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El turno de Black Hat había terminado hace ya media hora pero el insistía en que se quedaría un poco más ese día, informando que no le importaba si no le pagaban las horas extras.

Era día Viernes, faltaban quince minutos para las doce y el de piel oscura esperaba no tan paciente.

—Por favor Black Hat, nunca hemos dejado abierto tanto tiempo. Este lugar no es tan seguro a estas horas —trataba de convencerlo su jefe.

—Lo siento señor Napoleón, pero él todavía no llega, yo creo que si...

—¡¿Otra vez con eso?! ¡Deja de una buena vez a ese muchacho, Black! Ya tiene suficientes problemas como para que lo estés atormentando.

—¿No cree que está exagerando?

—No exagero. Demencia me ha contado como la presionas para que te de información sobre él.

La nombrada, que estaba aún en el local, se escondió detrás de la espalda de uno de sus compañeros modulando un "lo siento".

El del sombrero dio un fuerte suspiro pasándose una mano por su rostro, rindiéndose. Levantó ambas manos en señal de rendición.

Está bien. Lo siento. Me iré de inmediato —rodeó a la bola de grasa llamada Napoleón y a su ya no tan amiga Demencia para tomar sus cosas e irse del lugar.

Una mano se posó sobre su hombro haciendo que se volteara para encarar a quien fuera.

Napoleón se llevó una sorpresa al ver los ojos de Black al borde del llanto.

—Hijo, ¿que pasa? —habló de manera paternal.

—Y- yo... —el labio inferior le tembló.

Agradeció de que la puerta estuviera cubierta por aquel nailon oscuro, porque si alguien lo viera en ese momento de debilidad le partiría la cara.

—¿Es por el muchacho de la bolsa en la cabeza? —la mano de su jefe seguía en su hombro, de alguna manera, reconfortandolo.

Asintió lentamente. Evitando a toda costa el contacto visual con el hombre que lo aceptó en su local, a pesar de que en la entrevista de trabajo le gritó y maldijo por ser un mortal a quien debería obedecer.

—Black... Yo... Lo siento. Pero ese chico es alguien de quien debes estar alejado. —y aquella mano, ahora quemaba.

Black se alejó unos pasos, observándolo con la mirada echa de fuego, deseando que a aquel mortal lo tragara la tierra y, si era posible, el Inframundo. La mandíbula apretada mostrando sus afilados dientes y los hombros tensos, asustaron a Napoleón haciendo que se encogiera en el lugar.

Ahora, si me lo permite estimado caballero, —habló con su voz rasposa y entre dientes —me retiraré —dio media vuelta desapareciendo en el final de la calle.

En el fondo le dolía.

Dolía demasiado.

Dolía el pensar que todas las maravillas que el imaginaba de ese chico, eras sólo mentiras.

Pero no se dejaría convencer hasta que hablara cara a cara con el chico de la bolsa.

❌I Hate Sandwiches❌Re Pausada :/Donde viven las historias. Descúbrelo ahora