Capítulo 3: El dolor doblega las almas.

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El viento helado soplaba estruendoso en una lúgubre noche, haciendo gemir las ramas de los viejos pinos alados que yacían, inquietos, al borde de una pendiente, danzando con movimientos taciturnos en forma de desapruebo. Cerca de las ramificaciones subterráneas de sus raíces, se encontraba el calabozo más profundo del castillo Darrat; el cual aparentaba una fachada tenebrosa y descuidada: sus paredes macizas estaban atestadas -de manera abstracta y distribuida- por salpicaduras de sangre seca.

Aquellas sórdidas paredes delimitaban un pasillo relativamente oscuro, con forma octagonal. Repleto por numerosas y raras maquinas, cubiertas de moho y agrietadas en distintas partes de su estructura, cómplices de un sinfín de torturas sometidas a lo largo de los años.

Las esquinas del pasillo albergaban pilas de diversos y peculiares objetos, que iban desde antiguas armaduras, forjadas con una especie de metal recio e inoxidable, hasta una estantería repleta con un sinnúmero de armas fascinantes, grabadas con dos iníciales en letras Kyarr y, curiosos planos corroídos y arrugados, que mostraban la posición geográfica de todas las aldeas de las tierras de Ephenddor. Donde, además, estaban marcadas con una gran "X" las aldeas y territorios foráneos de aquellos que aún se resistían a la conquista de Osoro.

El pasillo conducía hacia una enorme escalera de madera, cuya solidez y apariencia, se mantenía intacta, a diferencia de todo a su alrededor. sus extremos bajos estaban adornados por dos figuras paralelas e idénticas, talladas a mano de manera majestuosa y de cuyo centro, emergían 6 criaturas místicas, encerradas por una esfera ovoide, con un acertijo escrito en todo su alrededor. En la parte alta de la escalera, rechinaba una puerta a medio cerrar por donde entraba una cantidad reducida de oxígeno y un haz de luz artificial se asomaba tímidamente, revelando el cuerpo prisionero de Ashlyn.

Habían transcurrido 20 días desde que ocurriera aquel épico combate entre la Warussa y los solados reales y 17 días desde que Ashlyn, finalmente, recobrara la conciencia y fuese sometida a una serie de medidas rudimentarias y extremas por parte del Rey Osoro.

Para la vulnerable Warussa ya no existía el día ni la noche. Se encontraba absorta en una profunda oscuridad e inmersa en el desasosiego de un penetrante silencio que, retraído, se agudizaba, poniendo en evidencia la tenuidad de su palpitar y su respiración.

Ashlyn medía el transcurrir del tiempo por las visitas rutinarias de un lacayo, quien se acercaba continuamente a cerciorarse de sus secuelas, producto del suplicio matutino al cual era subyugada. Y, además, cumplía con la orden explícita de preparar y poner en marcha un nuevo y escalonado tormento psicológico.

Acompañado de una antorcha y luego de cumplir con su deber, el infame lacayo observaba con una sonrisa los intentos fallidos de la Warussa por exteriorizar su ira -malditos sean- gruñía a través de su mordaza, cada vez que éste le alumbraba el rostro y con muecas y una danza burlona, retardaba su marcha.

Desde lo alto de aquel calabozo, gotas de agua sucia caen, intermitentemente, sobre la frente de la desnutrida Warussa, retumbando cada centímetro de su cordura y, evitando de manera despiadada, su descanso. La estrategia era simple: mantenerla despierta, mientras el dolor producto de múltiples azotes propinados -encarecidamente- por Wron, la torturaban y le hacían cambiar de parecer. Su cuerpo era víctima de la barbarie, múltiples hematomas se distribuían a lo largo de su rostro, pálido. Su vestimenta estaba desgarrada y manchada por sangre que emanaba de profundos cortes en sus brazos y piernas, mientras sus manos, evidenciaban terribles quemaduras.

Pero a pesar de todo el daño al cual era sometida, a pesar de los efectos nauseabundos fruto de la desnutrición, y del profundo dolor que la embargaba sin cesar, debido al maltrato escalonado de castigos físicos y psicológicos, nada en ella parecía cambiar. Sus enemigos se enfrentaban diariamente ante su firmeza neta y su convicción para mantener su valerosa voluntad. No importaban la crueldad por la que pasaría, ni la barbarie, ni el daño que le pudiesen causar, Ashlyn tenía una cosa muy segura: nunca más le daría ventaja al tirano rey, sirviéndole con su don.

"El Sello Maldito"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora