| 5 | night howls

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El viento era fresco y el frío helaba hasta la punta de los pies

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El viento era fresco y el frío helaba hasta la punta de los pies. Steve se sacudió ligeramente y aquello hizo que Sage dejara de centrar su atención en Hannah y le mirara dudosa.

—No hace tanto frío —comentó.

Steve negó.

—No es el frío —dijo serio—. ¿Hueles eso?

Sage inclinó la cabeza hacia la ventana y reflexionó sobre lo que estaba oliendo.

—¿Sangre?

—Fresca.

—Estamos al lado del bosque, por aquí pasan muchos animales —dijo ella segura—. Habrá sido algún pobre conejillo.

Steve frunció el ceño y Sage respondió a su mirada:

—Está bien. Si tan nervioso te pone voy a cerrar la ventana, vigila tú a Hannah.

No se molestó en decir nada; Sage le había oído moverse y él lo sabía. La cogió del codo para que no pudiera avanzar, y una vez seguro de que no se movería del sitio, se acercó a la ventana.

Desde allí podía apreciarse el comienzo del bosque, a escasos metros del hostal. Lo único que los separaba era la carretera mal asfaltada que les había llevado allí.

Steve se esmeró en analizar cada detalle de las hojas de los árboles, la tierra que estaba al alcance de su vista y los diferentes olores que el viento traía consigo. Nada le llevó a ponerse alerta. No se trataba de un depredador. Al menos eso le tranquilizaba.

Junto al camino de entrada al hostal estaba aparcada su furgoneta, y detrás de esta el Subaru de Sage. Steve sonrió al pensar en alguien de apariencia tan delicada como lo era Sage, conduciendo un coche como ese. Todo el mundo solía tener la misma reacción al conocerla. Pensaban que se trataba de otra damisela en apuros, sin darse cuenta de que los problemas los causaba precisamente ella. Era algo divertido de ver.

Sin embargo, el buen recuerdo le duró poco. La cubierta plateada del coche de Sage reflejaba los pocos rayos de luz que las nubes dejaban pasar, y con ello, una silueta cuadrúpeda que merodeaba por alrededor del vehículo. Steve no podía verlo con claridad, pero sabía que no eran imaginaciones suyas. El animal —o lo que fuera aquello— caminaba con lentitud por detrás de los coches, y parecía ser muy consciente de lo que hacía y de cómo quería ser visto.

—¿Has venido sola?

Sage le miro confusa.

—Sí, claro. Charles no quería que nadie más se enterara.

Los músculos de la espalda de Steve se tensaron, lo que le llevó a aferrarse con fuerza al marco de la ventana para controlar los espasmos. Sage, al darse cuenta, saltó de la cama y acudió a su lado, poniendo ambas manos sobre sus omoplatos.

—¿Steve, estás bien? —preguntó preocupada. Ante la negativa del chico, le obligó a girarse hacia ella—. Mírame y dime qué pasa. ¿Qué has visto?

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