Hermoso resplandor.

227 24 12
                                    


°

El cielo era infinito.


Con una extensión tan amplia que parecía no tener fin, recubierto por nubes blancas que flotaban sobre él, cubriendo su belleza.

Iluminado por un gran sol que se mantenía sobre él, resguardándolo de la oscuridad durante muchas horas y que sólo desaparecía cuando las nubes traían consigo lluvias y tormentas.

La lluvia era suave, dando un aire nostálgico al cielo y plantando en los corazones de otros un sentimiento adormecedor hasta el punto de considerarlo embriagante.

La tormenta era errática, fuerte y agresiva. Causando desastres en pos de exteriorizar todo lo malo, de deshacerse de eso y proteger la belleza del cielo.

Enorme y azul, hermoso.

También existían los rayos y la niebla durante aquellas tormentas, incluso en pleno día con la luz del sol a todo dar.

Una gruesa capa de niebla podría materializarse, en aviso de un clima frío ocasionado por el cielo mismo.

Un cambio de clima.

Y los rayos, esplendorosos. Encargados de iluminar y destrozar algunas cosas durante las tormentas.

Porque el cielo era amplio y todos los elementos que le resguardaban o se generaban en torno a él era una manera de manifestarse, de mostrarse a sí mismo como algo vivo.

Hermoso.

O eso consideraba Enma.

Sentando en la soledad de un parque, a la espera de su mejor amigo.

Aquellos eran sus pensamientos.

Luego de conocer a Tsuna, la verdad sobre las traiciones y muertes que rodeaban su vida, la amplitud del cielo y su hermosura le tenían cautivado.

Pero... El pelirrojo sabía que no todo era virtud para el cielo, durante las noches –cuando el sol se ocultaba, las nubes desaparecían y se llevaban consigo la lluvia, la tormenta y todo lo demás–, Kozato sentía la soledad de aquello que tanto le encantaba admirar.

A su parecer, era el deber de la tierra el observar al cielo en todo momento, mantenerle vigilado para hacerle saber que no estaba solo.

Hacerle compañía, ser su amigo.

La tierra y el cielo estaban unidos el uno al otro, porque sin el primero no hay nada que pueda definir al segundo y sin el cielo, la tierra no era nada.

No existía.

Pero algo estaba mal en todo eso, Enma podría saberlo incluso sin hacer comparaciones, y eso que no encajaba en su cabeza radicaba en una cosa.

La distancia.

El cielo y la tierra se anhelan el uno al otro, anhelan la compañía y la belleza, pero... ¿Por qué no pueden estar juntos?

Igual que el sol y la luna, donde estaba uno el otro no podía estar y vivían en persecución eterna, siendo el ocaso uno de los pocos momentos donde podían sentirse más cercanos.

Relatos de medianoche.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora