2. Coronel.

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Entró a la habitación y cerró la puerta con fuerza, descargando su furia. Colocó ambas manos en su propia cintura y se giró, dándole una mirada de reproche y enojo al castaño frente a él, quien se encontraba sentado en una silla y con unas esposas en sus muñecas.

–¡Mataste a uno de mis oficiales! –el rizado observó como los ojos del contrario rodaban mostrando indiferencia. –¡Tomlinson!

–Tranquilo, coronel. –bufó el castaño. –No sería la primera vez.

–¡Louis! –se alteró, tomó un fuerte respiro y se acercó con una postura amenazante. –¿Por qué lo hiciste esta vez?

–Ese imbécil me insultó, ¿ok? –soltó con una cara de disgusto. Apartó la mirada y negó lentamente.

–¿Se puede saber qué te dijo? –el rostro de Louis seguía en dirección al suelo. –Mierda, Tomlinson. No puedes seguir así, no puedes seguir con...

–Ese bastardo te dijo puta. –confesó con furia. Enfrentó sus ojos con los del coronel, que lo estaban mirando con una ligera mezcla entre el asombro y el enojo. –Desde esa vez que nos vio en mi celda no dejaba de mandarme indirectas. –cerró los ojos, tratando de encontrar alguna muestra de tranquilidad en su mente. –Te dijo puta y fácil solo por estar conmigo. Uno de tus oficiales habló a tus espaldas y no respetó nuestro estúpido contrato, no mantuvo su maldita boca cerrada.

El rizado negó, se giró y trató de razonar. Suspiró con cansancio y se hincó frente al castaño. –No puedes seguir asesinando a mis oficiales, por favor. –susurró con una expresión de sinceridad y tomó la mejilla del oji-azul.

–Deja de confiar en gente de mierda, entonces. –escupió ante la petición del rizado. –Ayer dijiste que vendrías a verme y no fue así. Y mientras te estaba esperando, llegó ese hijo de puta y se empezó a burlar de mí.

–Louis...

–¡No! Escúchame. –se zafó de su débil agarre y se puso de pie. –Entiende que yo no empecé esta vez, Harry.

El rizado respiró pesado y asintió. –Está bien... te entiendo. –se acercó y dejó un suave beso en la frente del castaño.

–Quiero abrazarte. –susurró Louis, bajo las caricias de su coronel.

–Espera. –se alejó y salió de la habitación. –¡Tú! –señaló al oficial que esperaba al encarcelado, custodiando su oficina. –Deme las llaves, oficial.

–Pero señor...

–Acate mi mandato y no me desafíe. –apretó los dientes y mostró la postura de coronel que todos deberían de reconocer. –O no querrá que lo encierre junto a esos enfermos del pabellón C.

El oficial negó repetidas veces y sacó con nerviosismo las llaves que estaban colgadas en su cinturón. –Tome.

–Ahora retírate y busca algo mejor que hacer, inepto.

–Pero... ¿y el recluso, señor? –musitó bajito, temiendo por la respuesta del coronel.

–¿No me escuchó? ¡Retírese oficial! –dio media vuelta, sin importarle la presencia del asustado oficial, y se adentró nuevamente a su oficina cerrando la puerta con seguro.

–¿Tiene las llaves, mi coronel? –el castaño fingió escalofríos. –Permítame temblar bajo su presencia, por favor...

–Déjate de bromas, Tomlinson. –bufó. Tomó las muñecas del castaño y le sacó las esposas, tirándolas al suelo.

Louis se acercó sin cautela, ahogó un suspiro en cuanto sus brazos rodearon el cuerpo del más alto. Esperó a que el rizado le devuelva el afecto y sonrió. –Sabe que mataría a los bastardos que me hagan falta para seguir con usted, coronel.

Drabbles. {Larry}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora