Capítulo 1: La ambición de Seika.

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El ocaso llegaba al castillo Darrat y los rayos solares poco a poco fueron alejándose en un nuevo viaje que atravesaba el plano horizontal y dejaba consigo una curiosa combinación de colores en las nubes; cuyas tonalidades, marcaban el final de un largo día para el Rey Osoro Gëlldydur que, sentado en su frío trono, detallaba con cierta dosis de preocupación la rugosidad de sus manos, teñidas de esas manchas de deterioro que sólo aparecen con la edad. El Rey era un hombre despiadado, cuya contextura había perdido toda su solidez. Su piel era frágil como el papel, pero debajo de esta apariencia, se encontraba una fuerza inhumana y su mirada fría, reflejaba la oscuridad de su alma.

Sus pensamientos cruzaron un túnel sombrío y húmedo donde el sonido de la muerte rondaba como un eco pálido e intermitente, invadiendo su cuerpo exhausto por el peso de su angustia. El temor de Osoro se volvía tangible y, enmudecido, pensó que el tiempo se convertía en su verdugo y que su final se avecinaba.

Antes de verla, la sintió. Un aura tan poderosa que sólo podría emerger de un dios se impuso en aquel lugar. Osoro escuchó carcajadas de burla provenientes de la mujer que tanto amaba, mientras su piel, inconscientemente, se erizaba como respuesta a su llegada.

Una silueta esplendida y femenina se posó detrás de él y con un tono delicado y lujurioso, pronunció suavemente en su oído: —Mírate Osoro, qué viejo estás.

Perplejo por aquel suceso, Osoro murmuró su nombre “Seika” mientras volteaba a observarla. Cada vez que la veía tenía la misma impresión. Era tan hermosa, tan majestuosa, su cabello rosa le caía hasta la cintura, su piel era del color de la selva salvaje; como ella y aquella mirada altiva y esmeralda lo hipnotizaba, atrapándolo.  Seika continuó hablando, esta vez, con un tono de ironía y desprecio:

—Miren al poderoso rey en un estado tan deplorable, no vales nada.

—Mi señora, sólo usted es la dueña de mi destino, —respondió el rey con cierta dosis de humillación — sálveme se lo imploro.

—Que te quede claro que esto tan sólo es un juego para mí, me importa poco si vives o mueres —aclaró ella y añadió—: Tú y yo tenemos un trato y mientras hagas lo que te pida, vida tendrás.

—Haré lo que esté a mi alcance para complacerla, mi diosa, usted que lo sabe todo por favor dígame dónde está ésa estúpida Warussa. —dijo el rey, envuelto en desesperación.

—Aparte de inútil eres tonto, —respondió Seika con un tono fulminante— yo lo puedo todo, pero no lo sé todo. Los dioses no somos dueños del destino, por eso te pedí esclavizar a las Warussas, pero ni siquiera eso pudiste, hueles a carne muerta Osoro, te queda poco tiempo. —Y sin darle oportunidad de responder la poderosa diosa desapareció dejando al rey sumergido en conmoción.

Osoro hizo triunfador una vez más a su vehemencia y salió de aquel estado de shock en el que se encontraba. Caminó adoptando su posición característica al pensar: girando el anillo de su dedo pulgar, mientras murmuraba de manera inconsciente lo que pasaba por su mente, hasta que se detuvo y de inmediato ordenó la presencia de sus soldados.

Sonaron las trompetas que anunciaban la presencia de un diverso grupo de soldados que, de manera sincronizada, entraron al interior del castillo resonando sus pasos y se ordenaron en filas en dirección al Rey.

—¡Larga vida al eterno! — exclamó Loxo Galsaeg, el Kyarr, líder principal de aquel grupo, mientras los demás soldados se inclinaban ante su rey.

"El Sello Maldito"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora