Cuando bajo del bus apenas quiero caminar. Antes de tocar el suelo mis pies comienzan a moverse con rapidez y las casas a mi alrededor pasan de la misma manera, quedándose atrás a medida que empiezo a casi trotar para no perder tiempo. No alcanzo a ver ninguna. Solo tengo ojos para el camino, mis pies, y las pocas personas que de vez en cuando se me cruzan. Mi mochila amenaza con zafarse de mi agarre y la tarjeta de Bailee me obliga a permanecer, además, atento a ella. No puedo perderla. Creo que incluso alcanzo a oír que mi móvil vibra en más de una oportunidad pero, a pesar de eso, no soy capaz de detenerme. La casa de Will está cada vez más cerca, incluso puedo imaginarla, pero no llego a poder pensar siquiera en la situación que ahí me espera.
Bah. Pensarla sí que puedo. De ahí a que quiera o no es otra cosa.
Todo mi cuerpo grita que me detenga. El dolor por la herida en mi rodilla se expande, pero es soportable. Bien, medianamente soportable. Sé que me detendría en cualquier otra circunstancia, pero ahora estoy corriendo por algo importante y no pasa por mi cabeza ni la posibilidad de ello ni mucho menos la de retroceder. Ya no. Por más que piense en los problemas que va a traerme no estar en clases ahora mismo, no pienso dejar solo a Will en esto cuando fue mi culpa, cuando fui yo quien le pidió volver.
Entonces... solo me queda una posibilidad. Hablar. Decir la verdad. Como diría Bailee, hacer que valga la pena.
Y podríamos decir que este es el mejor momento. Con ambas familias reunidas, solo Will y yo. Nadie ni nada más, solo lo que necesitamos que esté.
Sé qué va a ocurrirme en cuanto toque el timbre de la gran casa. Por eso, cuando por fin llego, no quiero detenerme a pensar. Solo me acerco, lo presiono y escucho el sonido, cerrando los ojos. Tomo aire y también me tomo el tiempo de sentir mi corazón latiendo deprisa. Además de la carrera, sé que es por los nervios que ahora mismo hacen temblar tanto mi espalda como mis manos. Así que sí. Respiración agitada, cabello revuelto y pocas ideas. Eso es lo que ve el padre de Will cuando abre la puerta y me ve aquí plantado.
Mis ojos se desplazan para ver la escena que se encuentra tras las espaldas del gran hombre. Cuatro sofás, todos ocupados. En uno de ellos están mis padres, ambos observándome sin ninguna sorpresa. En otro distingo a la madre de Will, una mujer esbelta, rubia, que solía llamarme "hijo" cada vez que tenía que decirme algo. Sé que no sabe mi nombre. Y luego, en otro sofá, el mismo Will.
Al verme comienza a negar con la cabeza, como de esa manera estuviese intentando decirme que no tengo que hacerlo si no quiero. Hemos hablado de esto tantas veces en estas semanas que no le hace falta volver a preguntarme para saber qué pienso al respecto.
Pero ya estoy aquí.
—Cameron Clark—dice el hombre que tengo delante, obligándome a mirarle. Si mal no recuerdo, su nombre es Alexander—. Will nos avisó que venías. Te estábamos esperando.
Retrocede dos pasos, dejándome entrar. La mirada que me indica lo dice todo. Sé que ninguno de ellos está enfadado conmigo. Ni Will, ni su madre, Adelaide, ni siquiera Alexander. Antes de lo de Cassie, la relación que mantenía con ellos era genial.
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Toquemos las estrellas ©
Teen FictionCameron es el tipo de persona que: A, es expulsado luego de intentar "defender sus derechos". B, no deja de comer y aún así no engorda. C, está perdidamente enamorado de alguien a quien no puede querer.