Capítulo 2

28 0 0
                                    

El examen me fue bastante mal. La tarde anterior no había conseguido estudiar apenas y me encontraba, una semana después, observando mi desastrosa nota. Mi padre se pondría hecho una furia en cuanto se enterase de mi suspenso. Como protector que era, controlaba mis notas igual que hacía cuando iba a la ESO. ¡La diferencia era que ya estaba en la universidad!

- ¡Silvia! - Me llamó mi amiga Clara mientras se acercaba a mi.

- Hola, ¿qué tal? - dije sin mucho ánimo.

- Yo bastante bien, y ¿a ti qué te pasa? Esos ánimos no estan muy contentos ¿eh?

- He suspendido bioquímica.

- Bueno, ya lo recuperarás en el próximo examen. Eso sólo es un pequeño bajón. ¿Sabes qué? Creo que deberíamos hacer una salida de chicas. Las dos juntas.

- La idea suena de muerte. Pero olvidas que mi padre no me deja casi salir.

- No creo que te prohíba salir de compras conmigo ¿no? Se lo pediré con cara de cachorrillo bueno.

Me la llevé a la cafetería riendo. Como siempre había conseguido sacarme una sonrisa y recordé porqué era mi amiga. Por mala suerte, cuando llegamos estaba abarrotado de gente. Busqué con la mirada un sitio libre empezandome a hacer a la idea de que tomaríamos el café de pie cuando vi una mesa en la que había dos sitios disponibles. Me acerqué con mi amiga y, tras pedir permiso a los dos chicos que ocupaban el resto de la mesa, nos sentamos. Clara se ofreció a ir a pedir a la barra los cafés mientras yo me quedé revisando mi móvil. Mi amiga no tardó en llegar y sentarse enfrente mío. Comentábamos tonterías y reíamos juntas. Poco a poco iba olvidando que estaba de mal humor.

Media hora después estaba de camino a la próxima clase que me tocaba. La verdad era que Etología me gustaba bastante. Me interesaba saber porqué los animales actuaban cómo lo hacían. Era sorprendente la de cosas que desconocemos sobre este tema. Llegué cinco minutos antes y pude escoger un buen sitio. Saqué el libro, la libreta y el bolígrafo para luego aprovechar para revisar el móvil otra vez. No tenía real necesidad de hacerlo pero era una costumbre. Las redes sociales estaban llenas de tonterías que te evadían de los problemas para hacerte reír ante las absurdeces que se llegaban a leer. Justo estaba cotilleando el perfil de una chica cuando una voz me hizo levantar la mirada.

- Deja el móvil. - Me giré para ver quién me estaba hablando y me encontré con un chico que no conocía. Su cara me resultaba familiar pero no podía acertar quién era. Supongo que mi cara denotó desconcierto ya que añadió - Soy el chico de la cafetería. Te has sentado a mi lado.

- Ah, sí. Ya te recuerdo. Lo siento, no te había reconocido. - Me excusé. La verdad era que no había prestado atención a los dos chicos de la mesa. Iba bastante distraída con mis temas.

- Tranquila, hay bastante gente aquí y si tubieras que recordar todos los chicos que se sientan a tu lado, tendrías la cabeza llena de caras.

- Jaja tienes razón. Así que ¿quieres ser veterinario? - cambié de tema intentando parecer interesada.

- Pues sí. Nunca me había imaginado estudiando esto. Pero, ya ves, aquí estoy intentando aprobar. ¿Y tú?

- Yo quiero ser veterinaria desde que tengo conciencia casi, jaja. La verdad es que estar con animales me gusta demasiado como para dedicarme a otra cosa.

- El año pasado murió mi conejo y no pude salvarlo porque no supe ver que estaba enfermo. Así que decidí estudiar esto para no tener nunca que pasar por eso.

- Siento lo de tu conejo. Yo no tengo animales porque mi padre los detesta.

No pudimos seguir hablando ya que entró el profesor y pidió silencio bastante rápido. La clase resultó bastante interesante y cuando el profesor dió por terminada la hora casi ni me había dado cuenta de que llevábamos todo ese tiempo allí. Recogí mis cosas y las guardé en la mochila, preparada para salir hacia mi próxima clase. Olvidaba que había conocido un nuevo compañero que también tenía que venir dónde yo iba. Salimos los dos a toda prisa para intentar encontrar un buen sitio en las primeras filas. La gente caminaba directa a sus destinos y, a veces, resultaba estresante andar por allí en medio. Me daban ganas de teletransportarme y, de esta forma, evitar empujones y codazos. Aunque poco a poco había ido pillando el truco a eso de esquivar personas. Cómo habíamos deseado, encontramos dos sitios libres bastante cerca de la pizarra por lo que pudimos sentarnos y prepararnos para seguir con los estudios.

