, cada largo y delgado dedo comenzó a entibiarse. Apretó su mano y acarició suavemente la delicada piel del consultante. Su tez era suave, suave y al mismo tiempo aspera. Era perfecta. Jim no pudo detener su cabeza de pensar en todas las maravillosas cosas que ellas, las manos del detective, podrían hacer. Por ejemplo... podrían acariciar el cabello... y cuello de James... podrían cubrir cada milímetro de su pecho y rodear el cuerpo del criminal abrazándolo... fuerte. Pero como siempre, la mente de Moriarty no desperdició la oportunidad de arruinar el momento. Estas manos, estas bellas manos pudieron haber tocado la densa piel del doctor Watson, podrían haber rozado su cabello o tomado la mano de este. Detalles tan simples, pero causantes de un inaudible dolor.

En un suspiro, el criminal tropieza al salir de la apretada muchedumbre. Sus pulmones gozosos disfrutaron la renovación de oxigeno, tanto que causaron ardor en su nariz. Se arreglo el abrigo y echó su cabello hacia atrás. De cualquier manera, Jim levantó la mirada, Sherlock se encontraba en frente suyo, en su más grande esplendor. ¿Cómo le hacía para mantenerse tan perfecto? A veces el criminal dudaba de que no tomará un baño en laca o fijador de cabello cada mañana, la idea lo hizo sonreír. Su corazón latía fuerte en su garganta mientras sus manos masajeaban su rostro nerviosas. James se sentía impaciente, impaciente de la vida, impaciente de Sherlock Holmes.

El detective en cambio, miraba su ahora sudada mano. Fue una decisión incauta de parte suya tomar la mano de Jim. Pensándolo bien, ninguno de sus actos habían sido acordes a la situación. Oh Dios... en qué se había metido.

Sherlock dirigió su mirada a la persona en frente de sí, la estatura de esta parecía razonablemente baja, pero no tan baja como la estatura de John. Holmes debía de admitir que el hombre en frente de él tenía buen gusto para vestir. El azul de su chaqueta se veía indudablemente bien con el tono de su piel, la cual era pálida y tersa. El detective intentó hacer contacto visual, sin darse cuenta de que al mismo tiempo evitaba hacerlo. La situación se había vuelto demasiado bochornosa. Finalmente sus miradas se encontraron y por un momento Sherlock creyó que sus ojos no le respondían. Puesto que no podía, no podía parar de admirar esa chispa, ese fuego que lo dejó perplejo. Deseó ahogarse en su fumarola, empaparse de esa enfermedad angustiante. Y ni siquiera buscar la cura, puesto que su fin ya no sería ese, su objetivo habría cambiado del usual, y había sido reemplazado por el hecho de buscar y atreverse en lo profundo de este caos, de jugar con fuego.

Inconsciente dio un paso al frente, dejándole una vista más amplia del incendio, pudo sentir el olor carbonizado dentro del aire inhalado por sus pulmones. Estaba tan cerca, era tan asequible, podría acercar su mano y quemarse cuando deseara. Pero a pesar de ello, lo único que consiguió fue paralizarse. Su mano derecha buscó un pañuelo escondido en uno de sus bolsillos. Al dar con él, lo apretó fuerte. Sherlock sabía que no ayudaría en nada. Pero de alguna forma u otra mantenía sus manos quietas.

Un pequeño error de cálculo- SheriartyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora