Mi eterno, ya está todo preparado para la ejecución. —anunció un anciano de aspecto siniestro, con una barba tan larga que rozaba el suelo, luego de inclinarse ante la presencia del Rey Osoro Gëlldydur, mostrándole su respeto.—Has hecho un buen trabajo, Sir Galsaeg, tu lealtad será recompensada. —le respondió Osoro con un tono frío, levantándose de su trono y envainando la espada que momentos antes, empuñaba con fuerza.
Ambos caminaron hacia el exterior del castillo, atravesando una fila de soldados de capas escarlatas, hasta llegar a una tarima alta. La guardia real se extendía alrededor del escenario, custodiando a una enorme multitud de personas que gritaban insultos cargados de odio.
“¡Mátenlos!, ¡Traidores!, ¡Qué rueden sus cabezas!” Se oía, hasta que el Rey Osoro se instaló finalmente en su silla. Su presencia bastó para dejarlos a todos en silencio.
Frente al Rey se encontraban 11 personas sentenciadas a muerte por decapitación. Algunos de ellos eran esclavos del castillo, otros eran soldados que custodiaban las mazmorras, y además, estaba aquel lacayo que se había dejado robar la identidad del enemigo.
Al lado derecho del rey se encontraba el anciano Galsaeg, y a sus espaldas, el vocero real encargado del discurso dirigido hacia el pueblo y, además, estaba Wron el despellejador. Éste último, sosteniendo una enorme e intimidante arma, mientras sonreía de placer al ser el encargado de la ejecución.
El Rey Osoro miró al vocero sin perder el tiempo. El cual, apresurándose, mostró su reverencia y procedió a alzar su voz y dirigirse a la muchedumbre:
—Ciudadanos de Darrat, muchos de ustedes se preguntarán ¿Qué demonios han hecho éstos pobres diablos para estar aquí y quedarse sin cabeza?, otros, ni siquiera saben lo que significa hacerse una pregunta, pero están aquí, por el simple hecho de ver sangre. —proclamó el vocero con enorme energía, acompañado de las carcajadas cómplices del pueblo y continuó: —Pues hoy sabrán, que todos ellos se han burlado de ustedes y de la Realeza, han ayudado a la escoria rebelde y han puesto nuestras vidas y la de sus hijos a merced del enemigo, ¿no creen ustedes que eso es algo imperdonable? —la tensión en el lugar empezaba a aumentar con cada una de sus palabras, se tomó un momento para dejar que el pueblo abucheara y lanzara piedras y frutas podridas a los sentenciados, y siguió con su discurso: —Todo aquel que ose a burlarse del pueblo será castigado con la muerte. Esta será la primera de muchas acciones que marcarán un cambio en Ephenddor. Que lo que está por pasar quede grabado en vuestras mentes y que les sirva de lección, no podemos permitir que la ineptitud sea cómplice del enemigo —y tras decir esto, se dirigió con gracia hacia Wron, cediéndole su turno.
La guardia real se mantenía firme, repeliendo a las masas, que extasiadas y llenas de cólera, buscaban sobrepasar a la pila de soldados que se interponía entre ellos y el deseo de hacer justicia con sus propias manos.
Pero sus vidas ahora le pertenecían a un fiel servidor de la muerte. Wron el desollador se dirigió con ansiedad y enormes deseos de rendirle honores a la diosa May. Y, aunque a él le hubiese gustado llevar a cabo su misión en un lugar con privacidad, donde pudiese jugar a solas con el sufrimiento de sus víctimas; escuchar y sentir el fuego vivo de su desesperación, el dulce llanto saliendo de sus bocas en busca de un rayo de esperanza que calmara su agonía. Aunque los sonidos gloriosos de sus víctimas serían opacados ahora, por los gritos de la muchedumbre y por una muerte veloz y poco atractiva para su gusto, el morbo de la gente sedienta de sangre, el hecho de acabar con los traidores y ser elegido por el rey nuevamente como su verdugo de confianza, le causó un placer inigualable. Preparó ágilmente todo lo necesario para la decapitación, manipuló el cuerpo de los sentenciados hasta arrodillarlos e inclinar sus cabezas sobre piedras planas, que sirvieran de apoyo al abalanzar su enorme arma y dejarla caer.
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"El Sello Maldito"
RandomEstaba en una habitación oscura, la luz de las velas le daban un brillo tenue y tétrico al lugar. Sobre la mesa se encontraba una mujer, amarrada de pies y manos, rodeada por un grupo de personas, con raras vestimentas que ocultaban sus rostros. Su...