Hasta que la muerte nos separe II.

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¿Qué es real y qué forma parte del cuento?

Tsuna no podía entenderlo, su tiempo con el objetivo era divertido y se sentía tan natural... Como nada que hubiera tenido antes.

¡Y sólo habían pasado dos semanas!

Empezaba a ponerse nervioso, el plazo para el trabajo se acercaba más y más, si no hacía lo que le tocaba, el propio décimo Vongola (ejem, el primo Xanxus, ejem) lo haría por él y eso sería el horror.

—¿Sucede algo, Tsuna? —sacudió su cabeza despejando su mente y sonrió—. Si no estás bien podríamos...

—¡No, no! —rascó nervioso su brazo izquierdo—. Estoy bien, sólo pensaba en... La vida, el clima... Ya sabes, eso.

El mayor le miró con duda pero se encogió de hombros y tomó nuevamente su mano para  arrastrarlo con él en busca de Reborn y Lambo, en los últimos días se habían pasado haciendo el vago y recorriendo todos y cada uno de los parques y comerciales –por el bien del primer amor de Mukuro, según las palabras de Lambo–, y como ya era costumbre los azabache se habían alejado demasiado.

—Sabes que puedes confiar en mí, ¿no? —Sawada sintió una punzada de culpa—. Somos amigos, si tienes algo que te preocupe puedes decirlo.

—Lo sé.

—¿Seguro?

—Completamente —sonrió aún sabiendo que el otro no le veía—. Sé que, entre todos mis conocidos, en quien más puedo confiar es en ti.

Y eso jodía, bastante.

¿No debería confiar ciegamente en su pareja? Aunque honestamente, jamás confiaría su alma a Kyōya.

Eran asesinos, realmente ninguno confiaba lo suficiente en el otro a pesar de llevar varios años de relación y convivencia.

Sin embargo, el presidente de Millefiore era diferente.

Había estudiado su vida durante un tiempo antes de iniciar el plan, lo sabía todo de él y aún así sentía que cada día conocía algo nuevo.

Ahora entendía por qué Iemitsu no le había dejado relacionarse directamente con los objetivos, tenía un corazón frágil.

—Me siento halagado —rió el mayor deteniéndose frente a un banco—. Jamás pensé que me tendrías tanta estima en tan poco tiempo, sabía que no podrías resistirte a mis encantos por mucho más.

El rostro del castaño enrojeció sin que pudiera evitarlo, bufo cruzándose de brazos y desviando la mirada.

Odiaba aquel extraño repertorio de sentimientos.

—Narcisista.

—¿No lo niegas?

—No voy a discutir con un tonto.

—Vaya...

—¡¿Por qué suenas tan incrédulo?!

—Eres un bebé.

—¡No lo soy!

—Vale, no lo eres.

Relatos de medianoche.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora