La Cabaña

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Sara: Es tremendo

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Sara: Es tremendo.- Sara está paralizada. Nunca había imaginado que un simple paisaje podría llegar a ser tan agradable para sus ojos. Se podía sentir la brisa mientras el sol hacía brillar su cara.-

Carla: Alucinante.

La sombra de su padre aparece de repente entre los árboles y, sin que si quiera las jóvenes se den cuenta, comienza su conversación.

Arturo: Bueno, ¿os gusta?

Sara abraza dulcemente a su padre, aunque al mismo tiempo extraña a su madre.

Carla: Mejorable. - Dice notándose sus celos hacia Sara, al mostrarse ella tan cariñosa con su padre.-

Era fácil de percatar la incomodidad entre los individuos, pero ésta acabó pronto.

Arturo: Creo que es hora de parar de admirar la naturaleza y buscar un poco de reposo, tras tanta marcha.

Carla: Estaría bien. - Lanza una mirada de odio, aún con los remordimientos de su triste infancia sin su padre.-

Empiezan su trayecto de 100 metros hasta la sencilla, pero moderna cabaña alquilada por su padre. Los árboles rodean la zona con sus hojas granates tras un duro y gélido otoño.

Arturo se coloca enfrente de la cabaña. Al estar un poco alejado de ella, desde un punto de vista la cubre completamente sin dejar ningún hueco con visibilidad para sus hijas.

Arturo: ¿Preparadas?

Arturo se desplaza hacia la derecha. El campo de visibilidad de las chicas contiene ahora la cabaña.

Carla: Está bien.- Dice intentando parecer cruel, sin conseguir resultados.-

Sara: ¡Está genial!

Las puertas, desgastadas, pero con su estilo marcado, chirrían, dejando ver que son antiguas pero que alguien las ha reformado. A simple vista parecen normales, pero a Sara le resultan terroríficas.

Al entrar, Sara contempla la magnitud del hogar. Carla se fija en los detalles.

La puerta se cierra. Arturo está fuera. La presión aumenta. La puerta no se abre.

Carla: Sara, abre la puerta.

Sara intenta abrirla, pero nada funciona. Estira del redondo pomo de la puerta desde dentro intentando liberar a su padre de la naturaleza, dejando que alcance la vivienda. Sigue sin funcionar.

Sara golpea y sacude la puerta pataleando.

Sara: ¡Papá, la puerta! ¡Abre la puerta! ¡Yo no puedo! ¡No se abre!

Arturo abre la puerta con naturalidad, no muestra ningún signo de desesperación o angustia.

Arturo: ¿Me llamabais?

Carla: Para tu información, te habías quedado fuera y la puerta no se abría. - Expresa Carla con modestia, tras saber que su padre no se preocupa por su propia vida.

Arturo: Ya, porque la puerta principal está fallada no se puede abrir desde dentro, sólo desde fuera.

Sara: ¿Y para qué queremos una puerta principal por la que no podemos salir?

Arturo: No lo sé, esta no es mi casa. Pero a las malas la puedes abrir con las llaves

Carla: Vaya, la inteligencia de los arquitectos es monumental.

Arturo: No me importa la inteligencia de los arquitectos mientras pueda estar con mis hijas. Por cierto, voy a preparar la comida, vosotras os podéis instalar, mientras.

Sara: ¡Vamos Carla! - Dice la niña entusiasmada cogiendo el brazo de su querida hermana.-

Carla está indecisa, como siempre, no sabe si confiar en esta larga y profunda historia que pasa por su mente. ¿En quién confiar? ¿Su madre? Siempre ha estado allí cuando la necesitaba, aún que algunos momentos no fueron como deseaba, siempre intentaba arreglarlos a su manera. O ¿Su padre? Quien la abandonó cuando tenía cinco años. Por una parte estaba feliz de encontrar esa sonrisa angelical de nuevo, pero también le odiaba por lo que había hecho años atrás.

Carla: ¿Nuestro cuarto es este? ¿Segura?

Sara: Claro, no hay otro. - Dice sonriendo con felicidad, sin comprender el miedo de su hermana inexpresiva.-

Las hermanas dejan su equipaje en el suelo esperando poder organizar pronto sus habitaciones.

Sara: Está bien, aunque los muebles son un poco... cómo decirlo... ¿Vintage?

Carla: Sí, porque es una cabaña de hace años. - Exclama Carla con autoridad.-

Sara saca sus pertenencias de una en una. Coloca cada camiseta, cada blusa, cada prenda en el espacio reducido que tiene como ropero debido a que su hermana ocupa el resto.

Carla: ¡Tienes demasiada ropa!

Sara: Claro, habló la que parece que tiene síndrome de acumulación masiva...

Carla empieza a contar cada prenda de su hermana para determinar quién tiene más ropa.

Carla: 1, 2 , 3 , 4 , 5 , 6... ¿Qué es esto? Es robusto, Sara, en serio ¿Qué es esto?

Sara introduce su estrecha mano en el hueco del guardarropa, alcanzando así ese insólito, gélido y misterioso elemento.

Inverosímil. Nadie podría haber averiguado eso. O sí. Pero las niñas seguían sorprendidas. Atónitas y fascinadas.

 Atónitas y fascinadas

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