El día me pasó bastante rápido. Cuando acabamos las clases, me despedí de ése chico que había descubierto que se llamaba Jorge y me fui con Clara a comer. Nos sentamos en un banco que había en el campus de la universidad y le conté que había conocido a ése chico. Seguía pensando que su cara me resultaba familiar y no precisamente de encontrarnoslo en la cafetería. Aunque eso sólo eran sospechas mías sin fundamento alguno. Dejé a un lado la idea para explicarle lo simpático que era. Me venía bien tener un compañero conocido en clase, así podría consultar dudas. Ella me comentó que ése próximo fin de semana había una fiesta en casa de uno de sus compañeros y la habían invitado a ir. Estaba bastante emocionada ya que era su primera fiesta como universitaria y irían chicos que prometían. También me dijo que si por algún milagro mi padre se decidía a dejarme salir, se lo dijera porque iríamos juntas. Descarté la idea pero agradecí que pensara en mí.

Juntas cogimos el tren de vuelta a casa y, al llegar, nos despedimos con dos besos. Desde la estación hasta mi casa no había mucho recorrido a pie, así que mi padre me permitía ir andando. Al principio Clara me acompañaba siempre, ya que mi progenitor se negaba a que estubiera sola cinco minutos. Unos dos meses después y tras una larga discusión, me dió permiso para hacerlo yo solita. Parecía una niña de seis años. Clara era mi mejor amiga desde que nos conocimos en primero de la ESO y, aunque nos habíamos discutido y enfadado, siempre nos habíamos perdonado para seguir siendo amigas. Hay quién decía que éramos cómo hermanas porque siempre íbamos juntas a todos lados. Eso, evidentemente, antes de que mi padre activara su modo sobreprotector conmigo.

Cuando llegué a casa me tumbé en el sofá para ver un poco la televisión pero me cansé enseguida ya que no encontré nada que realmente me gustara. Seguí pensando Jorge. Realmente me sonaba de algo su cara. No podía acertar de qué exactamente. Pero era una sensación que no me gustaba del todo. Prefería saber en todo momento lo que pasaba por mi cabeza. Intenté buscar en mis recuerdos algo que me diera una pista pero no encontré nada. Y tampoco pude estar mucho rato divagando en mis pensamientos porque llegó mi padre.

- Hola, papá.

- Hola cariño. ¿Cómo ha ido el día?

- Bien, he estado con Clara casi todo el día, como siempre.

- ¿Te han dado la nota de bioquímica?

- Emmm... Si.

-¿Y bien?

- He suspendido. Pero lo puedo recuperar en el próximo examen que el tema es bastante más fácil.

- ¿Tienes algo que te distrae? Siempre sacabas buenas notas.

- No, sólo que no me pude concentrar mucho. Echaba de menos a mamá.

- Lo sé, hija. Todos la echamos de menos pero no tienes que desviarte de tus estudios por eso. Quiero que recuperes esa nota.

- Claro papá.

- Ah... Esto... Se me olvidaba.

- ¿Qué pasa, papá?

- Mari me ha regalado un fin de semana fuera y te quería preguntar si te molesta que me vaya el viernes con ella. Volveríamos el domingo por la tarde.

- No, claro que no me molesta. Ve y disfruta que os lo merecéis.

- Esto de dejarte sola no me gusta.

- Soy mayor ya, papá. Sé cuidarme solita. No te preocupes por eso.

- Te llamaré cada día ¿vale?

- Sí, sí.

Sin querer, mi padre me había dejado vía libre para ir a esa fiesta tan emocionante que me había dicho Clara. No tardé en enviarle un par de mensajes a mi amiga explicándole la noticia. Iba a ser una buena noche. No pensaba permitir que nada ni nadie me la arruinase. Tenía que aprovechar que por un día en mi vida tendría la oportunidad de asistir a una fiesta. Era como un sueño, motivo por el cuál me pellizqué para comprobar que realmente eso estaba pasando. La prisionera de la cárcle más segura del mundo tendría dos días y medio libres para hacer lo que quisiera. Vale, estaba exagerando un poquito pero me sentía tan bien y tan libre que no podía evitarlo. Compadecí a mi padre. El pobre sólo quería protegerme y su malvada hija estaba deseando que le dejara un poco en paz.

Amiga del dolorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora