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Era una mañana fria en la choza de Lhotr, hacía poco tiempo que el hielo había aparecido en las aguas del rio que estaba cerca de la colonia, una ligera ventisca soplaba por los valles y montañas cercanos, el sol que apenas salía por entre estas iluminaba de una manera hermosa los techos de hojas de las cabañas de los pobladores, se pintaban de un dorado bellísimo que sólo en los ojos de los  legendarios dracónidos se podía encontrar. Los perros ladraban cómo cada mañana hacían para saludar al sol, el ganado comenzaba a pastar entusiasmado y agradecido por un día más de vida. Desde la cima de las montañas azules se podía admirar esta belleza natural y quedarse prendido de su belleza cual si fuere la joven más hermosa del mundo. Era una aldea pequeña de unos treinta pobladores humanos, la población estaba bien distribuida entre hombres, mujeres, niños, jóvenes y ancianos, como si de una pirámide se tratase, iniciando en la punta con los viejos sabios, los niños y jóvenes en instrucción  y al final, los hombres y mujeres maduros que proporcionaban el sustento para la existencia de la aldea.
A pesar del frio, Lhotr casi no se cubría con mantas como lo hacían las demás personas de la aldea, un hombre alto, forzudo, de gran cabellera y barba negra dormitaba y murmuraba algunas cosas, no había duda ni pesar en sus sueños, a sus 5 soles oscuros (un sol oscuro o eclipse como les conocemos ahora equivaldría a 10 años) nunca conoció una pesadilla.  Sintió como el sol tocaba su gruesa y reseca piel y despertó de su corto letargo, a pesar de tomar conciencia recientemente, se notaba en su mirada una profunda determinación y juventud, sus años le habían dado esa apariencia de sabio joven, con anhelos y metas por cumplir, solo con su mirada se sabía que era un hombre de respeto, por algo seria uno de los próximos a tomar el puesto de sabio. Vestía unas ropas exóticas de una tela que ya se olvidó como fabricarse, colores oscuros pero brillantes, ligera pero resistente, térmica y a la vez dejaba pasar el frescor del viento de las montañas, sus zapatos de piel tenían un acabado de igual manera, versátiles pero duraderos.
Saltó de su lecho como si estuviese siendo acechado por una bestia, se colocó sus zapatos, tomo su cuchillo de caza y salió a recibir la mañana tal como los animales lo habían hecho antes de que él despertara. Su choza no era muy grande, pero tampoco pequeña,  tenía habitaciones suficientes para él y sus hijos, adornada con plantas naturales de pequeño tamaño y luces  creadas por cristales brillantes, así de humilde era la choza, no importaban las pertenencias materiales, solo su familia y la aldea.
Una vez fuera de su hogar, realizó unos movimientos con los dedos de las manos, una especie de ritual de bienvenida al sol o agradecimiento por el nuevo día, -Bello día, bella vida- dijo, hizo calentamientos y estiramientos corporales y volvió a su hogar para llamar a sus holgazanes descendientes.
-¡Baktun, te busca el nuevo día!- grito en la entrada de la primera habitación.
-¡Kreim, vamos el tiempo apremia!
-¡Al-kyzet, arriba dormilón!
Lhotr, tenía 3 hijos hombres, de igual corpulencia a él pero con rasgos unicos de cada cual; Baktun, el mayor, era osado pero sabio, habia aprendido más cosas de su padre que sus hermanos lo que le daba el papel no solo de hermano mayor, si no tambien de hombre de la casa cuando Lhotr salia por largos periodos, siempre se le vió serio y concentrado en cada acción que realizaba, siempre preocupado por sus hermanos , velaba dia y noche por su bienestar, su altura, su largo cabello y barba cerrada lo hacian parecer casi hermano de su padre.
Kreim, el hermano de en medio, no era tan centrado en sus ideales, siempre probaba distintas labores sin encontrar algo que le motivara, perdia el interés en las cosas facilmente, perder a su madre a corta edad le afectó más que a sus hermanos. Él heredó el cabello de su madre, rubio como el oro, pero el cuerpo de su padre no dejo espacio para mas contrbución maternal.
Al final, Al-kyzet, el más pequeño, vivia en su mundo diferente, la juventud brotaba de su mirada y sus energias le daban la fuerza para realizar actos que solo se lograba entre dos hombres formidos, era el más fuerte fisicamente, soñador, alegre, con deseos de hacerse con el mundo para si mismo...
Al levantarse, los tres hermanos hicieron el ritual del nuevo dia, tomaron una bebida parecida al té junto a su padre y salieron de su hogar para visitar la tumba de su madre antes de comenzar las labores de la aldea.
Su choza estaba situada en la falda de un pequeño monte en la orilla de la aldea, cerca de la entrada poniente de la misma, construida con rocas, madera y barro, daba la impresion de ser muy antigua. Tenian su propia huerta donde cultivaban vegetales y demas, un pequeño corral con  aves de Grok para obtener carne sin necesidad de salir a cazar y como si de una pintura se tratase, un gran arbol parecido a un fresno en la cima del montecillo. Justo al pie de este habia un adorno rocoso, la tumba de la esposa de Lhotr. Ahi se habian conocido tiempo atras, bajo la sombra del arbol se enamoraron y bajo ella criaron a sus hijos. Todas las mañanas, Lhotr iba con sus hijos a saludarla desde el terrible dia en que la perdieron, nunca fallaron en ir, era una tradicion.
Llegaron pues rapidamente, los mas jovenes con ansias por llegar, mientras Lhotr y Baktun lo hacian mas serios, hablaron con su madre y esposa, rieron, lloraron y se despideron, -Hasta mañana Rilay, volveremos como siempre...

El libro perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora