Día uno

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Dieciséis mil catorce millones,
ese es el total de personas que hay en este preciso momento con el corazón roto.
Seguro que ha cada paso que doy, el número aumenta.

Aumento el ritmo de mis pasos,pisando cada charco para distorsionar el reflejo de la preciosa noche que hace.

Arrebatando contra cada hoja que hay en mi camino, para poder escuchar el crujido de algo aparte del de mi corazón,
que se sostiene entre hilos mal cosidos, que no se recupera del golpe por mas que llueva.

Hoy no quiero ver nada bello, que nadie se atreva a cruzse en mi camino.

El trayecto sirve de calmante ante mi enfado y mi tristeza evidente.
Y agradezco al viento que viene de frente que me calma.

Sacudo la cabeza, limpio las primeras lágrimas,
esta noche no te lloraré.

Y con ese pensamiento entro en el bar.

Benditos bares, que haría yo sin sus barras infinitas.
Sin el placer de olvidar, aunque sea por un instante.
De encontrar consuelo en cada trago de cerveza,
y encontrarme con la cruda realidad en el fondo de cada jarra.

Por sentirme acompañada por cada una de las miradas perdidas, que observan la puerta. Esperando que cruce el umbral esa persona deseada.

Pero yo, ya he tomado demasiada cerveza como para saber la verdad.

Hace tiempo que dejé de controlar la puerta,y a cada trago voy olvidando.

Ya no recuerdo el número de los lunares de tu espalda,
y a dos tragos estoy,
de olvidar el sonido de tu risa.

Perdón mamá, estoy borracha.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora