Margaery III: La Luz de los Siete

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–He dicho todo cuánto sé – Osney Kettleback tragó saliva y pareció que el simple acto de deglutir le producía dolores espantosos. A Margaery le complació verlo, no se sabía capaz de sentir tanto desprecio por alguien aparte de la madre de su pequeño esposo – La reina madre, Cersei Lannister, me obligó a declarar el falso testimonio que le he dado a usted, Septón Supremo – aún en su desesperación tuvo la decencia y el cuidado de llamarle Septón y no Gorrión al andrajoso anciano que estaba de pie frente a él – Me forzó a seducir a la reina Margaery Tyrell y yacer con ella en el lecho para perjudicarla, pero la buena y decente reina siempre rechazó mis ofertas – dirigió su sucia y macerada cara a Margaery y esta desvió la mirada; todo lo que venía de él le evocaba un asco tremendo.

–¿Qué le había prometido a cambio la Reina Madre?– preguntó el septón apostado en la estatua del Guerrero.

–Un señorío con una renta mensual de mil dragones de oro – respondió ávido el caballero caído en desgracia demostrando que su mente se mantenía ágil a pesar del tormento– Me castigaría públicamente por ello, enviándome al Muro a vestir el negro y ahí podría cumplir mi otra misión: asesinar al Lord Comandante, Jon Nieve, bastardo de Lord Eddard Stark – añadió él antes que los septones pudiesen preguntar cuál era esa segunda misión.

Los presentes estaban atónitos. Muchos con la boca abierta daban poco crédito a lo que sus oídos acababan de atestiguar. Sin duda, la declaración del torturado caballero avivaba con mucha más fuerza el deseo de chisme de la chusma. 

–¿Y tuvo éxito en seducir a la reina Margaery? – temiendo que la turba se lanzara a los gritos, el Gorrión Supremo habló antes de darle la oportunidad.

El miedo recorrió una vez más el cuerpo de la joven Tyrell. A pesar de su inocencia, si el malintencionado caballero se atrevía a responder afirmativamente el suplicio comenzaría otra vez, una serie de interrogatorios se daría de nuevo, apresarían a la muchacha en el Gran Septo una vez más para someterla al régimen de hambre y pobreza del que apenas había escapado. Ser Osney pareció adivinar este pensamiento en la cabeza de Margaery, volvió a mirarla, y sonrió, tanto como su lastimada boca provista de podridos y rotos dientes le permitió.  

–No, Su Santidad... Jamás compartí el lecho con Su Majestad. La Reina Margaery es inocente – el muy tonto había confundido su papel y además de responder a su pregunta había dado el veredicto que correspondía a los siete jueces. Entre la muchedumbre se recorrió un nuevo murmullo.

El Gorrión Supremo se aproximó a las hileras de presentes y levantó ambas manos, pidiendo silencio. Se volvió inmediatamente a su prisionero y prosiguió:

–¿Qué otras cosas le obligó a realizar la Reina Madre?

El caballero se revolvió en su asiento como si este quemara y tras varios momentos de incómodo silencio respondió – Me ordenó asesinar al antiguo Septón Supremo – un grito ahogado se esparció en toda la sala, superior a todos los previos, la gente estaba anonadada, la sorpresa no cabía dentro de ellos y amenazaba con desbordarlos ahí mismo, en sus lugares. Los cirios, indiferentes a la indignación colectiva continuaban quemándose y el incienso manaba como si nada de lo dicho importara. El hombre que acababa de decir aquellas funestas palabras había callado de pronto, como si al haber liberado aquel secreto se hubiera materializado el acto frente a sí. 

–¿Lo hizo?– preguntó el Gorrión Supremo, sabiendo de antemano la respuesta.

–Sí... Yo, yo le ahogué con una almohada mientras dormía – el hombre, curtido en batallas callejeras y altercados con rudos hombres se echó a llorar, el recuerdo de aquel gordo e indefenso hombre pesaba mucho en su debilitada conciencia – Cersei Lannister me entregó su cuerpo como recompensa. 

Juego de Tronos: Las Rosas Marchitas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora