14. Impredecible

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Cayó la noche y con ella,  el viento aumentaba su intensidad. Hacía frío, mucho frío. El maestro mentalista galopaba a lomos de su caballo tratando de ignorar la gélida tromba de aire. Lerithen aún quedaba lejos, aunque esto no era relevante para él. Su mente permanecía en calma gracias a la sencilla victoria obtenida en Grok'Ulgan. Todo había salido tal y como estaba previsto.

Vyren optó por tomar un breve descanso en un lugar oscuro del profundo bosque para reponer tanto sus fuerzas como las de su robusta montura. No tardó en levantar un pequeño campamento iluminado por una hoguera y rodeado por un conjuro de ocultación, el cual transformaba la imagen del campamento en una imagen del bosque al natural, sin nada ni nadie, en unos metros de radio a su alrededor.

El hechicero decidió dejar descansar al animal que viajaba con él. Desató todo lo que transportaba y lo agrupó en un pequeño montón de objetos. Le dio de beber. Preparó algo de comida en la hoguera, cenó y se sentó al lado del caballo con la intención de descansar unas horas antes de continuar.

-Te has ganado un descanso compañero -dijo el hechicero a su corcel-.

-Tú no -respondió una voz femenina-. Apenas te has esforzado lo más mínimo, querido.

-¿Qué... quién...? -preguntó Vyren buscando el origen de la voz-.

-¡Oh vamos! No me creo que un mentalista no recuerde una voz -dijo la voz en tono burlón-.

-¿Nera? ¿Eres Nera...? -contestó él-.

Apareció de entre dos árboles una nube de humo blanco. Poco a poco la nube adquirió forma humanoide, mostrando una silueta femenina la cual adquiría color de forma gradual.

La mujer era bastante alta, casi tanto como Vyren. Sus oscuros cabellos eran larguísimos, conseguían bajar más allá de su cintura y el color de sus ojos se asemejaba al del verde peridoto. Su cara era delgada, al igual que el resto de su cuerpo, y sus orejas, puntiagudas. Vestía una túnica negra con detalles dorados, portaba un par de dagas de oro y acero y un bastón plateado de madera tallada con la cabeza de un dragón en su parte superior.

-Zzzzap, ¡pregunta correcta! -exclamó la elfa silvana haciendo una reverencia-.Llevo mucho pero, mucho mucho, tiempo siguiéndote -continuó diciendo-.

-¿Qué haces aquí? No deberías estar aquí. -dijo Vyren muy sorprendido mirando de reojo el montón de objetos-.

-¿Por qué? ¿No formaba parte del plan? -contestó ella apuntándole con el bastón tras finalizar su reverencia-.

-Por favor... Sabes lo que pasará si lo haces. No puedes cambiarlo o empeorará, déjame ir -pidió Vyren todavía preocupado, conociendo las intenciones de Nera-.

-Eso díselo a mi hijo. Yo no seguiré tus visiones y consejos como él -respondió Nera dejando caer una lágrima-.

-Nera, por favor. Sabes que yo... -trató de insistir el mentalista-.

-¡IGDRANITE ERITHE! -gritó ella cambiando su expresión entristecida por una iracunda, frotando con su mano libre su ojo izquierdo-.

Una bola de fuego surgió desde la boca del dragón del bastón hacia Vyren, esto asusto al caballo e hizo que huyera a toda velocidad.

-¡Igdranite norithe! -pronunció Vyren lo más rápido posible apuntando con sus manos a la bola y concentrándose en ella. Su cara mostraba el esfuerzo que estaba realizando para conjurar ese contrahechizo, el poder de Nera había logrado sorprender con creces a Vyren-.

La bola quedó suspendida en el aire. Su tamaño menguó progresivamente hasta desaparecer en pocos segundos.

-Nunca debimos confiarte a nuestro hijo. Ahora seré yo quién desbarate el destino que llevas años preparando -continuó diciendo ella repitiendo el conjuro-.

-Tu hijo estaba destinado a esto, lo sabes. ¡Yo no tuve nada que ver! -exclamó Vyren realizando enormes esfuerzos por deshacerse de esa segunda bola de fuego-.

-¡Tú empezaste esto! ¡POR TU CULPA MI HIJO HA SEGUIDO UN DESTINO TAN NEFASTO! Ahora cambiaremos las tornas -gritó ella con lágrimas en sus ojos, conjurando una tercera bola, mucho más grande que las anteriores-.

-¡Yo no lo empecé, él eligió por sí mismo! -respondió Vyren mientras anulaba la segunda bola-.

-¡MENTIRA! -exclamó Nera arrojando la tercera bola con todo su odio-.

-Perdóname... -susurró Vyren dejando caer sus manos, demasiado exhausto para contrarrestar ese último hechizo, viendo como se acercaba a él-.

La bola de fuego impactó en el pecho de Vyren, arrojándolo hacia atrás contra un árbol, dejándolo completamente inconsciente al instante.

-No, Vyren. No puedo perdonarte -susurró de vuelta ella tras verlo caer aturdido por el impacto. Tras esto, apagó el fuego de su túnica y recogió algunas cosas, entre ellas, la espada que Vyren había recuperado en Grok'Ulgan.

Nera volvió a transformarse en la nube de humo, llevó de vuelta a la fortaleza aquella reliquia y entregó al hechicero a los orcos. Este fue encerrado y encadenado en el calabozo, a la espera de un carruaje que lo trasladase a un castillo mucho más seguro, un lugar donde el hechicero no pudiera escapar mediante ningún truco.

Los orcos se mofaban a diario de Vyren, ya que le forzaban a beber ciertos mejunjes que lo anulaban mentalmente y, de este modo, conseguían que el hechicero no pudiera realizar ningún conjuro. Él los ignoraba y se negaba a hablar, no pronunció ninguna palabra desde el momento en el que fue apresado.

A los pocos días llegó su transporte, un carruaje repleto de orcos y escoltado por un ser oscuro y siniestro. Debía ser uno de los señores de la oscuridad, conocidos en Deleannor como los Ürzhum, almas humanas renegadas a morir y condenadas por una magia oscura totalmente desconocida. Cualquiera que hiciera un trato para convertirse en un Ürzhum tenía asegurada la longevidad élfica, pero al precio de que su alma perteneciera al vacío tras su muerte y que su mente se volviera más retorcida.

Las esperanzas de Vyren aminoraban por momentos. Nera había descubierto algo sobre el futuro y quería cambiarlo. Al entregar a Vyren, todo había cambiado.

El maestro trataba de conjurar algún hechizo de visión pero no conseguía concentrarse con todo lo que estaban haciéndole tomar. Las plantas alucinógenas habían pasado a formar parte de la dieta de Vyren durante su estancia en los calabozos y en el traslado. A pesar de todas las drogas que estaba ingiriendo, él sabía que debía hacer algo de forma urgente para restablecer las cosas pero estaba totalmente impedido para ello.

Nera se había salido con la suya y no podía hacer nada. Solo quedaba esperar, por tanto, el hechicero relajó su mente y se centró únicamente en contemplar los horribles lugares por los que pasaba hasta llegar a su nueva prisión.

Una vez allí, se sentó de nuevo a esperar y se centró en obtener pistas acerca del futuro, aunque no consiguió descubrir nada. Estaba ciego ante el destino y lo que es peor, apresado y anulado.ç

¿Cuántos días habían pasado?

El Secreto del Destino (Parte 1) - Corazón EscarchadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora