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De haber ido a pie, hubiera tardado una eternidad

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De haber ido a pie, hubiera tardado una eternidad. Por eso mismo Steve pensó que lo más práctico sería moverse en su forma de lobo. No había parado en ningún momento, ni siquiera para descansar. Se le había hecho de noche durante el camino, estaba calado por la nieve y no tenía tiempo de pasarse por su apartamento si quería alcanzar de nuevo a las chicas. Estas debían de haber llegado ya a la casa de Jack. Podían hospedarse allí hasta la mañana siguiente como muy tarde. La nieve no cesaba y no querían que supusiera un problema para volar.

Con la idea de que pronto estarían en Montana —a salvo de cualquier peligro—, Steve se adentró en el patio trasero de la casa de los Gale aprovechando la maleza de los arbustos que tenían para camuflarse.

No se había parado a pensar cómo iba a entrar en la casa, ni tampoco qué haría de ser descubierto. ¿Era mejor que le encontraran en su forma de lobo, o estando desnudo a causa de que no llevaba ropa de repuesto?

Resopló.

Todo aquello le estaba dando dolor de cabeza. De no haber sido por Sarah, él nunca habría pisado Chicago, ni habría tenido que cargar con Hannah. Ahora que estaba alejado de ella podía pensar con mayor claridad. Los lobos se guiaban por instinto. Los más dominantes se encargaban de cuidar y proteger a la manada, y eso era exactamente lo que le estaba ocurriendo con Hannah. A pesar de que en muchas ocasiones no quería tener que estar pendiente de ella, un impulso mayor que él mismo le obligaba a hacerlo. Contando además con que las órdenes de Lucas habían sido muy claras:

"Protégela y asegúrate de que llega sana y salva a la manada. Me da igual lo que tengas que hacer, pero sé discreto."

La discreción no era su fuerte. Ni tampoco hacer de niñera. Ambas cosas hacían aflorar su malhumor, y con él, a su lobo. Tiempo atrás Steve se hubiera negado a un trabajo así, pero con la repentina muerte de su amiga, no podía. Por ello, se pasaba el tiempo debatiendo mentalmente consigo mismo e intentando que el animal no tomara las riendas.

La luz del patio se encendió de golpe, sobresaltándole. Reculó un par de pasos hasta tener los cuartos traseros pegados a la valla, examinó todas las salidas posibles y se agazapó a la espera de que algo ocurriera. Si habían ido a por él, estaba listo para luchar.

—¿Hay alguien ahí?

La voz de una mujer —que más tarde Steve reconoció como la de la madre de Hannah— hizo eco en el lugar. Escuchó cómo avanzaba un par de pasos hasta llegar a los escalones que la separaban del césped, se detenía, y después volvía a reanudar la marcha no muy segura, bajándolos.

Para sorpresa del chico, la mujer no sentía miedo alguno. Eso, o él no era capaz de olerlo, lo cual dudaba. La oyó acercarse más todavía. Si seguía avanzando, acabaría encontrándose con el enorme lobo gris que era Steve. Por suerte para él, volvió a pararse.

Steve se preguntó si tanta dubitación se debía al miedo de tener un intruso en casa o a algo más. Olfateó el aire, la observó a través de las ramas, y de nuevo se encontró con una negativa. Ni su olor, ni su lenguaje corporal mostraban miedo alguno.

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