II.

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Angélica de Alquézar corría avenida arriba. Después de haber pasado un rato agradable con Alatriste, se acordó de que tenía que asistir a un importantísimo evento. No podía perdérselo. Corría y corría, todos los recuerdos de ese día de repente empezaron a amontonarse en su cabeza. Había sido una puta, sí señor.

Pero no era el momento de pensar en eso, porque, tan metida en lo puta que había sido, Angélica cruzaba las calles sin mirar, lo que me recuerda a unos versos:

"Never gonna give you up,
never gonna let you down,
never gonna run around
and desert you"

Y entonces, mientras corría y corría para asistir a aquel importantísimo evento sin mirar por dónde coño iba, un carro conveniente que pasaba por allí a toda velocidad la atropelló y se dio a la fuga.

Angélica quedó tirada en el suelo, con todos los huesos rotos y varias hemorragias internas, pensando que aquel era su castigo por haber sido puta toda su vida, pero el dolor no había hecho más que empezar para ella, porque justo en ese momento hordas de gente que se dirigía a la batalla de rap pasaron por esa calle, y todos y cada uno de ellos hicieron una fila solo para pasar por encima de ella, porque era puta y a nadie le caía bien.

Es que era muy puta.

Y murió.

Quevedo y Góngora continuaron pegándose como si no hubiese un mañana. Los puños volaban por todas partes, Lope se metió en medio tratando de que parasen y terminó noqueado en en suelo. El fantasma de Cervantes paró de hacer beatbox para reírse, haciendo que Quevedo se lanzase contra él por burlarse de su (novio) amigo. El derechazo que lanzó el poeta le podría haber matado de no estar ya muerto, así que Cervantes sólo continuó riéndose y luego se fue a encantar casas con su beatbox.

Pero lo que el de las lentes quevedescas no sabía era que todo eso formaba parte de un plan de Góngora, que estaba justo a su espalda listo para darle el golpe de gracia con su espada (no pienses mal). Pero entonces Quevedo se levantó de golpe -se había caído con el puñetazo a Cervantes- y le golpeó en la nariz.

Y Góngora murió.

Lopito de Vega se quitó la camisa completamente. La tiró a un lado de la habitación, sin darle mucha importancia. Felipito lo miraba expectante.

—¿Qué pardieces haces? —exclamó el monarca.

Lopito carraspeó, su rostro rojo de vergüenza. Apartó la mirada, tratando por todos los medios de que el rey no viese su repentina idiotez.

—¿Acaso no era esto por lo que queríais verme?

Felipe no habló. Era cierto que estaba llevando su jubón amarillo.

Quevedo estaba totalmente destrozado. Góngora, su peor enemigo, le había dicho que sus gafas eran feas. La había matado para restaurar su honor, claro, pero ahora su autoestima estaba dañada y todas sus inseguridades salían a flote. Se quitó las gafas para mirarlas, pero no podía ver sin ellas y se chocó contra un muro. Se frotó la nariz con la mano libre. Unos cuantos golpes merecen la pena con tal de no llevar unas gafas feas, se dijo, y tiró sus lentes contra el muro, destrozándolas en el acto. Sin embargo, sus gafas no eran lo único que estaba destrozado, él también lo estaba, y eso se veía con gran evidencia, pardiez.

(Aunque Quevedo no podía verlo, porque acababa de romper sus gafas contra un muro).

Quevedo entonces huyó del lugar del fallecimiento de sus herramientas oculares. No veía un pimiento. No veía tres en un caballo de Flandes. No veía una puta mierda. Y eso le recordó a unos versos que él mismo escribió hace tiempo:

"El reflejo de la vida, yo lo veía
a través de unas gafas, no como yo quería.
Tu veías un mundo claro, sin miopía.
Y yo le rezaba a la Virgen María,
pidiendo licor süave y cosas que rimen con miopía.
Quiero ver bien ya, pardiez"

El suelo sus pies desapareció por un momento y eso le devolvió a la realidad. No más versos para él, no más visitas a su amigo Alatriste, no más batallas de rap, no más respirar aire limpio del Escorial mientras se pavoneaba con la realeza, no más miopía ni lo que sea que tuviera.

