Capítulo 35: Grietas familiares

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—A pesar del tiempo que ha pasado desde la fiesta—alrededor de cuatro días—, las cosas no parecen dar señales de estar por calmarse

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—A pesar del tiempo que ha pasado desde la fiesta—alrededor de cuatro días—, las cosas no parecen dar señales de estar por calmarse. Cada día, a cada minuto, recibo una nueva notificación. Y nadie lo nota. Mantengo el móvil en silencio pero eso no cambia nada. Cuando voy al baño, cuando hablo con alguien, cuando hago cualquier otra cosa solo puedo pensar en que al volver veré cien nuevos mensajes. Y todos de varias personas, todas enfurecidas como si yo fuera un asesino. Bien, puede que lo sea para ellos. He oído que algunos estudiantes llegaron al extremo, como yo, de faltar a sus clases solo por esto.

»Puedo entenderlo. Claro que puedo. Porque piénsalo, creen que hice algo muy malo. Creen que puedo seguir haciéndolo. Piensan que porque me he metido una vez con ellos puedo volver a hacerlo. Así que está bien. Es comprensible que me odien. Pero no sé cómo aceptarlo siendo consciente de que no he hecho nada. Tampoco entiendo cómo debo afrontarlo. Es como si supiera que debo hacer algo pero no logro ver qué.

—Diles a todos la verdad—dice Bailee sentada en la silla de mi escritorio, con los pies sobre este, dándome la espalda—. No seas imbécil, al menos inténtalo.

—Lo he hecho—digo en mi defensa—. Y lo que ha dicho Luce fue muy claro. Nadie puede creerme si no tengo pruebas.

Will voltea para verme. Está sentado en la cama justo a mi lado. En el suelo, a nuestros pies, Andrew abraza a Marlene, quien observa su celular desde que exclamó con ganas, interrumpiendo la conversación, que pensaba buscar algo de buena música. Justo ahora levanta la mirada y la música comienza. Es Arabella de Arctic Monkeys. Cuando Bailee la escucha me mira por encima de su hombro como quien tiene una muy mala idea desarrollándose de a poco.

—Puedes conseguirte algún arma y matarlos a todos, ¿qué te parece?

—Estás loca—le espeta Andrew.

—No tanto—replica Marlene mirándome a través de sus oscuros ojos no tan maquillados como acostumbraban a verse—. Pero creo que lo mejor que puedes hacer es ir y ya. En los pasillos ni siquiera se habla de ti. Puede que la gente lo esté superando, o lo que sea, pero también supongo que no pueden odiarte para la eternidad, ¿no?—pone los ojos en blanco—. Y, seamos sinceros, tampoco puedes vivir faltando. Algún día terminará tu libertad.

Y ahí está la verdad de las verdades, la que me esfuerzo por olvidar cuando estoy a punto de dormirme y de repente se me aparece para torturarme. Llegará el momento, lo quiera o no, en el que tenga que hacerlo. Ir de nuevo al Instituto. Enfrentarme a todo esto. Correr más rápido que las balas. El caso es que ir no solo implica tener que hacer frente a las incontables personas que creen tener razones para odiarme. También implica hacer frente a aquellos que están intentando dar el siguiente paso para llevar esto a la ley. ¿Y a ellos qué voy a decirles?

—¿Por qué matar es ilegal? Con lo bien que nos vendría...—insiste Bailee hablando medio en broma medio en serio. O al menos espero que así sea. Ella sonríe con ganas—. Mira, Cameron, no sé qué piensas hacer pero el director ya se ha acercado a nosotros y he visto que tiene más canas de las que usualmente tiene. Está desesperado, quiere hablar contigo y hazme caso, ese viejo profesor de gimnasia no es para nada simpático cuando se estresa.

Toquemos las estrellas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora