Una vez leí que las personas somos seres diferentes, individuales, que dependemos de los encuentros que tengamos con otros, y según como sean estos acercamientos, puede generarse en nosotros una noción de alegría o tristeza, de animosidad y desdicha, de...bueno, creo que se entendió. Los encuentros que tuve, con ella, me generaban más tristezas que alegrías, nunca me gustó ni me gustará —que exagerado—, aunque hoy en día llegué a tolerarla llegando al nivel de que, cuando me toque visitarla, los momentos juntos sean breves, evitando la incomodidad y procurar no volver más, ojalá esto último fuese verdad.
La medicina es, y será, el chaleco salvavidas por excelencia, acudimos a sus tantas casas de ayuda "inmediata" buscando recomponer nuestra salud, también nos ofrece métodos de prevención contra algún posible brote contagioso, que termine por afectarnos e interfiera con nuestro día a día, es quisquillosa porque sabe que solo pisamos sus múltiples recintos cuando necesitamos ayuda, sufriremos de histeria colectiva cuando no seamos los primeros en ser atendidos, tengamos o no razón, porque somos así egoístas. Otros(as) más valientes, se abrazarán en su seno queriendo aprender y adoptar el ajetreado estilo de vida que ofrece, ella los educará, los seleccionará y los distribuirá para cumplir "tareas domésticas", que no es más que velar por la atención y el cuidado de quienes acudamos por conveniencia a su casa.
Entre toda esta histeria, egocentrismo, y berrinches que buscan atención entro yo, no recuerdo bien cómo fueron mis primeros momentos en uno de sus locales, y tampoco lo voy a hacer, pues recién había nacido, nadie es capaz de recordarlo, solo nos dedicamos a llorar, salimos despedidos, luego de varios meses de formación en la academia de la avenida útero. Se preguntarán, donde estarán los encuentros que me hacen no querer visitar a la medicina en su casa, y a la vez lugar de trabajo, para esto tendremos que acelerar unos años, el recién nacido ya camina, habla, pasa algunas horas siendo instruido en la cárcel al paso que es la escuela inicial/primaria. Un dia como cualquier otro soy acompañado por una de mis tías a que me apliquen la vacuna para la hepatitis, llegamos a la entrada de un edificio que facilmente pueede pasar despercivido, dentro del mismo llegamos a una sala de espera rara, digo rara porque no era la típica sala blanca con sillas pegadas a la pared, no, esta era cuadrada, con varios sillones de paredes marrones, con una mesa ratona en donde se podian apreciar revistas viejas y con las ojas desaliñadas, plantas artificiales en las esquinas para despistar y dos puertas blancas, una al lado de la otra, cada tanto una mujer con barbijo salía de la puerta de la derecha e iba pidiendo que pasaran los que esperaban afuera.
Yo me encontraba calmo, al lado de mi tía viendo como iban entrando y saliendo los niños con sus madres, o sus despectivas acompañantes, atendiendo al llamado de la inexpresiva dueña del barbijo, una vez escuché "García Pisconte, Anderson" supe que mi momento había llegado, crucé el umbral de la puerta, y del otro lado, habia una camilla con un enorme reflector apagado, varios muebles blanco y repisas blancas típicas de un doctor, el consultorio emanaba ese olor facil de reconocer, esterilizado,limpio, olor de hospital dirían los expertos en fragancias. Ahí me di cuenta que eran dos las encargadas de aplicar las vacunas, una iba preguntándome cosas irrelevantes: ¿Como te llamas? - ¿Cuántos años tienes?- ¿En que grado de la escuela estás?, todo esto mientras la otra sacaba de una pequeña lonchera un pequeño recipiente de vidrio al que le rompió la punta y para extraer lo que estiviese adentro usó una jeringa, con solo ver la aguja que portaba esta todo el cuerpo se me estremeció, y en abrir y cerrar de ojos la mansa oveja que esperaba su turno se volvió inquieta, totalmente descarriada, me tomaban el brazo intentando manterlo quieto para así poder inyectarme la solución liquida, pero los intentos fueron en vano, una que otras veces prometia que me iba a calmar pero yo sabia que era mentira, dentro mío pensaba "listo con esto quizas y retrase la vacuna", que iluso, ya ni recuerdo bien cuantas lágrimas habrán brotado de mis ojos inflamados, los gritos no dejaban de salir de mi boca. Entre todo el alboroto, escucho que golpean la puerta y entra alguien, era mi madre, Gaby, pobre de ella, la vergüenza que sufrió al haber llegado a la sala de espera y reconocer a su hijo por el escándalo que sucedia puertas adrentro en el consultorio, ni bien entró lo primero que hizo fue lanzarme una mirada fulmimante, de esas que solo los padres con varios años en práctica desarrollan, algo asi como su habilidad especial, paso siguiente me abrazó, pero no era un cálido abrazo el que recibía era más bien como el de una boa constrictor le da a su presa con el fin de inmovilizarlo, dejando libre mi brazo izquierdo, este era sujetado por la enfermera sin barbijo y la otra, que para este momento pasó de inexpresiva a "este niño me sacó todas las ganas de traer un hijo al mundo", se dispuso a incrustarme la jeringa lo más rápido posible, se que no es recomendable el tensar el músculo que recibe, pero no, no me importó que terminase siendo mas incómodo esos segundos que duro la entrada de la aguja, la expulsión del liquido, y la salida de esta. Me pusieron un algodón en el brazo, me despidieron, y me fui, con la cara aún mojada culpa de las pocas lagrimas que expulsaba.
Daremos un salto importante en el tiempo, el niño ya es un puberto acomplejado, un pibe que enfrentaba su primer año en otro país, otra realidad, otro sistema de salud. Esta vez me acerqué al edificio que en Argentina llaman salita, obligado por la escuela que necesitaba una cartilla de vacunación actualizada, y aprovechando que conociamos una doctora que trabajaba en esta salita pude ser atendido con rápidez, ahi me enteré que no solo se me iba a aplicar dos nuevas vacunas, sino también tres refuerzos, pero antes de todo esto, me seria extraída un poco sangre para unos exámenes de no se qué, uno pensaria que estando ya grande no volveria a hacer una escena, ni bien apoyé el brazo en la pequeña rampa metálica empezaron los temblores, la cascada salada no se hizo esperar, tuve que girar la cabeza esquivando ver salir mi sangre o el tamaño de las agujas. Un ridículo, es lo que fue, las enfermeras no dejaban de asombrarse de que un muchacho 15 años hiciese tanto escándalo, esto les generaba una sonrisa que por momentos dejaban escapar por momentos mientras llenaban la cartilla naranja que servía como evidencia de la inmunización recibida. Y asi me fuí, otra vez con la cara enrojecida del llanto por el mal momento pasado.
Hace poco volví a un hospital, al sector de hemoterapia, buscando conocer mi tipo de sangre, empujado de nuevo por otra institución, la universidad, no podia entregar la planilla del examen físico sin llenar el espacio que requeria esa información, no sabia en que consistía el procedimiento, si se necesitaba mucha o poca sangre para decifrar el tipo de esta, cosas que antes me habrían generado una ansiedad maldita que no me dejara tranquilo esta vez pasaba inadvertido, esperando solo en el pasillo hasta ser llamado, la cosa era simple, me pincharo un dedo con una aguja, llenaron unos cilindros diminutos con mi sangre, me dieron un pedacito de algodón pidiéndome que presionara con este el dedo pinchado, volví al pasillo hasta que salió una enfermera con un pequeño papel con mis datos, resulta que soy "O positivo".
Con el análisis terminado me dispuse a volver a casa, una vez cruzada la puerta principal del hospital me quedé immovil, el viento frio soplaba, yo estaba quieto sobre la escalinata, apoyado en el blanco barandal, sin pensarlo dos veces me dirigí al kiosko mas cercano, compré una caja de curitas, abrí una y la coloque en el dedo que habia sido pinchado, ya en el colectivo no dejaba de pensar en porque habia cubierto mi dedo si no me dolia, ya no estaba sangrando, la utilización de la curita era totalmente innecesaria, será que este absurdo impulso sea una secuela de mi antiguo problema con las agujas, por más que haya dejado de llorar siempre habrá momento para exagerar.
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Un Inmigrante Aburrido
Non-Fiction¿Que pasa cuando no paras de traer al presente sucesos ya vividos? Simple, escribe un libro con todas esas historias, lo compartis con desconocidos , mezclar hasta crear una masa uniforme y se vuelva costumbre, deje reposar y listo. ¡Bon appétit!