Se cayó por el precipicio.

Triste destino, Paquito.

Y Lope de Vega padre, a.k.a. el puto, lo presenció todo.

Trató de gritar y avisar al otro poeta de que se iba a caer por un precipicio, pero Quevedo estaba tan concentrado en recordar su poema 100% verídico que no le escuchó.

Lope. No. Lope. No Lope. Lágrimas empezaron a brotar de sus ojos sin parar. No se detenían. No tenían intención de hacerlo. Tu novio estaba muerto. Incluso le había llamado "novio" sin paréntesis. Su mundo estaba acabado.

Lloró tanto que el río Manzanares aumentó su cauce. Lloró tanto que subió el nivel del mar. Lloró tanto que acabó con la sequía en el mundo. Lloró tanto que se inundó el Sáhara.

Y se deshidrató.

Felipe solo le había invitado para jugar a las cartas, pero acabaron jugando a otras cosas.

Lo del jubón amarillo había sido tan solo una coincidencia. Bendita coincidencia.

Alatrsite salió de la posada y se tropezó con un borracho que estaba por ahí. El borracho era un conocido de Alatriste, de Flandes, porque había estado en Flandes, y Alatriste creyó que había muerto, pero no estaba muerto, que no, que estaba de parranda. Alatriste montó en cólera al verle, había pasado tantos años creyendo que su conocido estaba muerto, y al verle le entraron unas ganas locas de rematarle.

Y se batieron a duelo.

El borracho desenvainó su toledana, Alatriste hizo lo propio. Se miraron fijamente, una batalla pupila contra pupila, de haber estado allí, me hubiera recordado a Flandes.

El borracho dio un paso en falso y Alatriste se tropezó de la emoción. Se cayó y se murieron los dos, Alatriste del golpe y el borracho de la onda expansiva.

"Don Diego Alatriste es un  raspamonedas, tragavirotes, lechuguino, zurumbático, trapisondista, pisaverde, badulaque, ser de la cáscara amarga, estafermo, malaquisto, viceversa, meapilas, abrazafarolas, pintamonas, pelagatos y don nadie, bocachancla, cantamañanas, vendehumos y vendeburras, zampabollos, mascachapas, cagaprisas, metomentodo, soplagaitas, lameculos, picaflor, cierrabares, tuercebotas, perroflauta, picapleitos, matasanos, pagafantas, sujetavelas, asaltacunas, picha floja, más tonto que Abundio y robanovias, y espero que se muera."

Íñigo posó la pluma llena de tinta sobre el escritorio. Ya está. Se acabó. No iba a haber más desgracias en su vida porque iba a acabar con ella de una vez por todas. Eso, don Diego Alatriste, fue la gota que colmó la copa de vino (de vino barato porque el puto Quevedo no le quería invitar a un vino en condiciones aunque era rico). Él, cómo pudo. Aquel que había sido como su padre, cuando estaban en Flandes, muriéndose de hambre en Flandes, Flandes, Flandes capital, capital Flandes.  

Y Angélica, que no se cortó un pelo con el capitán. Tan puta que era ella, pero yo la amaba ciegamente.

Me subo al alféizar de la ventana. El pie derecho primero. El pie izquierdo después. Y con los dos pies ya subidos, Íñigo de Balboa dio el paso a la demasiado temprana muerte que se iba a provocar. Adelantó uno de sus pies al vacío, justo como había hecho Quevedo antes. ¿Cinematic parallels? No, tan solo las autoras, que son poco creativas.

FIN

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Lopillo no han muerto, guiño guiño codo codo.

u already know wtf is goin on!!!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora