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La canción "A Whiter Shade of Pale" de sus amados Procol Harum, resonaba en sus auriculares mientras observaba el paisaje desde la ventana del coche.

El cielo de Kanto era gris y pesado, las nubes oscuras amenazaban a los edificios más altos con su imponencia y sus promesas de lluvias. Desde su ventana, el panorama era cálido, extraño y cómodamente ajeno al mundo.

Sin embargo, dentro de su auto había una bomba de tiempo, más específicamente dos cajas con una bomba en cada una. Unas que la mayoría de las personas ignoraban pero que a su vez estaba en boca de todo el mundo; frente a sus televisores y computadoras.

Conseguirlas le había llevado bastante tiempo, el suficiente como para que ella se sintiera agotada por la falta de sueño. Sus contactos estaban ocupándose de casos que ella había dejado por resolver e ir con L, lo que hacía que tuviera que ocuparse la mayor parte del tiempo de encontrar la información que necesitaba para su hermano.

Y aún así, sentía que no había suficiente.

Encontrar a Kira seguía siendo como buscar una aguja en un pajar, incluso si reducían el número a cien. La experiencia le decía que las personas no lograban desaparecer nunca del todo, pero podían pasar tan desapercibidas como quisieran si contaban con la astucia y los recursos necesarios.

Quizás Kira tuviera ambas, quizás fuera más peligroso de lo que se atrevían a especular.

Y el miedo, uno que siempre había estado allí pero ella se había perfeccionado en ocultar, volvió a molestarla con su sutilidad: el miedo de que lastimaran a L.

Era esa sensación corrosiva la que la empujaba a hacer cosas casi imposibles para protegerlo e incluso para que se sintiera orgulloso de ella. Había aprendido a lidiar con con sus temores desde el momento que dejó el hospital, horas después de su secuestro; trató de mantener a raya el pánico para no volver a paralizarse en momentos de crisis. Desde joven fue testigo de como mordía el mundo a los ilusos, sobre todo a los niños de cuna de oro como ella, protegida contra su voluntad de la maldad de los hombres. Maldad que, en lo que respectaba a ella, había atacado a L en el pasado, mucho antes de que ella apareciera en su vida. Desde el momento en que fue consciente del dolor que había sufrido, pudo entender la oscuridad que devoraba el corazón de su hermano y se juró protegerlo a toda costa.

No siempre lo lograba, muchas veces era porque él no la dejaba; quizás porque no quería que cargara con su pasado o porque Cass trataba de superar sus recuerdos, buscando el sentido de su vida a través de él.

Ella ya no podía asegurarlo.

Un mensaje la sacó de sus cavilaciones.

"La conversación comenzará pronto. W."

Cass se quitó los auriculares suspirando cansinamente y apretó el botón de llamada del teléfono a su lado. Era uno viejo, de oficina, conectado a un altavoz que le permitía escucharlo todo. Apoyó su brazo en la puerta y a su vez, su cabeza en su mano. Estaba agotada, sin dormir y muerta de hambre.

Escuchó el tono de llamada en espera mientras se llevaba varios papeles al regazo.

-"Aquí, Agente Stevenson".

-"Agente, soy L."

Matthew Stevenson, cuarenta y tres años. Jefe del Centro de Mando del FBI en Washington. Asumió su cargo en el año 1997 luego de una encarnizada competencia con el sureño John Bates. Conocido por sus métodos poco ortodoxos en espionaje, sobre todo en lo que respectaba a sus propios camaradas. Tenía a su cargo a más de ciento cinco hackers de diferentes plataformas, ocho de ellos en la recientemente fundada Google.

Herejes - (Saga Los nombres de Kira) Parte 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora