Capítulo 7

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El viaje a Fragua por las grandes dunas de arena en el basto desierto de Ogaden fue largo y tranquilo a pesar de las circunstancias, ese tiempo fue mas que suficiente para que Quagga se recuperara de sus heridas para así presentarse ante los Dracones de su pueblo.

El hombre corpulento debía entregar los informes de batalla y pedir autorización para volver a las filas e ir a la batalla otra vez, su puesto de mando lo exigía, y su espíritu luchador también. La escases de información sobre como se desenvolvía la guerra de los elementos lo tenia preocupado, pero siempre tenia la esperanza de que todo fuera a salir bien.

Iba a caballo junto a una larga caravana de suministros y soldados que lucharon en la playa Haoma junto a él, algunos seguían heridos y con partes de su cuerpo mutiladas al igual que él. También lo acompañaba Alessandra y su esposo Guido, los dos Médicos en jefe del Trax.

Durante los meses de viaje en el océano hasta llegar a los muelles lograron ser una grata compañía que creo fuertes lazos de amistad, el desierto a su alrededor en pleno día los tenia alegres, como a todos los Danhairo, amaban los lugares áridos y llenos de calor.

– Nos da gusto que estés aquí Quagga, eres una persona muy agradable a pesar de tu ruda forma de ser– dijo Guido DaLengx.

– ¡Ja! Yo siempre lo e dicho, no hay nada como viajar con un guerrero, todos tenemos historias distintas que contar, ¡en el campo de batalla sucede de todo! – dijo Quagga con una sonrisa orgullosa.

– Y así fue, tus historias son geniales, nunca pensé que las pruebas del Fénix eran tan peligrosas, varias veces curamos a los chicos que salían del volcán y sabíamos que algunos no sobrevivían lamentablemente, pero de verdad nunca pensé que era tan crudo ahí adentro y llevar al límite tus habilidades físicas y mentales – dijo Alessandra entre el relinchar de su caballo.

– Yo tampoco pensé que las historias del Trax Médico serian igual de buenas, ese chico que cayó sobre un cactus espinilla casi me mata de la risa – dijo Quagga esbozando su enorme sonrisa y mirando el horizonte.

Los tres charlaban y reían alegremente mientras el día pasaba, el desierto que rodeaba a Ogaden tenía una extensión de una semana entera de camino, no era tanto, lo que complicaba todo eran las tormentas de arena y las grandes dunas que había que subir y bajar una y otra vez, que podía retrasar el viaje varias semanas, pero nada les preocupaba, en los muelles de Leodria les dieron suministros suficientes para poder realizar el viaje.

Cuando cayó la noche, las estrellas bañaron el cielo y los caminantes, que se preparaban para acampar a la luz de las cuatro medias lunas que se alzaban sobre ellos; Quagga se separó de la pareja de médicos brujos y comenzó a estirar una manta de piel de oso en la arena, se cubrió la boca con un pañuelo rojo carmesí que distinguía a los Ignios de la Elite y se tiró sobre ella exhausto, debía dormir para descansar el dolor de su ingle producto del día a caballo.

Despertó con el ruido de niños jugando:

– ¡Te voy a pillar Karoo! – dijo un niño que jugueteaba en la arena con una niña regordeta.

– ¡Ni lo sueñes Ove! – dijo un niño aun mas pequeño.

– ¿Porque no? ¡Soy la guerrera más poderosa! ¡Wah! – dijo la niña intentando pillar al niño que rápidamente la esquivo, pero el impulso la hizo caer de trasero en la arena y comenzó a llorar.

Se levantó y tomó su cantimplora llena de agua y la vació en su boca, estaba muy deshidratado y sus labios estaban secos, le hizo recordar las palabras de su general del cuartel: " Si en este desierto te duermes y no despiertas luego... quedarás como escupitajo seco".

Crónicas de Gaia: Libro PrimeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora