Capítulo 8

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El reloj despertador me levantó bruscamente de mi sueño, lo tomé apagando el timbre. Me estrujé los ojos aún medio dormido me levanté de la cama siendo para mi muy temprano pero tenía prácticas de arquería con mi tío. Me duché con agua tibia‚ al bajar a la cocina me encontré con Greta haciendo en desayuno‚ le miré moverse por la cocina con su mirada resignada.

- Greta‚ lamento mucho lo que pasó. - le dije un poco avergonzado por lo que había hecho Oscar.

Una suave sonrisa lastimera dibujó su pálido rostro‚ mi pecho se oprimió un poco al verle.

- No tiene por que preocuparse joven‚ yo se que usted nos había visto antes así que... - suspiró‚ preparando el desayuno‚ le miré impotente. Puso mi desayuno en la mesa‚ comí con rapidez queriendo irme.

Mis primos George y Alfred se sentaron a mi lado antes de levantarme‚ sonreí de sus tonterías. Ellos me arreglaban el día, me ponían de humor cuando no lo estaba. Una vez terminaron de comer nos encaminamos hacia su padre. Un grupo de 11 chicos, mis primos, y yo estábamos caminando entre la maleza del monte, todos con arcos en mano; un entrenamiento de mi tío, toda figura de madera con forma de mono debíamos derribarlo, yo estaba con Alfred a mi derecha y George a mi izquierda, atentos a cualquier movimientos, estuvimos mucho tiempo caminando una ves nos dispersamos, ellos al lado mío pero mi mente estaba en otra parte, Gustav y la chica con la cual lo había visto el fin de semana. De repente a varios metros de nosotros apareció una figura de madera, rápidamente reaccioné antes que mis primos, apuntando mi flecha, tensando mi arco y soltándola con todo el impulso posible, atravesando la madera; uno menos dije en mi mente George me felicitó al igual que Alfred.

Al final del entrenamiento, no había visto a Gustav al parecer había faltado; no le di verdadera importancia a pesar de que le había extrañado en todo este tiempo que teníamos sin vernos, sin contar el brusco encuentro el fin de semana anterior. Aún me daba vueltas en la cabeza la chica que estaba con el aquel día ¿quien era? No lo sabía pero tampoco me interesaba saber; la llama que había entre nosotros ya casi no tenía la misma esencia, había algo diferente y la verdad intuía que era, tenía mucho que ver con las JH•, nos estábamos distanciando cada vez más y eso no parecía importarle en lo absoluto. Tomé mis cosas para volver a casa, rechacé la propuesta de mis primos sobre ir al río, no tenía ánimos para ir con ellos. Volví a casa dejando mi arco y caraj en el armario debajo de la escalera que daba al segundo piso. Me llamó la atención las voces que se escuchaban provenientes del salón, disimuladamente me acerqué viendo a mis padres charlando amenamente con un señor de abundante bigote canoso al igual que su pelo pulcramente peinado hacia atrás variando entre castaño y blanco por las canas y la edad.

Me invadió la curiosidad, mis ojos se posaron en el cachorro a sus pies de color blanco, hocico fino y pequeño, de ojos marrones y brillantes, me alejé de la puerta sin ser visto, subí a mi habitación, una vez llegué me estiré en la cama de sábanas suaves, con pereza queriendo dormir, con la cama seduciendome a echar una siesta.

Abrí los ojos sin darme cuenta de que me había quedado dormido, miré a la ventana viendo que ya oscurecía, me levanté de la cama quitándome la camisa quedando con la camisilla, justo cuando iba a quitarme los pantalones tocaron la puerta de mi habitación, abrí la puerta viendo que quien tocaba era Gustav. Me quede de piedra ¿que carajos hacía él en mi casa?, mi boca se secó al ver sus ojos de plata, su suave cabello dorado y su elegante traje negro, inconscientemente mojé mis labios con mi lengua, teníamos casi dos semanas sin vernos; la sensación que recorrió mi cuerpo fue estremecedora, tanto que vi como la piel blanca de su rostro se erizaba. Nuestras miradas lo decían todo y nada al mismo tiempo, no había necesidad de palabras, mi corazón latía velozmente, bajé la mirada, sus ojos me hechizarían, me aparté de la puerta con la intención de cerrarla pero su gran mano me lo impidió. Le dejé pasar mientras me sentaba en la silla delante de mi escritorio, Gustav entró, le escuché cerrar la puerta, se sentó delante de mí, mirando mi postura

Cyril 1920Donde viven las historias. Descúbrelo ahora