Capítulo 8

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Las calles del pueblo guardaban silencio mientras el muchacho de ojos celestes y cabello de oro caminaba en dirección al prado de flores. El cielo, de colores cálidos como el naranja y el rosa, avisaba del bello atardecer que mandaba al sol a dormir para dar paso a la luna y a sus compañeras las estrellas; el viento, sereno y silencioso, viajaba entre las hierbas cerca de los terrenos más secos, y con algo de fuerza, levantaba el polvo de los senderos más solitarios; el paisaje se encontraba desolado, y la única figura en movimiento, era el joven de ojos llorosos, el cual cargaba una bolsa en su hombro derecho y un par de hojas de papel en su mano izquierda.

Lucas había decidido salir de casa para tomar algo de aire. Después de la comida con su padre, había preparado una bolsa llena de todas las cosas necesarias que le ayudasen a relajarse, cosas como lápices, gomas, colores y demás para poner en práctica sus actividades preferidas.

Hacía tiempo que no pintaba, ya que él siempre se deprimía si dibujaba en entornos como los hospitales. Le recordaban a los momentos en los que se pasaba horas sentado frente a la camilla de su madre, esperando a que ésta abriese sus preciosos ojos azulados, esperando el momento en el que su dulce voz retumbase por las blancas paredes de la habitación para asegurarle de que se encontraba bien, de que ella seguí allí... Lucas sacudió su cabeza con fuerza y se limpió las pocas lágrimas que habían conseguido libertad fuera de sus orbes zafiro. Suspiró con una mueca plasmada en el rostro y aceleró el paso hacia el prado que tantos recuerdos le traía.

-(...)-

Al llegar, inmediatamente se detuvo para contemplar con nostalgia todas las flores a su alrededor. El viento movió las nubes más blancas del cielo y las remplazó con unas que amenazaban con lluvia inminente. Pereciera que ni siquiera el clima estaba de su parte esa tarde.

Con cuidado de no resbalarse se aventuró entre las diferentes plantas de todo tipo de colores, estrujando las hojas contra su pecho, sintiendo como el ambiente iba cambiando a uno mucho más frío, uno que rebosaba un sentimiento nostálgico y lejano. Un escalofrío recorrió su espina dorsal, y con pasos rápidos empezó a correr hacia el prado verde que se veía no muy lejos de las flores, ahí donde no solo crecía la fresca hierba que se congelaba en invierno, sino donde también crecían los girasoles más altos y bonitos que Lucas había visto jamás. Además de que entre esos pocos girasoles, Lucas siempre divisaba a la perfección, incluso a kilómetros de distancia, la tumba de mármol que aguardaba bajo la tierra las pocas memorias de su madre y su hermano. En poco tiempo se encontró frente a la tan añorada tumba, -la cual visitaba a diario- y dejando salir las primeras lágrimas, se sentó en frente de ésta, depositando la bolsa a su lado derecho y con cuidado dejando caer las hojas sobre su regazo.

- Ah, hacía tiempo que no os visitaba... - Pensó, dejando salir una entristecida risa y dejando su rostro adornado con una pequeña sonrisa.

Se limpió las lágrimas y sacudió nuevamente la cabeza, esperando que el punzante dolor en su pecho se marchase rápidamente. Lucas no quería volver a llorar. Le daba pena el llorar frente a la tumba de sus seres queridos. En el fondo sabía que ellos aún se encontraban a su lado, muy adentro de su frágil corazón.

Con las manos temblorosas por el repentino frío, abrió la bolsa y sacó lápiz, goma y una tabla de madera de tamaño mediano. Recogió una de las hojas esparcidas a su alrededor y la apoyó con delicadeza sobre la tabla, empezando a dibujar la primera cosa que se le vino a la cabeza. Y esa cosa fue Ness.

Entre línea y línea, completó el primer boceto: en la hoja se podía ver a un chico de mirada rebosante de valor sentado frente a un girasol. Estaba a unos pasos de la flor, y le tendía la mano como si le estuviera entregando su compañía. La flor se veía algo marchita, y era la única -junto al chico del boceto- en un descampado de hierba seca. El cielo en el dibujo estaba despejado, y ni siquiera el sol aparecía. Los ojos del muchacho no mostraban pena en ningún momento, solo valor y comprensión. Vestía una camisa blanca y unos jeans manchados de pintura, como si acabase de completar la mejor pintura conseguida.

Amor mudoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora