La última mirada

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Regina:

Storybrook, once años antes.

Odiaba el instituto, odiaba su vida, cada día que pasaba era igual al anterior, despertar en una casa extraña y compartir rutina con esas personas que se habían añadido a su familia y no soportaba.

Desde que su madre se había casado sin contar con ella para nada todo iba de mal en peor, Henry White intentaba ser el padre del año, acercarse a ella o comprarla con regalos pero no iba a funcionarle, lo odiaba porque le había robado a su madre y para colmo tenía que compartirla también con la inútil de su hermanastra, no soportaba Mary Margaret, siempre sonriente y perdida en su propio planeta, odiaba a todo el mundo y ese rencor que llevaba en su alma la consumía lentamente.

Su rutina se basaba en atormentar a su hermanastra en el instituto, ya que nada más llegar se había hecho la dueña del lugar, su belleza le dio las llaves para manipular a los más populares, subiendo rápidamente en la escala y consiguiendo castigar a su manera a aquella que junto a su padre le habían robado lo que le pertenecía por derecho.

Pero todo había cambiado de la noche a la mañana, solo bastó una pequeña llama para encender la mecha que la levaría al declive y esa mecha tenía nombre, Emma Scott. Aquella niña rubia, de ojos claros escondidos tras los cristales de unas gafas prehistóricas, con ropas arremangadas y desgastadas, una niña sin futuro, sin familia, una niña sin nadie. Una presa fácil ya que tenía puntos flacos y al parecer su hermanita se había fijado en ella, quería ser su amiga, solo eso bastó para que quisiera atormentarla, destruirla. En sus ojos se vislumbraba esa neblina de abandono y soledad, mirándola podía verse a sí misma y eso la aterraba, ella no podía ser débil, había nacido para enfrentarse a la vida con puños y dientes y jamás dejaría que la hundieran.

Humillación tras humillación su ego iba creciendo, el coreo de sus compañeros, las risas ante esas situaciones, incluso las lágrimas que se escapaban por el rostro de su víctima, lágrimas de vergüenza y de dolor, mas en la soledad de su habitación, cerraba los ojos y la angustia la invadía, por mucho que intentara convencerse a sí misma que había nacido para pisotear al más débil, las lágrimas de Emma Scott le dolían.

Entró en el instituto, una mañana más, rodeada como siempre de aquellos babosos que daban la vida por ella, por su belleza, fingiendo ser la reina del lugar cuando en realidad estaba hastiada, solo quería marcharse lejos de ahí y empezar de cero ¿Estaba tan mal pretender que te admiren por quién eres y no por tu físico?

Se deshizo como pudo de sus eternos guardaespaldas, cuando pudo verla, su rubia, su patito feo, la única que conseguía hacerla sentir, aunque fuera durante unos segundos, algo más que odio y frustración. Su larga melena había desaparecido en sus manos semanas atrás, ni siquiera sabía por qué había cortado su cabello, suponía que sin sus rizos dorados sería menos especial a sus ojos mas estaba equivocada, seguía teniendo ese halo de misterio, esa mirada triste que clamaba por una palabra amable, que la empujaba a querer tenerla entre sus brazos, que la hacía débil en todos los sentidos.

Emma entró en el baño y ella fue detrás, observándola como mera espectadora mientras esta limpiaba su cara, los restos de las lágrimas... había estado llorando y esta vez no era su culpa. Sus ojos se encontraron y el azul verdoso se cubrió de miedo, mientras se ponía su máscara de frialdad una vez más, sus barreras jamás caían ni siquiera en ese lugar donde nada ni nadie podía observarlas.

-¿Me dejas salir? Quiero irme a clase no quiero llegar tarde

Ahí estaba el motivo de sus desvelos, nadie había osado enfrentarse a ella nunca, su mirada intimidaba y aun más sus modos, en cambio Emma, a pesar de temblar de terror al verla, siempre tenía una palabra desafiante en la boca, rompiendo todos sus esquemas. Como un depredador que acecha a su presa, la fue acorralando contra la pared y, a pesar del pánico, ella no dejó de mirarla, de desafiarla, incluso de burlarse de ella a pesar de que no la estaba escuchando.

La última miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora