Steve sacó un bote de plástico de la guantera del coche y lo sujetó entre las piernas mientras abría una de las latas que había comprado.
Bajo la atenta mirada de Hannah, vertió el el líquido dentro del recipiente. Hannah arrugó la nariz y se echó hacia atrás asqueada.
—Dios santo, huele que apesta —se quejó—. ¿Qué es eso?
Steve no levantó la cabeza para mirarla. Tiró el bote vacío a la bolsa y removió todo con una cuchara de plástico.
—Albóndigas y aceite de pescado —dijo él.
Hannah siguió observándole con la misma expresión de repugnancia en su rostro. A cada ingrediente que añadía, su estómago amenazaba con salirse de su cuerpo.
Cuando le vio echar un par de lonchas de bacon crudo, tuvo que apartar la mirada. Jamás pensó que algo como el bacon pudiera llegar a darle asco, peor Steve lo había conseguido.
Decidió centrarse en el móvil que yacía a su lado y recordó entonces que aún no le había hablado a Steve de la llamada de Lucas Cleimore.
—Llamaron a tu móvil mientras estabas dentro —dijo sin querer mirarle—. Lo cogí porque fueron insistentes.
—¿Era Lucas?
Steve cerró el bote y lo agitó con fuerza. Hannah tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por no vomitar, ya que a través del plástico transparente se veían con claridad todos los ingredientes mezclándose hasta formar una masa roja y homogénea. A excepción del aceite de pescado, que no terminaba de mezclarse con la salsa de las albóndigas y quedaba flotando en la superficie. Hannah se preguntó si sería algún tipo de batido de proteínas, como aquellos que toman algunos deportistas para mantenerse en forma. Pero de cualquier manera, creía que Steve estaba loco si iba a tomarse algo como aquello por voluntad propia.
Los ojos de Steve volaron del bote a Hannah. Y tuvo que encontrar algo divertido por el camino, porque no ocultó su sonrisa.
—Hannah —la llamó—. ¿Qué quería Lucas?
Hannah sacudió la cabeza y miró por la ventana del coche.
—Tan solo dijo que le llamaras cuando volvieras al coche —contestó—. Y que podía guardarme su número y llamarle si necesitaba algo.
Steve se estiró y dejó el bote a un lado de Hannah, junto con la cuchara. Aprovechó también para alcanzar su móvil y revisar las llamadas.
—Lucas, tan desconfiado como siempre —negó—. No cree que pueda cuidarte.
—¿Por qué iba a importarle que me cuidaras? —inquirió Hannah, apartándose con sutileza de aquella mezcla explosiva— Quiero decir, ¿tienes que cuidarme?
Steve puso los ojos en blanco al ver la cantidad de llamadas perdidas que tenía y levantó la cabeza para mirar a la chica. Verla envuelta en la manta, despeinada y con aquella cara de asco le divertía demasiado.
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Silver
Werewolf«Cada vez que la luna llegaba a su punto más alto, y brillaba, me sentía viva»