Olenna I: De entre las Cenizas

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La cadera le molestaba bastante y con cada paso la rodilla derecha la crujía, no lo suficientemente fuerte como para que sus damas se percataran, pero sí lo bastante molesto como para limitar el movimiento. Lady Olenna, con sus más de setenta y nueve días del nombre se movía con lentitud por el laberinto de setos de Altojardín. Dos chiquillas, apenas entrando a la flor de su vida, la custodiaban y detrás de ellas se movían pesadamente sus guardias personales, Izquierdo y Derecho, a Olenna le habían dicho ya tantas veces sus nombres que era imposible para ella olvidarlos, pero por la fuerza de la costumbre seguía refiriéndose a ellos de tal manera. Las muchachas eran delgadas, ágiles y agraciadas, sus caderas eran estrechas y los brazos tan esbeltos como ramitas y sus conversaciones estribaban siempre alrededor de los vestidos de las damas de Altojardín, los enredos amorosos de los nobles y los prospectos de matrimonio para cada una y sus amigas, además de las fábulas de caballeros heroicos y de doncellas en peligro; a Olenna le aburrían hasta el hartazgo. 

–Mi señora, ¿desea descansar un momento?– preguntó la rubia, que estaba a su derecha, deteniéndose en una mesita circular. Olenna accedió porque la cadera le dolía mucho y su cuerpo le pesaba fatigoso.

Se sentó y reposó los antebrazos en la mesita pequeña, sus doncellas hicieron lo mismo. Olenna pidió a Izquierdo que ordenara a un criado traer panecillos, queso y una botella de Dorado del Rejo. Las chiquillas se emocionaron con la idea de beber el vino en lugar del empalagoso aguamiel con néctar de fruta que acostumbraban tomar. La señora madre de Altojardín alisó los pliegues de su negro vestido, toda ella estaba envuelta en negro: la toca en la cabeza adornada con piedrecillas e hilo de plata, el velo que llegaba hasta su cintura, el vestido y su sobrevesta, incluso el abanico y el pañuelo que cargaba eran negros. A pesar de la frescura del laberinto de setos y lo cómodo que se estaba ahí en invierno, Olenna sentía que nada podría hacerla sentir cómoda de nuevo. 

La noticia había llegado doce noches antes y había causado un revuelo tremendo en el castillo y en la casa. En un mismo día se habían perdido las vidas del Señor de Altojardín, Guardián del Sur, Mariscal del Mander y Defensor de las Marcas, de su tercer hijo, el caballero de las flores, uno de los más apreciados en todos los Siete Reinos y de su única hija, la Reina de los Siete Reinos. Alerie, la pálida e insípida esposa de Mace, había roto en llanto en cuanto le dieron la carta para que la leyera y desde aquel momento no había salido de su habitación ni probado bocado alguno, Olenna podía escucharla toda la noche y todo el día gimiendo y sollozando desde sus aposentos. Willas, el heredero de Mace, difícilmente había hablado desde entonces, absorto en sus pensamientos y notablemente afectado, conmocionado por la carga que ahora debía afrontar. Olenna había llorado desconsoladamente en soledad, con su frágil cuerpo, debilitado por la edad, había roto las cortinas de su habitación y desgarrado varios de sus vestidos, había gritado y golpeado con sus flacos y débiles puños las paredes y mesas, había sufrido enormemente una amargura que no creía experimentar nunca y finalmente se había secado: no lloraba más, pensaba que ninguna lágrima quedaba ya en su interior y que por dentro estaba tan árida como su apergaminada piel. Recordar a su hijo, lento de mente y gordo pero amable y amoroso siempre con los suyos le dolía más que cualquier dolencia o achaque de la edad, pensar en sus nietos, especialmente en Margaery le producía un escozor tan fuerte que la irritación le obligaba a desviar su mente a otros asuntos. Su pequeña flor, la más bella y agraciada, su pequeña niña que soñaba y jugaba a ser reina...

Luego pensaba en la reina zorra, la maldita leona de la roca, la sucia y corrompida incestuosa que ahora se sentaba en el Trono de Hierro. Jana, la hija de Olenna, formaba parte del séquito de Margaery pero no había asistido al Juicio y antes de huir de Desembarco del Rey le había escrito a su madre que Cersei Lannister se había proclamado a sí misma como Regente del Trono, Reina Madre y Reina Viuda en los Siete Reinos por un Consejo Privado aterrado y manipulado por los intereses de la decadente mujer y su pervertido maestre. Según su carta, Cersei había encerrado en el Torreón de Maegor a su pequeño Tommen, viudo a la corta edad de diez años: así, en la Fortaleza Roja residía un rey viudo sin voz ni voto que gobernaba a la sombra de su madre, otra reina viuda. 

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⏰ Última actualización: Jul 31, 2017 ⏰

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