La mañana era fría y opaca. Las nubes danzaban en el cielo, bloqueándole el paso a los rayos solares y, el viento agitado, soplaba con malicia haciendo encalambrar a los múltiples y curiosos espectadores que yacían en las afueras del Castillo, esperando fervorosamente a que su Rey partiera e iniciara la acción.
Osoro salió del Castillo de Krolomna, acompañado de la mujer de Koert, quien lucía un hermoso cabello negro, ojos verdes y piel gris -que escamaba a su gusto en forma de decoración corporal-, llevaba un vestido verde que resaltaba sus ojos y marcaban su monumental figura —es idéntica a Koert— pensó Osoro, no recordaba qué tan parecidos eran los hermanos Mabats. Pertenecientes a un clan tan antiguo y respetado, descendiente de las Mambas negras, letales, cuya costumbre radicaba en casarse con miembros de su propia familia para mantener la sangre de mamba pura y mortífera. Annelien Mabats era su nombre, ella sería su anfitriona en el recorrido que los llevaría hasta el coliseo verde.
Al bajar las escaleras, Osoro se encontró con su escudero. Éste le acercó su Sekira con su sonrisa característica y su peculiar intento de reverencia. —Su alteza, mi señora —recitó el Kyarr, señalando a las Sekiras que los esperaban. Y aunque existían múltiples maneras de transportarse hacia su destino, los años de experiencia habían hecho a Osoro un fiel defensor del transporte terrestre. Junto a sus amadas bestias, y su tropa de guerreros bien posicionada, se sentía imbatible.
Todos galoparon a toda marcha, hasta llegar a la cima de un escarpado risco. Desde allí se podía observar un hermoso camino de Abedules con troncos grises y hojas verdes llenas de vida. —Estamos cerca majestad, pronto podrá deleitarse con esta nueva edificación hecha por nuestros mejores constructores. —Anunció Annelien Mabats. La Kyarr señaló al horizonte con uno de sus largos dedos —Incluso desde aquí podemos observarle, allí lo esperan sus fieles Hārakus, mi señor.
—Basta de formalidades Anne— masculló el rey —Yo vi crecer a tus hermanos y a ti, fui el mentor de tu hermano y de tu padre antes de él, cuéntame mujer ¿cómo están tus crías?
—Sauro es todo un guerrero, alteza. A sus 15 años ha demostrado ser muy habilidoso y bueno con todo tipo de armas. Anorh de 9 años ya es un experto con el arco y, la dulce Darsell, tiene 7 y ya es toda una dama, en unos años ya estará lista para desposarse con Sauro y continuar con el linaje. —Anne hablaba con tono airoso, como toda madre orgullosa de sus hijos.
—Tendremos que ver al pequeño Sauro en combate, si es la mitad de bueno de lo que me acabas de decir, habrá que irle buscando un puesto en la guardia real— soltó Osoro, dando palmadas a la espalda de Annelien.
—Ya lo verá, mi señor. —le respondió Annelien, manteniendo su tono de seguridad.
La tropa real encabezada por el Rey Osoro Gëlldydur atravesó con gran brevedad el pequeño bosque de Abedules, encontrándose con una enorme y ovalada edificación que acaparó toda su atención. Esta maravillosa estructura estaba hecha con las más variadas y llamativas técnicas, por los mejores artesanos de la raza Kyarr. Sus columnas estaban adornadas en cada una de sus tribunas, por esculturas de los animales venenosos que han representado a los clanes de la raza Kyarr desde su origen. Sus gradas, tenían la capacidad de albergar a 100.000 espectadores. Todo un hermoso escenario hecho para el espectáculo y desdén de los que aman el combate.
Las trompetas sonaron y los gritos del pueblo extasiado aclamaron nuevamente la llegada de su Rey. Allí lo estaban esperando sus seis fieles Hārakus, quienes habían partido junto a sus tropas y guerreros, momentos antes de llegar el alba, con la intención de tener todo preparado.
Osoro bajó de su Sekira y se dirigió al palco de oro, en compañía de sus Hārakus, sus esposas y sus fieles escuderos. Allí lo aguardaba un cómodo asiento en la tribuna imperial, donde contaba con una amplia vista de toda el área de combate en donde se llevaría a cabo el torneo.
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"El Sello Maldito"
RandomEstaba en una habitación oscura, la luz de las velas le daban un brillo tenue y tétrico al lugar. Sobre la mesa se encontraba una mujer, amarrada de pies y manos, rodeada por un grupo de personas, con raras vestimentas que ocultaban sus rostros. Su...