Yoake cerró la puerta con suavidad, y se dirigió al pasillo adyacente a paso decidido. El sol irradiaba luz a toda la estancia, creando un crepúsculo artificial que teñía de anaranjado los cristales que componían la estructura del edificio.
Hacía meses que no pisaba aquella zona, no desde la muerte de Agathe; y pensaba que podría volver allí con normalidad. Sin embargo, no podía haber estado más equivocado. Al llegar a las escaleras de mármol reparó en una puerta blanca, exactamente igual a todas las demás, y al mismo tiempo, completamente diferente.
Estaba repleta de pegatinas de conejitos, osos polares, y decenas de otros animales adorables, alineados entre sí para formar un nombre: Agathe. A su alrededor se distinguían tres fotografías colgadas con cinta rosa; intacta a pesar del paso del tiempo. El chico no pudo evitar tomar una de ellas, en la que aparecían él y su amiga en el cumpleaños de la chica. Ambos tenían una radiante sonrisa, que jamás volvió a surgir de la misma manera en la boca de Yoake.
Lentamente, notó como la imagen iba quedando humedecida, al mismo tiempo que una solitaria lágrima resbalaba por su rostro.
—«Aprendiste a llorar sin derramar ni una sola lágrima, Yoake» —se reprendió a sí mismo—. «Agathe está muerta y tus lágrimas no van a revivirla. Ella no... No querría verte así».
Pasó su mano sobre sus ojos, secando así las lágrimas que amenazaban con surgir. Se dispuso a colocar la fotografía en su lugar, pero tras un instante de duda, la apegó contra su pecho y la guardó en el bolsillo lateral de su pantalón negro.
—«Un instante de debilidad» «Que no se vuelva a repetir» —amenazó a sí mismo—. «Vengarás a Agathe o morirás en el intento».
Hechó un último vistazo a la puerta de su fallecida compañera, y se dirigió sin mirar atrás a los pisos inferiores. Por desgracia, las clases habían acabado, y los alumnos amenazaban con inundar los pasillos.
Yoake agachó la cabeza para intentar pasar desapercibido, pero su curioso cabello azabache (prácticamente púrpura), y sus llamativos ojos azules no le fueron de gran ayuda precisamente. Lis, una alfa de unos diecisiete años lo reconoció de inmediato.
—¡Yoake, espera! —exclamó acercándose a él.
El chico maldijo en silencio a la estúpida de Lis, que además había atraído a más alumnos que rondaban la zona. En cuestión de segundos, el chico se vio convertido en el centro de atención.
—¿Es cierto que has recibido a una
omega? —preguntó Lis.—¿Es una chica? —dijo otra estudiante.
—¿Por qué Anaïs no nos ha dicho nada?
—«Mierda» —maldijo para sus adentros—. «Mierda, mierda, mierda».
Si de por sí Yoake no era una persona habladora, con el doloroso recuerdo de Agathe aún en mente, su boca parecía estar cerrada a cal y canto. El chico sintió ganas de hechar a correr y dejar a todos esos cotillas con la pregunta en la boca, pero hasta él sabía que eso no era lo correcto.
ESTÁS LEYENDO
Omegaverse: Jerarquía
General FictionOmegaverse: donde ser suicida te hace especial. Tras su fallido intento de suicidio, la ya de por sí desastrosa vida de Jackie se vuelve aún más difícil; sus padres adoptivos la abandonan y es enviada lejos de ellos a un extraño internado llamado O...