Mierda.
No conseguía pronunciar otra palabra desde hacía 15 minutos. Golpeaba el suelo del taxi con insistencia, como si aquel gesto fuera a aumentar la velocidad permitida mágicamente. Quizás si no hubiera esperado esa larga cola para comprar el llavero en forma Big Ben ya estaría en el aeropuerto. Lo acarició entre sus dedos, sabiendo la ilusión que le hará a Ann. No veía a esa pequeñaja desde las últimas vacaciones familiares, hace tres años. Tenía dieciséis, el pelo largo hasta la cintura y la lengua más mordaz que haya escuchado. Ya había dejado atrás la etapa de la timidez y había entrado con fuerza en la más pura rebeldía. Sacaba de quicio a su madre, pero seguía siendo la niña de papá. Siempre que podía la llamaba para saber las últimas novedades y ella preguntaba sin cesar por el lugar en el que se encontraba. Por muchos años que pasaran, siempre sería la niña curiosa que le pateó el culo a un chaval de un curso superior el primer día de clase. El coche paró bruscamente, sacándolo de sus pensamientos. Miró a través de la ventana, pudiendo contemplar una larga fila de coches que abarrotaban la calle. No iba a llegar ni de coña. El avión salía a las 9.15 y conociendo las caravanas londinenses, era imposible salir de allí en media hora. Miró hacia su único equipaje, una enorme mochila con algo de ropa y su objeto más preciado: su cámara. Había sido el regalo de sus padres en su decimoctavo cumpleaños. Recuerda sus caras nerviosas mientras el rasgaba el papel con sus dedos. Sabía el esfuerzo que les tuvo que suponer, ya que el trabajo de media jornada de su padre no daba para mucho. Por eso lo tomó con muchísimo cariño. Corrió a la calle y le sacó fotos a todo lo que pasaba por sus ojos. Siempre buscaba detalles que pudieran parecer insignificantes pero que dejaran marca, algún recuerdo. No se había separado de ella desde entonces, siete años atrás. La había acompañado por todo el mundo, siendo el mejor diario que alguien hubiera podido tener. Por otro lado, su teléfono, su gran salvavidas. No solo era su única atadura a su antiguo hogar, sino que guardaba toda su alma en él. Sus listas interminables de canciones, cada una perfecta para una ocasión, ocupaban la mayor parte del espacio del dispositivo. No faltaba de nada: piezas clásicas, grandes obras de los 80, lo mejor de los 90, las baladas pop más reconocibles y las canciones indie que nadie conocía. Siempre llevaba a mano sus auriculares rojos y solo hacía falta que se los pusiera para que entrase en un mundo paralelo, una nueva dimensión donde no hay fronteras ni guerras ni tristeza. Dicen que la música tiene el poder de cambiar el mundo y Nabu creía en ello con todo su ser.
-Excuse me, sir, you won't arrive on time to the airport.
Un señor mayor con un bigote sacado de una película de los años 20 le miró a través del retrovisor. No le gustaba coger taxis ya que prefería perderse en la ciudad, descubrir los rincones más escondidos que existían en ella; pero esto era un caso extremo. Volvía a casa, junto a la no tan pequeña Ann y a unos padres preocupados tras cinco años fuera de casa, volvía al lugar que lo vio crecer.
Miró el reloj con impaciencia, calculando la distancia a la que se encontraban del aeropuerto. Quizás si se apuraba un poco...
En un perfecto inglés le dio las gracias al taxista junto al dinero que marcaba la pantalla enfrente de él. Cargó la mochila a su espalda mientras salía a la fría mañana de Londres. La caravana seguía tal y cómo antes, con todos los coches grises soltando columnas de humo. Se escuchaba el ajetreo mañanero de un típico día. Corriendo entre los coches, llegó hasta una acera donde pudo arreglar su chaqueta y su bufanda. Echó un último vistazo a las calles que le habían acompañado el último mes. Después, se colocó cada auricular en un oído. Aunque sabía que llegaba tarde, no podía hacer la carrera de su vida sin la banda sonora adecuada. El instrumental de Eye of the Tiger lo inundó todo. Inspiró una vez y comenzó a correr.
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Cómo recuperar al amor de tu vida
Genç Kurgu"Un impulso me llevó a dejar a una desconsolada chica de diecisiete años llorando en las escaleras de un pequeño edificio de la calle Ochoa. Otro, ocho años más tarde, quiso que la recuperara" Nabu había pasado los últimos cinco años viajando por to...