8 capítulo.- La llamada.

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— 1, 2, 3, 4, 5... ¡30! ¡Quién no se haya escondido tiempo ha tenido! Papá, ¡te pillaré!

 La pequeña reía con dulzura, mientras destapaba las manos de sus ojos. Observó todo lo que a su alrededor se encontraba, intentando dar con su objetivo. Aún no había rastro de él, por lo que se propuso correr y buscar por todos los rincones posibles. 

Pasaron minutos y seguía sin encontrarle, pero de repente creyó escuchar una risa familiar proveniente de un hombre, ¡lo había encontrado! Corrió hasta aquel lugar con sigilo, no quería ser descubierta; con solo 3 años de edad, se trataba de una niña muy astuta.

Otra vez, otra vez una varonil carcajada resonaba cerca de ella, aunque ahora la percibía desde otro punto distinto. ¿Cómo había conseguido moverse con tanta rapidez?¡Ya no le gustaba ese juego! Se dejó caer sobre el suelo, pronunciando el nombre de la persona que necesitaba. 

¡Papá! Ya no quiero jugar más... susurraba.—  

No recibió ninguna respuesta. 

Papá... —carraspeó. Diferentes lágrimas comenzaron a brotar por el rostro de la pequeña.— 

Ese juego ya no le resultaba divertido. Quería que su padre viniese, y juntos entrasen dentro de casa para preparar la cena con su madre. Decidida, se levantó e intentó buscarle de nuevo. Revisó por todos los lugares del jardín, entró en el interior de su casa, preguntó a su madre... Pero él seguía sin aparecer. 

Hasta que se aproximó hacia el lugar que sus padres le tenían terminantemente prohibido: un pozo. Se alongó, y con algo de esperanza, intentó encontrar ahí a su padre, y sin duda, él estaba allí. Era una escena demasiado dura para una niña tan frágil y pequeña; el hombre yacía tumbado en lo más hondo del pozo, golpeado, con múltiples heridas alrededor de su cuerpo y rostro, y recubierto de una intensa tinta roja. La reacción de la pequeña sorprendió a su madre, pues lanzó un gran chillido en forma de auxilio, para luego desmayarse. 

1,2,1, 2. El médico me había dicho que cuando me encontrase inestable me repitiese una y otra vez esos números. ¿Cómo era posible? Esta misma noche había tenido alrededor de unas tres pesadillas, y todas  relacionadas con él. El remordimiento no desaparecerá, pero... ¿Nunca podré vivir con algo de tranquilidad?

Siento una mirada encima de mí, como si me vigilasen. Ruedo con lentitud mis ojos, encontrándome con un Marcos muy diferente. 

— ¿Tú tampoco puedes dormir? 

Es lo único que se me ocurre decir después de su comportamiento ayer. Está en su derecho de no contestarme, y no lo hace. Aunque, su mirada no la aparta. Él no lo sabe, pero yo puedo llegar más a allá de unas palabras mudas. Distingo su dolor, lo percibo. Conozco  la guerra que su interior aguarda. 

— Jace era mi mejor amigo de la infancia. Por no decir, mi único amigo. No entiendo por qué te comportas de esta manera. 

En realidad sí que lo sé. Aún retándole, prefiere regalarme su silencio. No le daré más vueltas, cuándo él lo crea conveniente se desahogará. Justo en el momento que propongo cerrar mis ojos, atreve a recitar una frase. 

— ¿No te das cuenta? Te ofrecí mi ayuda desde el primer día. Conociste a diferentes personas, he estado contigo las dos veces que caíste enferma... Pero, ahora te visita ese tal Jace, y le agradeces tanto. Además.... —frena con rapidez, negando con la cabeza.— Bueno, eso. Me siento destrozado. 

Tiene razón. En realidad, si por él no hubiese sido, ¿dónde estaría yo en estos momentos? He sido una desagradecida todo este tiempo. Aunque, por su tono de voz, además de destrozado, parece estar molesto. Y esa pausa que ha hecho... 

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⏰ Última actualización: Apr 06, 2014 ⏰

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Mis tres almas - Bryanna  Anné Robinson ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora