Giotto y el muñeco maldito.

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Cuando era pequeño, mi abuelo siempre me contaba la misma historia para dormir cuando mis padres no estaban en casa.

Mi madre, una mujer hermosa, talentosa y sumamente ocupada, solía decirme que sólo eran mis delirios juveniles.

Mi padre, un hombre de pocas palabras y con un horario apretado, sólo me miraba con el rostro serio e inexpresivo antes de dedicarme una ligera caricia en la cabeza y sonreír ligeramente diciendo que él sí me creía.

No puedo culparlos de desconfiar de mi palabra, la historia del abuelo era simplemente fantástica.

Según él, hace muchos años atrás existió un pueblo perdido en Italia, un pueblo del que pocos saben y supuestamente donde nació.

Allí, se podría encontrar a un personaje en particular que siempre me pareció sumamente surrealista.

El abuelo lo definía como un hombre atractivo, de rubios cabellos y unos hermosos y grandes ojos color ámbar los cuales al ser tocados por el sol lucían de un precioso color oro.

Era guapo, pero con ganas.

Ese sujeto, protagonista de todas las historias repetidas, llevaba por nombre, Giotto, Giotto Di Vongola.

Era un hombre tímido a pesar de su gran atractivo físico, su vida siempre se había visto reducido a cuatro paredes y una puerta.

Era enfermizo y pocas veces había logrado salir, su primo, G, solía visitarle cada dos semanas para que, según sus padres, no perdiera completamente la razón.

No se volviera lo que soy hoy.

El abuelo solía decirme que ese hermoso chico, con a penas quince años, se vio obligado a salir de casa una fría noche de invierno debido a que, en uno de los descuidos de sus padres ocupados, la casa había quedado abierta y pisadas extrañas habían resonado por todo el lugar.

—¿Hola...? ¿Mamá? —solía mirar nervioso a su alrededor, aquello se debía a que no estaba acostumbrado al exterior—. ¿Padre, eres tú?

Aquel rubio, nervioso por naturaleza, se alteró enormemente ante la falta de respuestas, los sirvientes deberían haberse ido ya.

Ingresó, temeroso, al recibidor de su hogar y sus ojos se abrieron enormemente al contemplar sobre el sofá un hermoso muñeco parecido a él.

Era grande, quizá llegaría hasta la altura de su cadera, tenía un hermoso traje de marinerito y un pequeño peluche de león bajo el brazo, sus ojos eran dos botes cafés y el poco cabello que se miraba bajo su sombrero de marín, era castaño.

Aún así, notó que eran iguales en físico.

Sonrió, aquello debía ser un regalo de sus padres, ¡sabía que era imposible que se hubieran olvidado de su cumpleaños!

Mi abuelo siempre hacía una pausa y sonreía siniestramente en este punto, mamá dice que aquello era imposible, papá sólo me decía que estaba bien.

—¡Voy a llamarte Tsuna! —sonrió el rubio—. Serás mi nuevo mejor amigo.

Giotto miró con timidez al peluche y volvió a su habitación, se sentía un poco culpable por cambiar a su único primo por un juguete, pero las visitas del pelirrojo se hacían cada vez más y más distantes unas de otros, se sentía solo.

Relatos de medianoche.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora