Capítulo 11

85 4 2
                                    

Las cosas en mi casa no iban bien, nada bien, las discusiones con mis hermanas aumentaron bastante al igual que las bofetadas de mi padre, mi madre me ignoraba y el único que parecía no estar en mi contra era Oscar, no sabía cual era el problema de todos, estaba ansioso por empezar la universidad e irme a trabajar para mudarme de esa casa que ya se me hacía tan incómoda.

Me pasé la tarde de ese viernes 30 de septiembre del 1935, completamente aburrido, encerrado en mi habitación, sin saber que hacer, no tenía ánimos de nada, ni de discutir, ni de salir, ni de follar, de nada. Me acomodé en la cama dispuesto a dormir cuando tocaron la puerta de mi habitación, maldije entre dientes al levantarme de la cama, al abrir era Greta quien estaba allí, me dijo que mi padre me llamaba, rodé los ojos fastidiado y me encaminé al despacho de mi padre. Toqué la puerta y cuando escuché el adelante pasé cerrando la puerta detrás de mi, padre me dijo que me sentara en una de las sillas frente al escritorio de caoba, él estaba de pie frente a la ventana que iluminaba la estancia y que daba al patio trasero de la casa. La música que sonaba en la radio era lenta, la cantaba una mujer que no había escuchado antes.

- Pronto entrarás a la universidad. Cuando acabes la carrera herr Arlet se encargará de conseguirte un trabajo eficiente, donde necesiten doctores con urgencia. Hablé con él y dijo que puede hacerte un espacio en el campo donde trabaja, así que espero, por tu bien, que seas responsable y que tomes esto con la seriedad y el profesionalismo que se requiere. - me dijo después de un momento de silencio en el cual ninguno de los dos habló.

- ¿Quieres deshacerte tan rápido de mí que me envías al ejercito de ese tirano?, no sé por qué no me sorprende. - le dije soberbio levantándome de la silla dispuesto a irme, si quizás lo que dije fue una falta total de respeto, pero estaba harto, cansado de que todo el tiempo quieran elegir por mi, iba a hacer la carrera de medicina por obligación no por gusto, y la odiaba.

- ¿Terminé contigo?, sientate - me dijo en un amenazador siseo, igual al de una víbora, mientras se daba la vuelta encarandome. Me devolví a la silla y me lancé con pesadez en ella esperando a que terminara lo que tenía que decir.

Se acercó dejando su lugar detrás del escritorio, se puso lo suficientemente cerca como para intimidarme y hacerme bajar la mirada

- Mientras vivas bajo éste techo, quien manda aquí soy yo, y tu harás lo que yo te diga, ¿entendiste? - asentí sin mirarlo - Yo hablo y tu te callas, mocoso mantenido. Si me da la gana de sacarte del colegio y mandarte a trabajar lo hago y punto. Si vuelves a hablarme en ese tono voy a tumbarte los dientes. Largo. - dijo amenazante echando veneno como las cobras. Me levanté sin decir nada y salí del despacho con el corazón en la cabeza, estaba alterado, quería irme, no soportaba la presión. Subí a mi habitación tomando mi abrigo gris y mi gorro de lana, estábamos en otoño y el frío ya se hacía sentir con fuerza y aun no empezaba a nevar. Salí de la casa con dirección a la biblioteca, por el camino me encontré con un grupo de personas mirando no se que cosa, por curiosidad me acerqué a ver pero de todas las cosas que esperaba ver aquello era extremo y sádico, había una mujer tirada en el suelo en un charco de sangre, al parecer le habían dado unos latigazos pues su espalda estaba totalmente desgarrada e irreconocible, incluso habían trozos de su carne en el suelo, la pobre mujer tenía escrito en su pecho sin senos la palabra "judía"; aparté mi vista de la escena y prácticamente salí corriendo de allí, no entendía como habían personas que se hacían llamar hombres y no eran ni siquiera bestias salvajes pues hasta las bestias tienen corazón pero esas "personas" no.

Llegué a la biblioteca agitado, las pocas personas que habían allí me miraron raro, me acerqué a la bibliotecaria de gafas rojas y cuerpo rechoncho de mal carácter, ésta me dio pase para mis libros favoritos, cuando llegué al pasillo traté de enfrascarme en la lectura de Edgar Alan Poe, pero era difícil hacerlo con aquello que había visto y que se repetía una y otra vez en mi cabeza, imaginando como aquella pobre mujer fue torturada por se judía. Sin poder concentrarme en la lectura de La máscara de la muerte roja, fastidiado me levanté después de un rato. Anduve por las calles de HafenCity por un largo tiempo, me encontraba fumando yerba en un parque poco concurrido, donde podía ver con tranquilidad los árboles que poco a poco se desnudaban dejando paso a las ventiscas propias del otoño e inicio del invierno, que aquí en Alemania es muy duro. Los rincones se llenaban de nieve y el aliento cálido se hacía visible, las personas se juntaban para poder mantenerse calientes pero no parecía suficiente a veces.

Cyril 1920Donde viven las historias. Descúbrelo ahora