No puedo concentrarme ni siquiera en la clase de inglés. En más de una oportunidad intento girarme y buscar con la mirada a Luce pero ella se ve distante, cada vez más ensimismada y cansada. No parecía haber lugar en su normalidad de perder las costumbres, pero ahora se ve como si no estuviese aquí, presente. Por primera vez veo algo diferente en ella, algo que no vi en nadie más. Ya no se ve como antes, cuando era la única que no usaba algo negro o se veía... diferente, en comparación con los demás. Ahora se la ve hasta extraña. Lleva el cabello suelto y desordenado y la mirada cansada y perdida, además de lucir triste o como si hubiese estado llorando.
Marlene, a mi lado, tampoco ayuda. Se la pasa bufando toda la clase, haciendo garabatos en su cuaderno y fingiendo que presta atención al mundo aunque sé que, tampoco tan en el fondo, no lo hace. Nunca parece interesarle nada que vaya dos centímetros más allá de su propio culo, a no ser que estemos hablando de algo que se interponga en su camino. Me cuesta bastante comunicarme con alguien que parece hacer del ignorar a todos una profesión, pero por alguna razón nunca llego a rendirme. Cuando los cuarenta primeros minutos pasan y ya no tengo uñas, me atrevo a intentar hablar con ella.
—¿Te gustan las tormentas?—le pregunto.
Marlene gruñe.
—No me molestes—me espeta.
Tengo que preguntarle. Estoy harto de guardármelo.
—Oye, ¿tienes algún problema conmigo? ¿Huelo mal? ¿Mi voz es irritante?—cuestiono, en un desesperado intento por seguir la conversación para no tener que pensar en nada más.
Marlene no responde, actúa como si no me hubiese escuchado e intenta esconderse dentro de sus garabatos. Harto de ser siempre el foco de sus maltratos para ser posteriormente ignorado, intento tocarle el hombro en busca de llamar su atención. Ella, en un movimiento brusco, se aparta de mí.
—No vuelvas a intentar tocarme, imbécil—me advierte a modo de amenaza.
—Tranquila—prometo, alejándome todavía más de ella—, no pienso hacerlo.
Afortunadamente, Marlene vuelve a concentrarse en sus garabatos y a pasar de mí como siempre lo hace hasta que la clase termina y, como si su vida dependiese de ello, recoge todas sus cosas al vuelo. No me hace falta contarlos pero estoy bastante seguro de que tarda menos de diez segundos en hacerlo. Tras eso, se va de la clase dejándome solo al fin. Antes de intentar guardar mis libros, me giro para ver cómo Luce lo hace, tan distraída como empieza a verse de costumbre.
—¿Estás bien?—me atrevo a preguntarle.
Reacciona como si no se lo esperase, alzando la mirada con sorpresa.
—Oh—murmura—, sí. No te preocupes.
—Te ves cansada—objeto, acercándole uno de sus libros para que lo guarde.
—No dormí bien.
Es una respuesta más que obvia. Las ojeras debajo de sus ojos la delatan, además de los constantes bostezos que se ha echado a lo largo de la clase. Me inclino un poco sobre su mesa para quedar a la altura de sus ojos y buscar su mirada. Ambos conectamos y permanecemos así un par de segundos. Entiendo entonces que en cierta forma está siendo sincera, intentándolo podríamos decir, pero, al mismo tiempo, no del todo.
ESTÁS LEYENDO
Toquemos las estrellas ©
Teen FictionCameron es el tipo de persona que: A, es expulsado luego de intentar "defender sus derechos". B, no deja de comer y aún así no engorda. C, está perdidamente enamorado de alguien a quien no puede querer.